Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 79
—En fin…
El problema es que no se me ocurre nada en este momento.
—Todo eso es solo un rumor.
—Demuéstreme que…
‘El que esparce el rumor es quien tiene que demostrarlo. ¿Por qué el damnificado tendría que hacerlo?’
—Retírese. Estoy ocupado.
Seungjun interrumpió a Marius y agitó la campana ruidosamente. Al instante, el joven sirviente que estaba afuera abrió la puerta y entró.
—Me llamó, duque.
—Acompañe al señor Marius a la salida.
Aunque solo tenía que caminar unos pasos hasta la puerta, el sirviente, que era muy astuto, no se inmutó ante la extraña orden de que lo acompañara a la salida.
—Lo guiaré a la salida.
El joven se inclinó y señaló cortésmente hacia el pasillo. Marius, sin otra opción que irse, apretó los dientes y se fue a zancadas, tal como había entrado. Sin despedirse.
Por fin, solo en su tranquila oficina, Seungjun se quedó pensando mientras golpeaba el cuaderno.
Parecía que filtrar información falsa era una buena idea. Incluso pensó en crear varias versiones y esparcirlas entre sus allegados.
‘Qué dolor de cabeza.’
Suspiró al ver la cabaña de la bruja marcada en el mapa.
Pronto tendría que irse, y no sabía si este asunto se resolvería antes.
—Ay, qué calor.
Chowon se abanicaba el cuello con un abanico de seda mientras caminaba por el pasillo. Se preguntó si había sido una mala idea moverse con un calor que te hacía sudar sin hacer nada.
¡Crunch!
Pero tan pronto como mordió el durazno que tenía en la mano izquierda, cambió de opinión.
‘Ay… la pulpa es increíble.’
No solo el aroma era fresco, sino también el sabor dulce. Enseguida entendió por qué le llamaban una fruta caída del cielo.
Este durazno provenía de un duraznero que estaba en el jardín trasero del castillo del duque, al que le habían puesto fertilizante mágico.
En la región de Roudel, hacía tanto calor y sol por muy poco tiempo que la fruta no maduraba bien. Si se quería cultivarla, se debía hacer en un invernadero, y le habían dicho que las que crecían al aire libre eran pequeñas y no sabían bien.
—Deberíamos hacer un pedido a los huertos reales.
Eveline, que sabía muy bien que la “princesa Freesia” era una fanática de los duraznos, le pidió a la jefa de las damas de compañía un presupuesto para comprarlos. Y cuando la fanática se enteró, denegó la petición.
‘No hace falta que los traigamos de los huertos reales. Los que cultivé yo misma saben más ricos.’
Chowon miró de reojo la canasta que llevaba Dorothea en sus brazos.
‘¿Cuánto costaría esto en Corea?’
Solo en la canasta había más de diez.
—Está delicioso, coman ustedes también.
Le ofreció a las dos sirvientas, pero Dorothea e Irene pusieron caras de incomodidad.
—¿No es un regalo para el duque?
—Ay, por favor, no es un regalo. Y no he prometido un número específico, así que coman. ¿Les escojo uno?
Ambas lo aceptaron, pero solo lo tenían en la mano. Parece que, aunque vivían en un lugar remoto, seguían siendo nobles. Se negaron a comer mientras caminaban por el pasillo vigilado por los guardias. Sin embargo, Chowon, que tenía que actuar como la más noble, se fue relajando a medida que se acostumbraba a las miradas.
—¿No tienen calor?
—Estamos bien.
Dorothea dijo que estaba bien rotundamente, e Irene, que estaba a punto de quejarse, cerró la boca de golpe.
—No puede ser… Solo vayamos a la oficina y regresen a su habitación a descansar, como Giselle.
Giselle se había quejado del calor desde que habían ido a recoger los duraznos, así que la mandó de vuelta a su habitación. Probablemente si no la hubiera mandado, ahora estaría regañándola como una niñera por comer mientras camina.
—Estoy bien…
—¡Sí! Gracias, princesa.
‘¡Qué oportunidad!’
Irene gritó, antes de que Dorothea la hiciera perder la oportunidad de descansar.
—¿Va a ir a su habitación, princesa?
—No.
Chowon solo pensaba en hacer conservas de durazno. En unos días, cuando el jugo de durazno se hubiera concentrado, podría mezclarlo con agua o con alcohol, y sería increíble.
—¿Planeo ir a la cocina?
—Entonces yo también…
—Ay, no. Está bien. Es una orden de la princesa, vayan a su habitación a descansar.
‘Unos empleados que solo descansan si les das una orden’
Serían los empleados soñados para una empresa explotadora.
Pero Chowon, que no era una empleadora explotadora, sentía pena por ellas. No sabían ni quejarse ni ser un poco astutas. Eran demasiado diligentes.
‘Son tan buenas personas…’
Chowon recordó lo que Marius le había contado hace poco. Lo había oído de la familia Telpes. Dorothea no era la hija biológica del hermano del barón, sino una hija bastarda que su esposa había tenido de una aventura.
‘Con razón se negó a irse de vacaciones a su casa como Astrid.’
Para qué iba a volver a la casa de los Telpes, si nadie la recibiría con los brazos abiertos, ya que no era de su familia. Por eso, quería cuidarla como a una hermana…
‘¿Será que la estoy agobiando?’
Dorothea le había dicho que no, pero se ponía incómoda cada vez que Chowon intentaba ser más cercana. No sabía si era por el hecho de ser la princesa, o si simplemente era tímida.
—¿Cómo van los preparativos para su partida? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarla?
‘¿Qué hago con ella?’
Chowon estaba tan conmovida que sentía que iba a llorar. La chica era tan diligente que le daba lástima.
Las otras damas de compañía solo le habían preguntado una vez si necesitaba ayuda cuando les mencionó que se iba. Pero Dorothea se lo preguntaba casi todos los días.
—Creo que sería mejor si el duque envía a los caballeros a buscar a la bruja.
Pero hasta la canción más bonita cansa. Le había dicho lo mismo tantas veces que le estaba empezando a fastidiar.
—El mundo de afuera es peligroso, me preocupa.
—No te preocupes. El duque está conmigo.
¿Qué podía pasarle si iba con alguien que hasta había derrotado a un dragón? Le preocupaba más no poder encontrar ni el rastro de la bruja, que su propia seguridad.
—Se irán tan pronto como la jefa de las damas de compañía regrese, ¿verdad?
—Probablemente. Creo que para entonces ya habré terminado todos los preparativos.
—Aun así, ¿no sería mejor si se fueran cuando el calor haya pasado?
—¿Para cuando regrese Astrid, no estará bien?
—El calor de aquí terminará pronto, pero el de otros lugares será más largo.
Tenía razón. La zona fronteriza al oeste, donde estaba la cabaña de la bruja, seguiría siendo calurosa hasta mediados de septiembre.
—Intente hablar con el duque.
Chowon asintió y miró a sus damas de compañía. Ellas le devolvieron la mirada, sin entender por qué la princesa tenía una expresión tan significativa.
—Por cierto, si yo no estoy, ustedes no tendrán mucho trabajo, así que aprovechen el tiempo para tener una cita, o lo que sea.
Esa mañana, mientras se arreglaba, Chowon les había preguntado a sus damas de compañía:
—¿Hay alguien a quien estén conociendo?
Pero todas habían negado con la cabeza.
‘Hmm… Entonces, ¿quién se lo llevó?’
Chowon se dio cuenta esa mañana. El aceite de coco, que se había convertido en un ambientador sólido en la mesita de noche junto a la cama, se había consumido a la mitad. No lo había abierto desde que regresó de Fulmes, así que no tenía ni idea.
‘El aceite no se evapora así no más…’
Era evidente que alguien lo había sacado para usarlo en una cita secreta.
‘¿Será una de las sirvientas? Últimamente, Eve se ha estado comportando de forma extraña…’
Si le hubieran pedido un poco, les habría dado un puñado del nuevo, el «regalo de bodas de la señora Linde», que estaba en el baño. ¿Por qué se llevarían algo que ya estaba usado?
‘¿Quién será?’
En el momento en que Chowon entrecerró los ojos y dobló la esquina.
—¡Ay!
Un hombre alto apareció de repente detrás de la esquina. Chowon estuvo a punto de caerse, con la nariz metida de lleno en el pecho del hombre. Solo evitó la caída gracias a que él la rodeó con su brazo de forma rápida.
Chowon levantó la cabeza para ver de quién se trataba, y sus ojos se abrieron de par en par.
—Oh… Marius…
Intentó alejar los brazos que la rodeaban, pero Marius no se movió y se sonrojó.
—Gracias por ayudarme, pero ¿podrías alejarte un poco…?
—Princesa…
—…¿Qué te pasa?
Pensó que se negaba a soltarla por una mala intención, pero de repente, los ojos del chico se llenaron de lágrimas y su voz se quebró.
—¿Pasó algo?
—Nuestra pobre princesa…
—¿Qué? ¿Yo? ¿Por qué soy pobre?
Marius, ignorando a la confundida Chowon, solo lloraba.
—¿Qué pasa? Cuéntame.
—Señorita… princesa…
Una voz cautelosa vino de repente de atrás.
—¿Por qué no van a hablar a otro lugar?
Dorothea miró hacia el patio interior con una expresión de preocupación.
—Ah, sí…
Chowon guio a Marius al patio central del castillo. Si se quedaban en el pasillo por donde pasaba la gente, darían lugar a malentendidos. Y sería aún más incómodo si el que pasaba era el jefe.
Mientras tanto, Marius no era el único que tenía los ojos llorosos en ese pasillo.
‘¿Por qué el señor Marius…?’
Los ojos de Irene se llenaron de lágrimas al ver a Marius y a la princesa sentados juntos en un banco a la sombra.
Los tacones de una bota golpearon el suelo de piedra. La paciencia de su dueño también estaba llegando a su límite.
Seungjun bajó las escaleras y entró en el pasillo del primer piso. Con los brazos cruzados, sostenía un cuaderno.
‘¿Dónde se habrá metido esta mujer con este calor?’
No estaba ni en la biblioteca ni en su habitación. ¿Por qué no se queda quieta con este clima? ¿Qué haría si le daba una insolación?
Mientras la buscaba por todo el castillo, se detuvo de repente. En medio del largo pasillo, frente a la esquina que daba al patio interior, había una mujer caminando de un lado a otro, visiblemente nerviosa. Se acercó un poco más y se dio cuenta de que era una de las sirvientas de Chowon.
Su comportamiento le pareció sospechoso. Estaba de espaldas, mirando la esquina. ¿Estaba espiando o vigilando?
Cuando Seungjun se acercó unos pasos, la mujer lo escuchó y volteó la cabeza. Su nerviosismo, sus ojos agitados y su rostro pálido lo hicieron sospechar aún más. Como si estuviera haciendo algo que no debía ser descubierto.
Pero a Seungjun no le importaba lo que hiciera la sirvienta. Lo único que quería saber era…
—¿Dónde está la princesa?
—Ah, duque… es que…
La sirvienta dudó y se retorció el borde de la manga. No lo miraba a los ojos y seguía volteando a la esquina, con una expresión de preocupación. En ese momento, Seungjun, sintiendo curiosidad, estaba a punto de pasarla y doblar la esquina.
—¡Duque! Sería mejor si regresa más tarde…
Cuando la sirvienta intentó detenerlo, Seungjun supo al instante que Chowon estaba detrás de ella. Pero, ¿por qué intentaba detenerlo?
Seungjun apartó la mano de la sirvienta que le sujetaba el borde de la capa y dobló la esquina. Y, como sospechaba, Chowon no estaba sola.
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