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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 33

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Felice frunció el ceño y miró a Claude.

Él estaba blandiendo una espada de madera en dirección a un roble que estaba en el camino. La mansión de los Radcliffe era enorme, pero la zona fuera de la habitación de Felice era un camino estrecho hacia el jardín y no había nada más que árboles.

Parecía que Claude había estado haciendo ejercicio por un buen rato porque ya estaba empapado en sudor. Felice, con los ojos llenos de sorpresa, revisó si realmente era él.

Cabello rubio, complexión fuerte y alta estatura. Sin duda, era Claude.

Felice lo miró con incredulidad. No entendía por qué blandía una espada en un lugar así.

Justo en ese momento, Claude blandió la espada de madera varias veces más.

Felice entreabrió los labios y pensó en irse para no interrumpir su ejercicio. Aunque la habitación de Felice estaba en el segundo piso, estaba muy cerca de donde él se encontraba.

Sin embargo, a pesar de que en su cabeza le decía que no lo interrumpiera, se quedó allí parada, admirando la esgrima de Claude. «Solo una vez más, solo una vez más…», pensó, hasta que, sin darse cuenta, se quedó medio apoyada en el alféizar de la ventana, mirándolo como si estuviera hipnotizada.

A través de la fina camisa de lino, los rayos del sol iluminaban sus tonificados músculos de la espalda, que se movían como olas. Felice tragó saliva sin darse cuenta ante el movimiento.

En ese momento, Claude pareció sentir su presencia y se volteó mientras se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.

Sus ojos azules se posaron en Felice. En cuanto sus miradas se encontraron, Felice se sobresaltó como un gato ladrón y se encogió de hombros.

—Buenos días, Señorita Felice.

Claude sonrió con una sonrisa de oreja a oreja y la saludó de forma casual. Felice, que se había quedado pasmada, agitó la mano en el aire y respondió a su saludo, tocando el alféizar de la ventana en el que estaba apoyada.

—Ah, buenos días, Lord Claude. Buenos días.

En respuesta al saludo de Felice, Claude se echó el cabello empapado en sudor hacia atrás. Al verlo, Felice aguantó la respiración y se mordió el labio. No entendía por qué un simple gesto como acomodarse el cabello por el sudor era tan cautivador.

—Bueno, me voy.

Claude asintió con la cabeza. Luego, se volteó y se alejó.

—¿Eh… sí? Sí, sí…

Felice, confundida por la situación, se quedó allí parada y lo siguió con la mirada, atontada.

Ella siguió su mirada como si estuviera hipnotizada, observándolo doblar la esquina del edificio y desaparecer. Incluso se inclinó un poco más para ver su espalda.

Solo cuando él desapareció por completo, se dio cuenta de su estupidez y retrocedió.

—¡Acababa de prometerme que no lo haría!

Felice cerró los ojos y se golpeó la cabeza con el puño.

Pero Claude no solo se ejercitaba ese día. Durante varios días, Felice solo tenía que abrir la ventana a la misma hora para disfrutar de los músculos de la espalda de Claude en primera fila.

Cada vez que le decía «buenos días», Claude se retiraba del lugar, y Felice se quedaba mirando su espalda mientras se alejaba.

Eran muchos más los días en que rompía su promesa que los días en que la cumplía.

Día a día, los labios de Felice se secaban. Ahora, cada mañana, ella tenía que resistir la tentación que Claude le ofrecía.

Un día, después de regalarle un libro a Annie, estaba de regreso a su habitación.

Había un pequeño estanque al final del jardín oeste, y el día era tan lindo que decidió rodearlo por el sendero. Al ver el verdor del bosque y el agua cristalina, los deseos que la atormentaban últimamente se calmaron un poco.

De repente, Felice se acercó al estanque, se arrodilló y estiró la mano. Se rió brevemente por la sensación del agua fría, pero de pronto, escuchó una voz detrás de ella.

—¿Felice?

Felice se asustó y se levantó. Se volteó y vio a Claude parado justo detrás de ella. Asustada por la cercanía, Felice dio un paso atrás sin darse cuenta. Su pie en el aire rozó el agua.

—¡Ah…!

Felice se cayó de espaldas. Claude, asustado, estiró la mano para ayudarla, pero ya era demasiado tarde.

Además, Felice, presa del pánico, agarró la manga de Claude sin darse cuenta. Al momento siguiente, los dos cayeron al estanque con un fuerte chapuzón.

—¡Eh… Pu! ¡Haa, haa!

Felice luchó por salir. El estanque no era profundo, pero el agua le salpicó toda la cara, y el vestido mojado se le pegó al cuerpo, lo que le dio la sensación de que sus pies no tocaban el fondo. Llenándose de pánico y luchando para no ahogarse, se esforzó por sacar la cara a la superficie.

—¡Felice!

Claude la agarró de la mano.

Felice dejó de agitar los brazos y lo abrazó, respirando con dificultad.

—¿Estás bien? Shh, puedes ponerte de pie. No es profundo.

Claude, tan mojado como ella, la abrazó y la palmeó. Fue entonces cuando Felice se dio cuenta de que sus pies tocaban el fondo y suspiró aliviada. El agua solo le llegaba hasta el pecho; no era profunda.

—Lo siento, Felice. No era mi intención asustarte.

Felice, que respiraba agitadamente, se recargó por completo en su hombro. Al soltar la tensión, su cuerpo perdió toda la fuerza en un instante.

Claude esperó a que se calmara y, cuando su respiración se normalizó, la ayudó a salir del estanque.

Después, Claude también salió. Mientras se secaba el cabello mojado con la mano, la voz de Felice, llena de inquietud, resonó.

—Ah… lo siento, Lord Claude. Yo… de repente me fui para atrás, no. Yo lo agarré a usted… De verdad lo siento.

Los ojos de Felice, que se culpaba por su estupidez, miraron a Claude y se estremecieron fuertemente. La culpa se extendió por sus ojos húmedos. Enseguida, se puso de pie, sollozando sin saber qué hacer.

Felice, que tomaba y soltaba el dobladillo de su vestido mojado con las manos temblorosas, se mordió los labios para contener un gemido a punto de estallar.

Claude, que la había estado mirando en silencio, se acercó a ella.

—Felice.

Calmado, Claude pronunció el nombre de ella y le tomó la cara con ambas manos suavemente. Le levantó el mentón para que sus ojos se pudieran encontrar.

—Esto fue un error mío. Tú te asustaste por un ruido y, por casualidad, el estanque estaba detrás de ti. No te preocupes. Lo siento mucho.

La voz apacible y gentil de él se grabó en los oídos de Felice.

Ella lo miró fijamente a los ojos azules, jadeando de los sollozos.

Él le sonrió suavemente y le pidió disculpas una vez más.

Cuando ella escuchó su disculpa, sintió que las lágrimas la ahogaban aún más. Felice, conteniendo las ganas de decirle que no, que ella era la que lo sentía, se mordió el labio para aguantar el llanto.

—Cla… snif.

Pero a pesar de sus esfuerzos, las lágrimas de Felice lograron escapar de sus ojos.

Cuando una lágrima le cayó por la mejilla y se detuvo en el dorso de su mano, Claude frunció un poco el ceño.

—Vaya… no solo tu vestido está mojado, tus ojos también.

Mientras lo decía, Claude la atrajo suavemente hacia él y recargó la cara de ella en su pecho.

—Tranquila.

Como Felice había hecho con él en el pasado, Claude la palmeó en el hombro.

Felice cerró los ojos por un momento.

Él era demasiado cálido y amable. Y… algo grande y duro se movía en su cintura.

Claude también lo sintió y se separó de ella de inmediato.

Las manos que sostenían sus hombros temblaban un poco. Cuando Felice levantó la cabeza, Claude, con el rostro enrojecido, apartó la mirada hacia un lado. Su nuez de Adán se movió de arriba a abajo.

—Como estamos mojados, por ahora… le diré a la sirvienta que… Si nos quedamos aquí…

Junto con la voz de él, Felice bajó la mirada para ver lo que llevaba puesto. Debido al verano, la tela del vestido era delgada. Al mismo tiempo, el vestido de color amarillo pálido se le pegaba al cuerpo, revelando sus curvas.

No sabía de dónde sacó el valor, pero la mirada de Felice se movió hacia abajo.

En el momento en que vio la protuberancia, los labios de Felice se entreabrieron.

—Le pediré que traiga una manta…

—¿Cuándo le gustaría tener la quinta lección?

Ella misma no sabía lo que estaba pensando ni por qué de repente le hizo esa pregunta.

Simplemente salió de su boca.

La mirada de Claude se movió lentamente hacia Felice.

Ahora, la respiración de él se había vuelto un poco más fuerte.

Felice no evadió su mirada y se deleitó con sus ojos azules.

Sus miradas se cruzaron, lo único que se podía escuchar entre ellos eran sus fuertes respiraciones y el sonido de las gotas de agua cayendo al suelo.

Con el aleteo de un pájaro que voló de algún lugar, Claude se tragó los labios de Felice.


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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice

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