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Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 82

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Aquel murmullo, que parecía un pensamiento en voz alta, hizo que Chowon se detuviera a mitad de la escalera. No le pareció un cumplido vacío, sino algo que salía del corazón.

—…¿Por qué vuelve a cambiar de tema? No va a funcionar.

Justo cuando una avergonzada Chowon intentaba disimular con un regaño, él levantó la cabeza. Sus ojos afilados la examinaron con calma y luego sentenció:

—Sí funcionó.

En ese instante, el calor que ya sentía en la cara subió como una llamarada hasta la punta de su cabeza. Chowon, por puro instinto, sacó su abanico y se abanicó con fuerza mientras subía los escalones.

—¡Uf, qué calor hace!

‘Qué linda’

Seungjun se quedó mirando a la mujer que huía, sonriendo, de repente, miró su propia mano. En la pulpa rosada del durazno, se veían claramente las marcas de los dientes de Chowon.

—¿Quieres un durazno?

—No, gracias.

Se rió entre dientes y le dio un gran mordisco al durazno a propósito. Justo cuando iba a doblar la esquina de la escalera para alcanzarla antes de que se escapara más lejos.

En el piso de abajo, una criada que los había estado observando desde atrás de la esquina se escondió rápidamente cuando se encontró con la mirada de Seungjun.

‘¿Qué hace esa mujer?’.

La distancia era grande, así que probablemente no había escuchado lo que se habían susurrado, pero no podía sacudirse una sensación de incomodidad. Una criada debía seguir a la princesa como una sombra en caso de que ella la necesitara. Por eso, que la siguiera no era el problema. Lo que le resultaba incómodo era la actitud que había mostrado desde hace un momento.

—¿Qué está haciendo?

Seungjun, que miraba en la dirección en que la criada había desaparecido, reanudó su camino al escuchar la voz desde el piso de arriba.

—¿A dónde va? ¿Al dormitorio? ¿Al baño?

—Hay tantas habitaciones en este lugar. ¿Solo hay dormitorios y baños?

—La devoción que tiene por hacerlo en cada habitación de este castillo es tan admirable que quisiera imitarla.

—¡Ay, no quise decir eso! De verdad que es un jefe pervertido.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

A través de la rendija de la puerta se filtraba el tarareo de una canción y el sonido del agua. Mientras continuaba la canción de una joven que llamaba a su amante secreto, al otro lado de la pared, una velada amenaza y un trato estaban en pleno apogeo.

—Mi pecho se siente oprimido por una roca, no puedo dormir bien.

El joven, un hombre de gran estatura y complexión, se quejaba de una forma que no correspondía a su físico.

—Anoche incluso pensé en ir al templo para confesar mis pecados a Dios y rogar por su perdón.

Ante la mención de ‘confesar mis pecados’, la mujer de mediana edad que estaba frente a él frunció el ceño. No era la primera vez que este hombre la amenazaba de forma velada con varias excusas.

¿La excusa de hoy era el remordimiento? Estaba insinuando que, fingiendo confesar sus pecados a un sacerdote, revelaría los crímenes de ella y de su señor.

Lo que el hombre quería era obvio.

Dinero.

En lugar de responder, la mujer se quitó la bolsa de cuero que llevaba en la cintura y la levantó. El hombre dejó de quejarse de golpe y miró la pesada bolsa, llena del tintineo de monedas de oro, con ojos hambrientos.

—Hoy es la última vez.

—¿Tan pronto?

El que decía que no podía dormir por el remordimiento no mostró alivio al oír que era la última vez, sino que no pudo ocultar su decepción.

—Si terminas bien y sales, te daré una gran recompensa.

La mujer se volvió a atar la bolsa de monedas de oro en la cintura y sacó un trozo de tela blanca de la manga de su vestido, entregándoselo al hombre.

—¿Qué es esto?

—Como puedes ver. Déjalo en la cama y sal.

El hombre desdobló la tela que le dieron y la examinó. Al ver un bordado en una de las esquinas, se rió por lo bajo.

—Qué es esto. Qué objeto tan chapucero… ¿A quién crees que puedes engañar con una falsificación tan barata…?

—Cállate y haz lo que te digo.

El tintineo de la bolsa en la cintura de la mujer lo hizo callar de inmediato y se metió la tela dentro de su chaleco. La textura del chaleco de seda de alta calidad, que no podría permitirse con sus ingresos, le resultó tan sublime que fue una lástima.

—Y esta ropa…

—Es tuya.

La mujer respondió secamente y luego golpeó la puerta firmemente cerrada. El tarareo que venía del otro lado se detuvo de golpe.

—Señorita, ha llegado su señor.

Se escucharon pasos apresurados, la luz que se filtraba por la rendija de la puerta desapareció por completo. Solo entonces, la mujer sacó una llave de aspecto tosco y abrió el gran candado que colgaba de la puerta.

Apenas el hombre entró en la oscuridad, donde no se podía ver el suelo, la mujer cerró la puerta de golpe. El dulce aroma que salió de la habitación le provocó un dolor de cabeza.

A diferencia de otras noches, la mujer cerró bien la cerradura y salió de inmediato para montar a caballo. Cabalgó por la noche hasta llegar a una tienda en la plaza de Nebelberg. Pasó bajo un viejo letrero con una serpiente enroscada en un bastón y se dirigió a la parte trasera de la tienda, donde llamó a la puerta.

—¿Quién es a estas horas de la noche…?

Después de un rato, un mago abrió la puerta con la cara llena de sueño, luego sus ojos se abrieron de par en par.

—Ah, justo estaba esperando que llegara, he conseguido la sangre que ordenó.

La mujer miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estuviera escuchando y susurró:

—Qué bien. Pero necesito una cosa más.

—¿Qué cosa, me pregunta?

—Veneno. De efecto inmediato.

La bolsa de monedas de oro en la mano de la mujer tintineó.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

A estas alturas, uno podría sospechar que hay un sistema en esta novela para evitar que se llegue al final.

Seungjun desdobló un pergamino de vitela lujoso y soltó un suspiro. Detrás de él, gotas de lluvia gruesas golpeaban la ventana herméticamente cerrada de su oficina. El sonido era como una urgencia, lo que aumentaba su ansiedad.

La partida seguía retrasándose.

Cuando pensó en irse al terminar la ola de calor, la lluvia torrencial ocupó su lugar. Entonces, decidió partir cuando la lluvia continua disminuyera. Pero justo cuando la lluvia se calmó, llegó una carta escrita a mano por el rey.

Era una orden de expedición para acabar con el dragón del mar de Vüsten, al sur.

Seungjun miró con el ceño fruncido la firma al final de la carta.

‘Seguro es Karl, el bastardo’.

Era una persona que se merecía muchos insultos. ¿Ordenar una expedición al esposo de su hermana, que moriría si no tenía relaciones sexuales todas las noches?

Aquí, el rey insinuaba dos opciones:

La primera, que el duque fuera solo a la expedición, dejando a la princesa en el ducado.

Si la princesa no moría y se mantenía sana y salva, se revelaría a todo el mundo que ella había sido infiel. La reputación de las princesas ya no era buena debido a la maldición vulgar. Gracias a que Chowon había fabricado fertilizante y curado a los enfermos, había logrado recuperar un poco de su honor, pero si se iba sin éxito, la princesa Frizia sería marcada de por vida como una mujer promiscua.

‘¿Será que está buscando esto?’.

¿Y si la princesa muriera? El dragón se despertaría, era obvio a quién culparía el rey.

Y la segunda opción, llevar a la princesa al campo de batalla.

Seungjun de repente recordó cuando su hermana estaba muy emocionada por irse de viaje por Europa. A pesar de que le molestaba, él había revisado personalmente la ubicación de cada alojamiento y había eliminado los lugares peligrosos.

Aunque en casa se portan como si quisieran matarse, afuera se preocupan más que nadie por la seguridad del otro. Por lo tanto, un hermano normal nunca enviaría a su hermana a un lugar peligroso.

‘Pero este bastardo, que se dice hermano…’.

Las excusas escritas en la carta eran muy plausibles. La subyugación del dragón había estado estancada durante años, se lamentaba del sufrimiento de la gente de la costa de Vüsten y el comercio, bla, bla, bla…

La verdadera intención detrás de la excusa era obvia. No era muy diferente de cuando había hecho una demanda descabellada de armas y armaduras hace unos meses. Como la reputación del ‘Duque de Rodell’ había mejorado dentro y fuera de su feudo gracias al suministro de alimentos, sintió envidia.

‘¿Por qué un rey tiene una mente tan pequeña como un plato de salsa…?’.

Un jefe que es incompetente pero diligente es lo peor. Y si a eso le sumas los celos, es un desastre total.

Incluso el duque de Castel, cercano al rey, se había sorprendido por la orden de expedición. Aunque se decía que estaban haciendo todo lo posible para cambiar la opinión del rey en el palacio, ellos no podían quedarse de brazos cruzados.

—¿No le dijiste la verdad de forma demasiado honesta?

Cuando Seungjun preguntó con tono indiferente, sin apartar la vista de la carta, Bastian, que estaba organizando los libros de contabilidad en una mesa de la oficina, se detuvo en seco.

‘¿Pensó que no me daba cuenta de que le cuenta todo?’.

¡Ejem!, el joven rubio se aclaró la garganta con su hábito ya conocido.

—Lo suavicé un poco al transmitirlo, pero…

No pudo terminar la frase y balbuceó. Claro, no tenía nada que decir aunque tuviera una boca.

Fue en el momento en que Seungjun soltó un largo suspiro, como para que lo escuchara. El sirviente anunció desde fuera de la puerta:

—Gran Duque, la comitiva del barón Fulmes ha llegado.

Eso significaba que la solución que habían encontrado en colaboración con el duque de Castel había llegado. Seungjun enrolló el pergamino y se levantó.

Nada más entrar a la sala de audiencias, ordenó que todos los vasallos de la casa Fulmes salieran. El barón, que sintió que algo andaba mal, le pidió que le permitiera quedarse con su hijo y unos cuantos caballeros, Seungjun se lo concedió.

Seungjun se sentó en la silla sobre la plataforma al final de la sala de audiencias y miró al hombre con la cara lívida. El barón Fulmes se mantuvo erguido sobre la larga alfombra, observándolo con cautela. Aún se notaba en su rostro la amargura por el asunto de los kobolds.

—¿Qué es esa orden real?

Aunque habían usado la orden real como excusa para que viniera, no era del todo mentira. El sirviente tomó la carta del rey de manos de Seungjun y se la entregó al barón. Mientras la leía, el hombre parecía cada vez más confundido.

—Esta es una orden real para el Gran Duque, ¿no es así?

—Así es.

—Entonces, ¿por qué me llamó para esto…?

—Esto es un gran problema.

—……..

—Como sabe, no puedo dejar a la princesa. Además, como puede ver, sufro de una enfermedad…

El barón lo miró fijamente, con la cara más saludable que la de nadie, soltó un resoplido.

—¿Qué artimaña es esta?

Seungjun le dio una sonrisa torcida una vez, luego comenzó a revelar su estratagema.

—Pero no podemos desobedecer la orden real.

—Desde la antigüedad, en casos como este, el leal es quien se ofrece. Hay muchos casos en los que un señor feudal menor, protegido por un gran señor, va a la expedición en su lugar, ¿no es así?

Cuando Bastian lo respaldó, el barón finalmente comprendió la intención y resopló con desdén.

—¡Vámonos!

El barón se dio la vuelta para salir, rodeado por los caballeros y su hijo como una barrera. En ese momento, una voz fría se clavó en su nuca.

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