La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 52
Antes de que Felice pudiera siquiera abrir la boca.
Las damas y las señoritas, como si hubieran estado esperando, empezaron a hablar del anillo de Felice.
—Vaya. Yo también quise conseguirlo, pero ni a través de mi esposo pude. Me dijeron que no lo venderían sin importar lo alta que fuera la oferta.
—¡Un anillo Wether, oh, por Dios! ¿Eh? Pero… ¿un anillo Wether siempre fue así?
—¿Podríamos verlo de cerca?
Felice parpadeó ante la abrupta propuesta.
Con una mirada desconcertada, observó los rostros de las damas que se le habían abalanzado.
—Ah, como es un regalo… lo lamento. Contiene un sentimiento muy valioso. Por eso soy muy cuidadosa.
Aunque dudó por un momento, Felice rechazó su descortés propuesta con una actitud cortés.
—¿En serio? Aunque sea un regalo, se puede mostrar. ¿O es que el anillo tiene algún problema?
—¿Acaso cree que podríamos rayar su objeto? Si de verdad piensa eso, es muy decepcionante.
—No, no quise decir eso al rechazarla…
—Esto es un alboroto.
Marquesa Defend, que observaba en silencio su comportamiento, frunció el ceño.
Las damas que se habían reunido cerca, observaron la reacción de la Marquesa y se callaron rápidamente.
—Hablemos de cosas apropiadas para el encuentro.
Marquesa Defend terminó la situación con una fuerte reprimenda. Las damas miraron de reojo a Felice y luego se alejaron de ella.
—Parece que nos emocionamos demasiado.
Delise, ahora Lady Whitcombe, le sonrió a Felice.
Felice se sentía injustamente acusada, pero ya no podía decir nada más, pues Marquesa Defend había hablado.
—No, no es eso. Sin querer, fui yo quien cometió un error con ustedes. No quise dar a entender eso.
Tan pronto como Felice terminó de hablar, las damas cambiaron de tema a las pinturas y se acercaron a la Marquesa.
Felice tenía la extraña sensación de que se había trazado una línea invisible alrededor de ella.
Felice sintió que tenía que hablarle a la Marquesa sobre Anny, pero sus labios se sentían pesados.
Sin querer, bajó la mirada y vio el anillo. Recordó la sonrisa de Señora Prichard al dárselo. Al mismo tiempo, recordó a las sirvientas que se habían reunido desde la mañana para apoyarla.
La culpa la oprimía profundamente.
Llegó allí con el cariño de ellos de pies a cabeza, pero en lugar de ayudar al príncipe, su ánimo se vino abajo y los preocupó; y ahora, solo causaba malentendidos entre las damas.
—Por cierto, Señorita Felice.
Duquesa Vanessa, que estaba sentada un poco lejos, se levantó de su asiento.
Con su cabello cuidadosamente recogido, se acercó a Felice con una dulce sonrisa.
—Se parece mucho a… a Almirante Paul Mellon. Si el Almirante la viera, sin duda se sentiría orgulloso.
—¿Eh?
Felice se sobresaltó ante el cumplido repentino. Las otras damas que estaban cerca también se sorprendieron.
—Por casualidad, ¿el anillo se lo dio una sirvienta de la mansión donde trabajaba?
—Ah… sí. Es un regalo de la Jefa de Sirvientas del lugar donde trabajaba.
—Como lo pensé.
El rostro de Duquesa Vanessa estaba lleno de una sonrisa de orgullo que no podía ocultar.
—Cuando Su Majestad la Reina era princesa, le regalaba estas joyas a las sirvientas que más quería cuando dejaban de trabajar en el reino. Por supuesto, son objetos valiosos que no deben ser entregados a cualquier persona.
Con la historia de Duquesa Vanessa, las damas que hasta hace un momento se habían amontonado pidiendo ver el anillo se cubrieron los rostros con sus abanicos.
—La persona que se lo regaló debe sentirse muy orgullosa por la forma cuidadosa en que lo trata, Señorita Felice.
—Ah…
Felice bajó la mirada y vio el anillo.
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El encuentro con los patrocinadores había terminado y, en el camino de regreso, Marquesa Defend se detuvo en la puerta. A su lado, Duquesa Vanessa mantenía su suave sonrisa de siempre.
—¿Así que se opuso?
Las cejas negras de la Marquesa se levantaron.
—Yo solo le hice saber la verdad.
—¿Y qué fue lo que le gustó tanto de Felice, dígame?
—Oh, me pone nerviosa hablarle de Felice a la señora Marquesa.
Duquesa Vanessa soltó una risa.
Pero enseguida, con una sonrisa coqueta, respondió brevemente:
—Usted ya lo sabe, señora.
Era una respuesta muy propia de ella.
—… Duque Vanessa sí que tenía buen ojo.
—Hoho.
Ante las palabras de la Marquesa, Duquesa Vanessa solo se rió. Marquesa Defend estaba a punto de marcharse cuando de repente se detuvo y volteó la cabeza.
—Vaya. Parece que ya estoy vieja. Tsk, a veces mi juicio falla.
Después de decir esas palabras para sí misma, miró de reojo a la Duquesa y dijo:
—No fue el Duque quien la eligió a usted, sino que usted lo eligió a él. El Duque tuvo suerte.
—Hoho… pero ahora esa suerte se irá a otro lado.
Después de decir esas palabras llenas de significado, la Duquesa se despidió por última vez de la Marquesa. La Marquesa no preguntó nada más sobre lo que le dijo y se marchó.
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Felice llegó a la mansión al día siguiente y le pidió a Señor Thomas que le prestara un sombrero de paja.
Y caminó por toda la inmensa propiedad.
Para hacer té de flores.
Claro, en cuanto regresó del encuentro con los patrocinadores, fue a agradecer a cada uno de los sirvientes, pero no era suficiente.
Esta vez, pensó en hacer té con pétalos de manzanilla y diente de león.
Los pétalos de diente de león no solo son fáciles de conseguir, sino que, cuando se secan bien y se ponen en agua caliente, su dulzor sutil es algo que a Felice le encantaba.
—Tengo que ser diligente, pues tardan al menos cuatro días en secarse.
Con la cesta en una mano, Felice tomó una pala que también le había prestado Señor Thomas y se dirigió al lugar que había visto antes.
Normalmente, los dientes de león se ven fácilmente en los campos, pero son difíciles de encontrar en el jardín de Radcliffe, que está muy bien cuidado.
Al final, Felice, aunque de mala gana, se dirigió al sendero del oeste, en lugar de al jardín. Por suerte, encontró dientes de león cerca del estanque.
Felice miró a su alrededor y se acercó.
Como ese era el lugar donde tuvo ese incidente con Claude, últimamente ni siquiera miraba en esa dirección.
—Si sigo tomando clases aquí, no me quedará ningún lugar en la mansión Radcliffe al que pueda mirar.
Felice murmuró, mirando a su alrededor por última vez. Claro, las clases eran inevitables, pero al menos la biblioteca y el dormitorio de él estaban bien.
—Ah…
De repente, Felice recordó lo que pasó en la escuela, se detuvo y cerró los ojos con fuerza.
Aunque la sombra del sombrero la protegía bien del sol, Felice sentía que la cara le ardía.
—¿Qué pasaría si alguien me hubiera visto?
Estaba segura de que había escuchado una voz en el pasillo, pero Claude dijo que no…
—Ahhhh… Pero como no pasó nada, creo que de verdad lo escuché mal. Y por cierto, ¿qué pensará Señorita Elise de Señor Claude?
Felice reanudó la marcha mientras pensaba.
Señorita Elise no apareció en mucho tiempo después de que Felice y Claude entraran a la galería. Elise regresó bastante tiempo después y les explicó a todos que se había retrasado porque se encontró con una señorita amiga suya y se puso a conversar con ella.
Y eso fue todo lo que pasó ese día.
Ambos conversaron, pero no pareció que tuvieran una conversación especial.
La gente allí también miraba a Elise y a Claude. Y al final de esa mirada, Felice también fue incluida. Pero cuanto más la miraban, más se pegaba al lado de Marquesa Defend.
¡Clank!
Justo en el momento en que Felice clavó la pala en la tierra para desenterrar los dientes de león cerca del estanque.
—¡Puh-ha!
—¡AAAAAAAH!
De repente, apareció una persona del estanque.
Felice, sorprendida, se sentó de golpe en el suelo.
—¿Felice?
Claude vio a Felice y la llamó, extrañado.
—Ah… Señor Claude, no… Ah…
Felice intentó calmar su corazón asustado.
—¿Saliste a caminar?
La mirada de Claude se posó en la cesta de Felice.
Pero Felice no pudo responder a su pregunta y solo tragó saliva. Claude, que se acercaba lentamente a ella, por supuesto, no llevaba nada de ropa. Su torso desnudo brillaba con el agua y la luz del sol de verano.
Todavía tenía la parte inferior del cuerpo sumergida en el agua, pero lo que había debajo…
Felice se bajó más el sombrero de paja y asintió con la cabeza.
—Sí… ¡Fl-fl-flo…
—¿Flo?
—¡Té de flores! ¡Quería hacer té de flores! ¡Ja, ja!
Felice respondió con prisa.
Al mismo tiempo, sin darse cuenta, desvió la mirada hacia donde estaba Claude.
—Ah, ¿té de flores?
Afortunadamente, Claude estaba dentro del estanque. Se acercó a Felice, apoyó los brazos en el suelo y la miró.
—Sí…
—Parece que querías desenterrar dientes de león.
Claude sonrió y se echó el pelo mojado hacia atrás.
Respiró hondo y se secó la cara con la mano.
—Lord Claude, ¿qué está haciendo aquí?
Felice preguntó.
—…Una emboscada.
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