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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice - 28

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La repentina orden dejó a Felice paralizada. Las miradas de los sirvientes pasaron de Claude a ella.

Mientras esto ocurría, Claude salió del pasillo y abrió la puerta. Él se alejó, caminando hacia la brillante luz del sol.

Felice, que estaba parada con torpeza, se dio cuenta y lo siguió de inmediato, en el instante en que Claude salía por la puerta.

 

—Ehh… Mayordomo, ¿Qué hacemos con la obra?

 

El sirviente que se había quedado solo le preguntó a Mayordomo Ben.

 

—Por ahora no la cuelgues, cúbrela con una tela y déjala ahí.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

¿Se habrá enojado?

Felice siguió a Claude afuera, entrecerrando los ojos ante la repentina luz del sol. Levantó una mano para protegerse y buscó a Claude, a quien no veía.

 

—Cl… ¿Ah? ¡Lord Claude!

 

En ese momento, Claude estaba doblando la esquina del edificio. Felice lo llamó, pero al parecer su voz no lo alcanzó, ya que su figura desapareció.

 

—¡LordClaude!

 

Felice llamó a Claude y se acercó a la esquina del edificio.

Cuando Felice llegó a la esquina y asomó la cabeza. Claude, que estaba recargado en la pared, la miraba de frente.

 

—¿L-Lord Claude?

 

Felice se sobresaltó, se encogió y miró hacia él.

 

—¿Hay algún problema con la pintura?

 

Claude, con las mangas de su camisa blanca remangadas hasta el codo, ladeó la cabeza y preguntó.

Sus ojos azules, ligeramente entrecerrados, brillaban intensamente. Parecía ser por el intenso sol de verano.

Felice bajó la cabeza apresuradamente y se alejó un paso de él.

 

—Ah… Es que. Me parece un poco delicado decirlo.

 

Felice dudó y no lo dijo de inmediato. Como la habían llamado tan pronto como llegó a la mansión, sin darle tiempo de desempacar, la bolsa con el regalo de Annie todavía estaba en la mano de Felice.

Ella sujetó el asa de la bolsa con ambas manos y se mordió los labios, humedeciéndolos con su lengua.

 

—Está bien, dime.

 

Claude le respondió con voz suave.

 

—…Felice.

 

Ante la voz, repentinamente cercana, Felice levantó ligeramente la cabeza y se congeló. El rostro de Claude estaba muy cerca del suyo. Su mente le decía que huyera, pero Felice tragó saliva y miró fijamente los ojos de Claude.

‘Qué claros’, pensó.

‘Como joyas’.

 

—¿Felice?

 

Claude movió la cabeza. Solo entonces, Felice se sobresaltó y abrió los labios de golpe.

 

—Es que… hay una pincelada que está mal en el centro de la pintura. Pero si es del artista que fue galardonado el verano pasado, eso no es posible.

 

Felice lentamente evitó su mirada y echó la cabeza hacia atrás.

 

—¿No podría ser un error?

—No, es una persona con una personalidad obsesiva, eso no es posible.

—Tal vez la vendió a bajo precio porque necesitaba dinero.

—Él tampoco… es esa clase de persona.

—¿Cómo es que sabes tanto sobre ese artista?

—¿Qué?

 

Felice se dio cuenta de su error.

Lo sabía porque él y su maestra de arte eran la misma persona…

 

—Ah… Es que… Las esposas me lo contaron. Jaja.

 

Sin embargo, las arrugas en el ceño de Claude no se alisaron.

 

—¿Ah sí?

—…Sí.

 

Felice respondió con una voz insegura. El rostro de Claude seguía estando peligrosamente cerca del suyo.

Felice tragó saliva y retrocedió con pasos aún más grandes.

Pero se tropezó con una piedra y se cayó.

Claude estaba demasiado cerca. Sintió que la mano de él estaba a punto de tocar su cintura.

Felice, gritando internamente, levantó rápidamente la enorme bolsa que tenía en la mano y la puso como un escudo frente a él, a pesar de que su cuerpo se estaba cayendo.

 

¡PAF!

 

Claude recibió un golpe en la cara por la bolsa de Felice, y luego, Felice cayó al suelo con un ¡BUM!.

Un silencio incómodo llenó el espacio entre los dos. Felice, que había cerrado y abierto los ojos en el suelo, se levantó de un salto y gritó:

 

—¡Lo-lo siento!

 

Tan pronto como se levantó, corrió de vuelta a la mansión.

Claude, que de repente había recibido un golpe en la cara con una bolsa, miró atónito la espalda de Felice.

 

—Me trató como a un acosador…

 

Claude se miró la mano y soltó una risa ahogada.

 

—¡Ha…!

 

Luego se tocó la frente y cerró los ojos.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

—¿Oíste eso? Barón Cohn, al que le dieron una bofetada, al final hizo a la institutriz su concubina.

—¿Ah, sí? Mejor te apuras, es tu turno.

 

Claude, que asistía a un banquete en la mansión de Vizconde Barotte, bebía vino solo mientras escuchaba de reojo la conversación de la mesa de al lado.

Algunos se le acercaban, pero él irradiaba un aura que los mantenía a distancia.

No estaba de humor porque Felice lo había estado evitando últimamente.

Quería hablar con ella porque le molestaba que lo tratara como a un acosador, pero ella ni siquiera quería hablar con él.

 

—A Barón Cohn le va bien, dicen que está muy ocupado.

—Hum. Una dama noble caída en desgracia sin dinero. Su orgullo no puede competir con el dinero.

—¿Eh? ¿Estás hablando del barón Cohn? No fue por dinero.

 

Justo cuando Claude dejó su copa de vino vacía sobre la mesa. La conversación de la mesa de al lado llegó a sus oídos por casualidad.

 

—¿No fue por dinero? ¿Cómo es eso posible?

—Bueno, el inicio no fue bueno, ya que le dio una bofetada. Pero dicen que Barón Cohn se enamoró de verdad de la institutriz.

—… ¿Amor?

 

El hombre frunció el ceño, a punto de dejar caer su carta.

 

—El Barón perdió a su esposa, ¿no? Pero dicen que la institutriz no quería ser su esposa formal.

—No, eso no importa. ¿Cómo es que la institutriz aceptó la confesión del Barón? Si no fue por dinero, ¿por qué? La bofetada que le dio en público es una historia muy famosa.

 

Claude le pidió otra copa de vino a un sirviente que pasaba.

Él también sentía curiosidad.

Si no la compró con dinero, ¿cómo se ganó el corazón de la mujer que lo abofeteó?

De cierta manera, era similar a la situación en la que él estaba.

Después de todo, le habían pegado con una bolsa en la cara.

 

—¿Cómo lo llaman, una disculpa sincera…?

—¿Qué es esa…

 

El hombre al otro lado de la mesa dejó caer la carta con un golpe, molesto por lo que el otro había dicho.

 

—Mejor dime que a los caballos les han crecido cuernos. ¡¿Cómo va una disculpa sincera a cambiar el corazón de una mujer?! ¡¿Cómo?!

—No, es en serio. Y hay algo más. Tú en serio no sabes nada.

—¿Algo más? ¡Ese debe ser el verdadero motivo! ¿Qué es? Para serte sincero…

 

Los hombres ya habían dejado las cartas sobre la mesa. Claude también se inclinó sutilmente hacia la mesa de al lado, bebiendo el vino que el sirviente le había traído.

 

—Para serte sincero, Barón Cohn… tiene algo de dinero y está en buena forma… pero le falta eso, eso de ahí.

 

La mano del hombre se movió hacia arriba.

 

—El cabello. La familia de Barón Cohn ha sido calva por generaciones. Es un defecto muy fatal.

—Pero todos se casaron y tuvieron descendientes.

—Ay, eso es lo que digo, que se casaron sin amor. Porque Barón Cohn tiene dinero.

—Te equivocas. ¿No sabías que las esposas de Barón Cohn tienen mucha influencia en la alta sociedad?

—¿Qué es, qué es? Dímelo.

 

En ese momento, la voz del hombre bajó.

 

—Dicen que esa familia, de generación en generación… la tienen muy grande.

 

La mano de Claude que sostenía la copa de vino se detuvo.

¿Grande?

 

—… ¿Grande?

—Las caras de las esposas del barón Cohn siempre han sido muy brillantes. Hay tantas esposas que han mordido sus pañuelos de envidia. Y además, ganan mucho dinero.

—… ¿Ah, sí?

—Tú en serio no sabías nada. Es muy famoso.

—¿Entonces la institutriz cambió de parecer por lo grande que la tenía?

—Bueno… eso es algo que decimos entre nosotros, que no sabemos la historia completa. Pero dicen que sí se disculpó de forma sincera.

 

Los hombres encendieron cigarros y exhalaron el humo.

 

—No hubo dinero, ni regalos, ni siquiera flores. Solo un lugar con buen ambiente y una vista hermosa. Dicen que no es solo el dinero lo que hace que el corazón de una persona se estremezca. ¿Que se disculpó de esa manera?

 

Hmm…

Claude frunció el ceño.

Se preguntaba si había cometido algún error con Felice.

Pero la última frase del hombre resonó en él: que no es solo el dinero lo que hace que el corazón de una persona se estremezca.

 

—Pero para saber si la tenía grande, ¿eso significa que la disculpa sincera funcionó? Después de todo, tuvieron que compartir amor, ¿no?

—Dicen que ese día… llovió. Y el Barón se empapó por completo.

 

El hombre que exhalaba humo de repente se atragantó y comenzó a toser.

 

—… ¿Qué?

—Nada. Solo digo.

 

El hombre se rio y sopló el humo del cigarro.

¿El tamaño es importante?

Claude miró disimuladamente hacia abajo.

Para que lo llamen ‘grande’, ¿qué tan grande debe ser?

En ese momento, de repente, recordó el libro erótico que Felice tenía.

 

—Hmm… Es mucho más grande que en el libro.

 

Ante sus palabras, las miradas de los hombres de la mesa de al lado se dirigieron a Claude. Pero la mirada penetrante de Claude hizo que se dieran la vuelta rápidamente.

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La lección secreta de Señorita Baronesa Felice

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