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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 54

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Ahora, el diente de león se había convertido en una herramienta para escapar de las clases.

Felice acechaba, observando la espalda de Claude, buscando la oportunidad perfecta para evadir la clase. Su plan era señalar un diente de león lejano, pedirle a Claude que lo recogiera porque «se veía grande y bonito», y en cuanto él se moviera, huir con la canasta.

Por un momento, el plan le recordó al que hizo en la mansión del conde Regrand, pero se prometió a sí misma que esta vez también tendría éxito.

—Claude, creo que ya solo falta uno más.

Felice se aferró al asa de la canasta.

Al escuchar a Felice decir «solo uno más», Claude abrió los ojos de par en par y la miró. Al ver su expresión de pura alegría, el corazón de Felice se llenó de culpa.

—¿El último?

—Sí…

Sin embargo, pensó que esa cara de alegría pura también estaba impulsada por el deseo, así que decidió ignorarla.

—Por allá… ¿ve aquella flor? Me parece que es la más bonita de todas. Si me ayuda a recoger esa, podemos terminar.

Felice le ofreció a Claude una sonrisa inofensiva.

Claude desvió la mirada hacia donde apuntaba el dedo de Felice. A lo lejos, había una flor que destacaba.

—De acuerdo.

Claude se levantó lentamente de la posición en la que estaba arrodillado.

Felice, temiendo que se diera la vuelta, se quedó sentada en la hierba hasta que él estuvo cerca del diente de león. Con la mirada fija en su espalda, Felice tragó saliva de nuevo. Estaba tan nerviosa que las palmas de sus manos empezaron a sudar.

Cuando él iba a medio camino, Felice respiró hondo y se levantó. Y, sin pensarlo, agarró la canasta y echó a correr.

—… ¿Felice?

Pero la reacción de Claude fue mucho más rápida de lo que ella había imaginado. ¡Esperaba que no se diera cuenta hasta que llegara y recogiera la flor!

Pero ya no había nada que hacer.

Felice ya estaba corriendo.

Si me atrapa…

—Felice.

—¡Aaaaah!

Felice fue alcanzada por Claude antes de que pudiera salir del área del estanque. Ella se tambaleó cuando él la agarró de la cintura con su brazo.

Los dientes de león de la canasta salieron volando por el aire y cayeron, thump, thump, sobre sus cabezas.

—¿Me mintió?

La voz de Claude a sus espaldas hizo que a Felice se le erizara la piel. Le temblaron las puntas de los dedos.

—Ah…

Felice volteó la cabeza lentamente.

Claude, con solo una sonrisa en los labios, la miró con ojos aterradores.

—Me decepciona que la maestra intentara huir de su alumno antes de la lección.

—No… no estaba huyendo… Ja, ja. Sentí que necesitaba hacer ejercicio, como estuve sentada mucho tiempo. Ya sabe, ejercicio de correr. Ja, ja.

—Cualquiera diría que estaba huyendo, maestra. Si hizo algo malo, ¿no cree que debería haber un castigo apropiado?

—¿U-un castigo?

—Como intentó huir, le pido que tengamos una lección de recuperación.

—…¿Una lección de recuperación?

Felice abrió los ojos de par en par ante la inesperada palabra.

Sin embargo, Claude simplemente arrojó la pala que tenía en la mano al suelo.

Y se desabrochó los botones de su camisa.

—Felice. Desvístete.

Su orden resonó en el aire.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

Bajo el calor abrasador, Claude puso a Felice en un instante sobre el lecho de dientes de león que él mismo había recogido.

Su sombrero de paja ya había salido volando, y la ropa se la quitó rápidamente para tirarla a un lado, junto a la canasta.

Claude se tragó los labios de Felice y le agarró los pechos.

—Ahh… Claude…

Cuando veía a Felice tener esas ideas tan adorables de huir de él, le parecía tierna por un lado, pero por otro, sentía la ansiedad de que ella pudiera dejarlo en cualquier momento.

Aun así, sentía que, si Felice se lo pedía, él accedería a cualquier cosa, incluso sabiendo que ella podría escapar.

—Hmp.

Claude tomó su pecho en la boca.

Al llegar a esa conclusión, Claude, sintiéndose malicioso, le dio un ligero mordisco en el pezón con los dientes.

—¡Hmp! ¡Claude!

Felice clavó sus uñas en su espalda y lo llamó por su nombre.

Pero Claude no tenía intención de dejarla ir.

—¡Ah, ah!

Claude continuó acariciando obsesivamente los pechos de Felice y luego levantó la parte superior de su cuerpo.

Al mirarla desde arriba, la belleza de Felice le provocó un deseo inmediato de penetrarla.

Pero hoy lo haría lo más lento posible. Lo suficiente para que ella no pudiera evitar desearlo.

Claude se limpió bruscamente la boca con el dorso de la mano y le advirtió a Felice.

—Si vuelves a huir, te haré algo más vergonzoso, Felice.

Felice tragó saliva y asintió.

—Abre las piernas.

Siguiendo la orden de Claude, Felice abrió lentamente sus muslos. Avergonzada, Felice se cubrió su centro con la palma de la mano. Su rostro, volteado hacia un lado, estaba tan rojo como una manzana madura, y sus ojos estaban fuertemente cerrados.

—Te sobra una mano, Felice. Entonces, sujétate las piernas tú misma, ¿sí?

Las pestañas de Felice, que estaban fuertemente cerradas, se abrieron ante su orden. Sus ojos, con un toque de reproche, parecieron protestar, pero en seguida obedeció a Claude y se sujetó ambas piernas.

—No me detendré hasta que digas «por favor, pónmelo», así que sujétate bien hasta entonces.

Después de darle una orden tan vergonzosa que era imposible que saliera de su boca, Claude se inclinó rápidamente.

—¿Qué…? ¡Hmp! ¡Ah!

Sacó su lengua, la puso rígida y lamió el espacio entre sus muslos.

—¡Hng!

Felice gimió y arqueó la espalda. Sin embargo, por temor a desobedecer la orden de Claude, apretó sus muslos blancos con tanta fuerza que se pusieron rojos.

Satisfecho con eso, Claude la ayudó a cumplir su voluntad, sujetándola por las caderas y levantándola para que su lengua entrara más profundo.

—¡Ah…! ¡Cla-ah!

Felice se sobresaltó y retorció su cuerpo. El lugar que se movía, quería atrapar la lengua de Claude. Él jugó con su lengua cerca de la entrada, y luego subió de nuevo para lamer su punto clave.

—¡Hng, Claude!

Entonces, Felice lanzó un grito de placer.

Con el rostro pegado a su intimidad, Claude frunció el ceño mientras lamía su néctar vorazmente.

Había planeado hacerlo lo más lento posible, hasta que ella le pidiera que la penetrara, pero su paciencia estaba llegando al límite más rápido de lo esperado.

—Felice.

Claude levantó la cabeza, jadeando con dificultad.

—Cla… Claude…

Los ojos de Felice, que solo pronunciaba su nombre, se movían incesantemente.

Claude, frunciendo el ceño alrededor de la nariz, volvió a hundir su rostro en su abertura. Presionó su punto clave con los dedos, mientras su lengua vagaba como si quisiera entrar.

—Hng… hmm… Hng, Claude… Por, por favor… ponlo, pónmelo.

Al mismo tiempo que ella le suplicó, Claude levantó la cabeza.

Por poco no podía cumplir con su propia orden.

Claude colocó la punta de su erección en la entrada de Felice, que estaba húmeda.

—Ha…

Con solo colocarla, soltó un breve gemido.

—Felice. Dilo de nuevo.

—Acabo de decirlo…

—De nuevo.

—Ah…

Claude exprimió lo último de paciencia que le quedaba, agarró la punta de su erección y la frotó desde la entrada de ella hasta su punto clave.

—Hng… Por, por favor… ponlo… ¡pónmelo!

Tan pronto como terminó de decirlo, Claude la penetró. Frunció el ceño con fuerza al sentir a Felice aferrarse a él con su calidez.

Sentía que se correría al instante debido a la forma en que su interior se contraía.

—Ah… Felice.

Claude gimió y le agarró las piernas. Felice, que ya había soltado sus muslos, agarró el césped con una expresión de dolor.

Bajo el sol, el cuerpo blanco de Felice se había vuelto rosado.

—Ah… qué hermosa.

Mientras la penetraba con fuerza, Claude observó cada parte del cuerpo de Felice.

Sus pezones, sobre su pecho que se movía, estaban duros y lo esperaban, como si fueran suyos, y había un pequeño lunar debajo de su pecho.

Su ombligo tenía forma de pájaro, y cada vez que la penetraba, la parte inferior de su vientre se abultaba.

Claude grabó en su memoria cada detalle de Felice.

—¡Hng! ¡Ah!

Y cuán hermoso era el sonido de sus gemidos. La avaricia por ella lo estaba volviendo loco.

Sería genial encerrarla en la mansión.

Y hacerlo así, mientras recogen flores. Y mientras leen un libro en la biblioteca. Y mientras duermen en la cama blanda…

—¡Ah, Felice!

Claude no pudo aguantar más y se corrió dentro de ella.


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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice

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