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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 58

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Felice subió al tercer piso.

Quería ver la espada de su abuelo.

En ese momento, era lo único a lo que su corazón podía aferrarse. Aún sabiendo la culpa que sentiría en el instante en que viera la espada, no pudo reprimir el deseo de verla.

Felice respiró hondo y abrió la puerta con cuidado.

Era la primera vez desde aquel día. Por si acaso, le había preguntado a Claude si podía ir a ver la espada y él le había dado permiso de buena gana, diciéndole que podía verla cuando quisiera.

Cuando Felice abrió la puerta, una cortina de un negro intenso bloqueaba toda la luz del sol. Felice, con una lámpara de gas en la mano, se paró frente a la tela blanca.

Al bajar la tela, la espada de su abuelo quedó a la vista.

—Aah…

Felice derramó lágrimas en cuanto vio la espada.

—A-abuelo…

Se inclinó sobre el adorno de vidrio que cubría la espada y se echó a llorar, tal y como lo hacía cuando era niña y algo la ponía triste: se acurrucaba en los brazos de su abuelo y sollozaba.

Sus lágrimas rodaron por el frío vidrio y cayeron al suelo.

No había forma de controlar su corazón, que se desmoronaba sin remedio.

—Lo siento… Aah, lo siento.

El rostro de su abuelo, que se sentía orgulloso al verla, pasó por su mente. El abuelo, que despeinaba su cabello, siempre le había dicho a Felice que todo estaba bien, pero ella no podía dejar de sentir la culpa.

Si hubiera sido un poco más inteligente, ¿no habría sucedido esto?

Si hubiera disminuido su deseo de recuperar la espada de su abuelo, ¿habría estado bien?

—Y-yo… aah, y-yo, m-me… me disculpo.

En ese momento, la tela que estaba en un lugar más alto que la espada, cayó. La enorme tela, como si quisiera consolar a Felice, se levantó suavemente y con cuidado sobre su cabeza.

Felice, cubierta por la tela, derramó tantas lágrimas que ahora le era difícil incluso respirar.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

El mayordomo, sentado a la mesa, no sabía qué hacer en un momento como ese. Miró a la señora Prichard, pero ella también se limitó a negar con la cabeza.

—¡Espero que no hayan esperado mucho!

Felice trajo el té de flores.

Aunque sonreía ampliamente, sus ojos estaban hinchados. Además, el borde de sus ojos y la punta de su nariz, enrojecidos, no se desinflaban.

Todos se sentían sentados en un lecho de espinas, llenos de culpa.

—Quería hornear galletas yo misma, pero no pude.

Felice tomó cuidadosamente las galletas que Tom había comprado, las puso en un plato y las colocó sobre la mesa.

Lisa, que no podía soportar estar sentada, se levantó con sigilo.

—Señorita, ¿la ayudo a acomodar las cosas?

—¡No! Yo quiero servirlos yo misma.

Lisa susurró un «Sí» y volvió a sentarse.

Claro que era un gesto de gran bondad por parte de una noble señorita ocuparse personalmente de cada uno de sus sirvientes y prepararles el té, pero todos los que estaban sentados a la mesa pensaban lo mismo:

¿Cuándo va a llegar el amo?

Todos, en su interior, pensaban que el amo era la persona que podía consolar a Felice.

—Señora Prichard, cuando fui a la reunión de patrocinadores, la duquesa Vanessa reconoció el anillo de inmediato.

Felice le entregó la taza de té a la señora, sonriendo ampliamente.

—Oh, ¿en serio? La duquesa ha servido a Su Majestad la Reina desde que era princesa.

Señora Prichard agradeció y recibió el té de Felice.

—Todos dijeron que mi vestido era muy bonito. Mayordomo, muchísimas gracias. Me hubiera gustado que Rose hubiera venido, pero está muy ocupada. Y también dijeron que el sombrero es encantador y que los zapatos combinan bien con el vestido. ¡Y que el collar de Annie es muy clásico! En fin… Lo único que puedo ofrecerles es este té de flores, pero gracias a todos.

Felice les entregó una taza a cada uno de los sirvientes, hablando con ellos.

Todos agradecieron su amabilidad y tragaron saliva al recibir el té.

Tanto el mayordomo y la jefa de las doncellas como los demás sirvientes sabían cuán grandes mentiras eran las palabras de Felice, pues muchos de ellos habían trabajado en la corte.

Los nobles no halagaban con facilidad.

Lo de la duquesa Vanessa parecía ser verdad, a juzgar por la sonrisa de Felice, pero los demás cumplidos seguramente no.

Por eso, los sirvientes se habían esforzado en sus roles para que Felice no se sintiera intimidada allí.

Todos miraron sus tazas de té en silencio.

Incluso Annie, sintiéndose culpable por la mentira de la mañana, no pudo hablar y miró fijamente su taza.

En ese momento…

—Vaya, se me hizo tarde.

Claude entró caminando con un ramo de flores amarillas. En ese instante, los sirvientes sentados a la mesa estuvieron a punto de ponerse de pie y aplaudirle.

—Señorita Felice. Gracias por ser tan considerada con mis sirvientes.

Le entregó el ramo.

Felice se sorprendió y negó con la cabeza ante las palabras de Claude.

—No es nada. Gracias a usted, yo también he recibido el cariño de gente maravillosa.

—Pero, señorita Felice… ¿Le ha pasado algo?

Claude examinó su rostro. Felice negó con la cabeza y evitó su mirada.

—No, no es nada. Siéntese, por favor. Le traeré té.

Felice le dedicó a Claude la misma sonrisa.

—…Felice.

Claude le sujetó la muñeca a Felice, que se alejaba como si estuviera huyendo.

Felice se detuvo por un momento al ser atrapada, pero enseguida se giró y sonrió.

—¿Sí? ¿Qué pasa?

Inclinó la cabeza como si no fuera nada.

—Ya se lo traigo. Su muñeca…

—¿Ha visto el periódico?

Preguntó Claude, y la sonrisa de Felice se desvaneció.

Parecía a punto de derramar lágrimas, pero con voz temblorosa dijo que estaba bien.

Se notaba que intentaba sonreír, pero su expresión se torció de una manera extraña, pues su rostro y su corazón no estaban sincronizados.

Finalmente, las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—Por favor, suélteme, Señor Claude.

Ella bajó la cabeza y le suplicó.

Claude soltó su muñeca. En su lugar, se acercó a ella, pero Felice retrocedió más rápido.

Los sirvientes, sentados en la mesa sintiéndose incómodos, se miraron unos a otros con ojos nerviosos y se levantaron sigilosamente.

Felice, que había retrocedido, vio que los sirvientes se habían levantado.

Los sirvientes se detuvieron al encontrarse con la mirada de Felice, y Claude suspiró, llevándose una mano a la frente.

—Por favor, entren todos.

—Oh… lo siento, a todos ustedes.

Felice miró a los sirvientes, con los ojos de nuevo llenos de lágrimas.

Todos hicieron un gesto de negación con la mano y se tragaron el té caliente de un solo trago.

—Está delicioso. Ja, ja, y las flores también son hermosas.

—Así es. Estaba delicioso. La próxima vez, nosotros prepararemos el té. Tomemos el té otra vez con nosotras, señorita.

—¡Señorita! ¡El té estaba realmente delicioso!

Incluso Annie se unió, diciéndole a Felice que estaba delicioso y agradeciéndole.

Felice se sintió más pequeña al escuchar esas palabras de agradecimiento. Ella había querido servirles esta vez, pero en cambio, había recibido consideración de parte de ellos.

Por lo tanto, Felice intentó sonreír a la fuerza.

—No es nada. Yo estoy más agradecida.

Los sirvientes salieron silenciosamente de la mansión.

Todos, con tacto, dejaron a Felice y Claude a solas.

—Aah… ¿Qué tal si hablamos en el estudio?

—No, no hay necesidad de hablar.

Felice se limpió las lágrimas de la cara con el dorso de la mano y miró fijamente a Claude.

—Usted ordenó el silencio a propósito, ¿verdad? Cada vez que preguntaba, a propósito me distraía de ese tema… Todo… Aún así, está bien.

Felice sonrió.

Luego se despidió de Claude e intentó subir a su habitación.

—¿No tiene nada más que preguntar? ¿De verdad?

Claude permaneció de pie y le habló a Felice, que se alejaba.

Felice se detuvo, dijo que no había nada y subió las escaleras.

—No había otra opción.

Pero Claude abrió la boca.

—Señorita Felice, esto…

—Señor Claude.

Felice, que subía las escaleras, se dio la vuelta.

Su voz, llena de súplica, llamó a Claude.

—Por favor, no diga nada. Solo…

El rostro de Felice mostraba una expresión que Claude nunca había visto.

—Felice……

—Solo… pensaré que es el precio del vestido, el precio de las pertenencias de mi abuelo.

Felice se despidió de nuevo y subió las escaleras.

Claude cerró los ojos con fuerza.


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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice

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