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Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 68

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—Princesa.

—Ah… hola.

Había una razón por la que no lo había visto. El kobold se acercaba tambaleándose, sosteniendo una botella de licor tan grande como su propio cuerpo.

—¿Qué te pasa?

—Princesa, beba esto.

El kobold bajó la botella, que estaba cubierta de polvo, sobre la mesa y, con un “uf”, levantó la jarra de licor que las sirvientas habían traído.

—Princesa, como es tan bondadosa, beba solo de esto.

—Uh… claro. Gracias.

No sabían por qué se llevaba la jarra nueva y les dejaba la botella polvorienta. Pero como parecía tener buenas intenciones, los dos se quedaron quietos, dejando que el kobold hiciera lo que quisiera.

—Espera un momento.

El kobold se detuvo cuando Seungjun lo llamó.

—¿Sabes cómo encontrar a los kobolds de la mina de hierro de Aisenberg?

—Ah, no. Claro que no. Ahora solo sirvo al barón Fulmes.

Mientras el kobold movía sus ojos grandes como los de un ternero, la mirada de Seungjun se agudizó. Era obvio que estaba mintiendo, pues estaba sudando. Eso significaba que ya había encontrado una forma de contactar a los kobolds. Seungjun había escuchado la respuesta que quería.

—Está bien, puedes irte.

Después de que el kobold se fue, Seungjun siguió desvendando la venda que había empezado a quitar. Afortunadamente, no tenía ampollas, pero la piel pálida de la mano le dolía como si se hubiera quemado.

—¿Te duele?

preguntó, tocando suavemente la herida. Chowon solo movió la cabeza sin expresión alguna.

—¿Todavía estás de mal humor?

Chowon no respondió. Se limitó a mirar fijamente el rostro serio de Seungjun mientras este le revisaba la mano.

—¿Es porque regañaste a la sirvienta hace un rato?

—… Fuiste muy cruel.

—No me importa lo que digas, Chowon. Esa era su función, establecida por las normas de esta sociedad. Si dejamos que se descuiden, el orden social se verá afectado. No olvides que aquí hay un sistema de clases. ¿Crees que la gente de abajo te estará agradecida si eres blanda? Te verán como alguien débil. Y lo mismo pasaba en donde vivíamos.

Después de su larga charla, Seungjun soltó la mano de Chowon. Ella lo vio limpiar el polvo de la botella con la venda y luego quitar el corcho. Tan pronto como la botella se abrió, un aroma amargo a vino se esparció.

—Pero no tenías que hablarle así.

—¿Por qué? ¿Acaso dije algo incorrecto?

—Pudiste haberlo dicho de mejor manera. Ella debe haberse sentido muy mal.

Habiendo visto el lado sensible de Dorothea la noche anterior, a Chowon le preocupaba que se lastimara de nuevo.

—¿Y qué hay de mi mal humor por tu herida?

En otras palabras, también había sido una forma de desahogarse. Una mezcla de incomodidad y conmoción la confundió. Chowon miró al hombre sentado a su lado. Seungjun fruncía el ceño mientras servía a borbotones vino blanco en una copa.

—Además, no me importa lo que sientan los demás.

Bebió el vino de un trago, sirvió otra copa y se la ofreció a Chowon.

—Oye, ¿no vas a decirme por qué has estado tan de mal humor últimamente?

Dijo que no le importaban los sentimientos de los demás, pero seguía preguntándole a ella. Chowon tomó la copa, pero solo lo miró fijamente sin beber ni hablar.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—¿De verdad no lo sabes?

—Ah… ¿es por mí?

Parecía que no lo sabía. Seungjun se mordió el labio, pensando en lo que podría haber hecho mal, luego negó con la cabeza con una expresión de desconcierto.

—Jefe, usted es muy inteligente.

—Ni Einstein entendería a las mujeres.

Chowon soltó una risita y luego un suspiro. Cuánto se avergonzaba de tener que explicárselo.

—¿Hice algo malo?

Si le preguntaba si era malo, no tendría qué decir. Tal vez la idea de que no debían tener secretos era solo suya.

Chowon miró la copa y bebió un sorbo de vino.

—Tengo hambre. Comeré primero.

Ignorando la presión de Seungjun para que hablara, Chowon devoró el cangrejo como si hubiera desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Solo le faltaba un poco de aceite de sésamo y algas para que fuera perfecto. Después de comer el último grano de arroz mezclado en el caparazón del cangrejo, Chowon se enjuagó la boca con vino y se acostó en el sofá. Había bebido tanto vino como si fuera agua, el techo empezó a dar vueltas.

—Si comes y te acuestas, te conviertes en vaca.

Chowon soltó una risita ante el comentario, que no encajaba con el ambiente. Seungjun, que estaba sentado en el suelo, comenzó a tocar sus pies por encima de los calcetines.

—Parece que crees que es una broma. ¿No sabes que hay gente que en verdad se ha convertido en vaca después de comer y acostarse, han sido puestos en cuarentena?

—¿En serio? ¿Y se quedan como vacas para siempre?

—No, hay un antídoto desarrollado en el laboratorio.

—Ah, qué alivio.

Chowon dejó caer su cabeza sobre el cojín de nuevo, se escuchó la risa leve de Seungjun.

A pesar de la gruesa tela, sentía que la mano que le tocaba los dedos de los pies se ponía cada vez más rara. Chowon, que pensó que pronto subiría a su muslo, soltó las palabras que se le habían atascado en la punta de la lengua antes de que fuera demasiado tarde.

—Jefe.

—¿Sí?

—¿Por qué oculta tantas cosas?

—¿Yo?

—Esto es personal, aquello lo ignoras, lo otro, para después.

—Ah… eso…

—¿Por qué me excluye? No es justo. ¿Tan poca confianza me tiene?

—No es eso.

Seungjun se levantó y se acostó en el borde del sofá. Chowon, que no encontró un lugar donde esconderse en el estrecho sofá, no tuvo más remedio que acurrucarse en sus brazos.

—No quiero que te preocupes por nada, Chowon.

—¿Por qué? ¿Es algo malo?

Las cejas de Chowon se cayeron de inmediato. «Por eso no quería que lo supiera.» Seungjun le acarició las cejas caídas con el pulgar y continuó.

—Más que malo…

La enfermedad de los mineros era en realidad la venganza de los kobolds a quienes les habían robado la escama de dragón. Marius y Marisa, que habían causado el accidente al intentar conseguir la escama antes de que el barón se la robara, ya habían sido enviados a Nevelberg por si las moscas.

El rostro de Chowon se puso rojo al escuchar la historia.

‘Malditos pervertidos’

¿Qué estaba pensando de ellos, que son tan inocentes?

Parecía que la más corrupta era Chowon.

De todos modos, casi todas las dudas se habían aclarado. Casi.

—Entonces, ¿qué hay de la carta que te dio la sirvienta principal?

—Ah… eso…

Seungjun se frotó la frente. La rápida astucia que antes le gustaba, ahora lo acorralaba, lo cual era bastante incómodo. Antes, ella la usaba para no preguntar lo que no debía preguntar.

‘Alguien intentó usar una artimaña con belleza y, al fracasar, mató a las personas involucradas’

¿Era necesario que ella supiera que algo tan terrible estaba sucediendo? Además, todavía era un caso que no tenía un rumbo claro.

¿Cómo reaccionaría Chowon si supiera quién era el sospechoso más probable? Aunque no lo viera como un hombre, lo veía como a su hermano.

‘Él no es así’

Al imaginar a Chowon defendiendo a ese sujeto, una sensación de incomodidad desconocida surgió en su interior.

Claro, tal vez ese chico no sea así. No es un experto, ya que robó la caja fuerte de manera muy escandalosa.

O tal vez sí lo sea. Es un experto si arruinó el robo a propósito.

Seungjun miró los dos ojos verde claro que lo apuraban por una respuesta. Era demasiado complicado como para revelarlo todo.

—Solo haz como si no lo supieras.

Chowon suspiró. «Así es como siempre se comporta.»

Con el rostro rígido, empujó el pecho de Seungjun. En el momento en que se levantó, él la volvió a agarrar y ella quedó atrapada en su pecho.

—¿Puedes entender que no quiero que te preocupes?

—En su mente, soy una princesa de diecinueve años, ¿verdad?

—Sí.

—Ja, ya soy bastante mayor.

—Para mí, alguien de veintiséis años sigue siendo una niña.

—¿Y por eso se envía cartas con la doncella principal de veinticinco años a escondidas?

—¿Solo tiene veinticinco años? No lo sabía.

Le molestaba que Seungjun cambiara de tema en vez de darle la respuesta que ella quería.

—¿De verdad no me va a decir?

Seungjun soltó una risa incómoda y abrazó la cabeza de Chowon, como diciéndole que no siguiera.

—Claro, mi pregunta fue demasiado. Es su vida privada, así que es su decisión.

Las frías palabras que salieron de sus labios, enterradas en el pecho de él, se clavaron en su corazón.

—No es eso.

—Usted dijo que era algo personal.

—Me refería a que no es un asunto oficial. ¿Cuándo dije que no te metieras en mi vida privada?

—Así me sonó.

—La única vida privada que tengo eres tú, así que no tiene sentido.

Chowon se quedó en silencio, sin esperar que él le fuera a decir otra tontería o a discutir con ella.

Entonces, ¿le había ofendido lo que le dijo? Al darse cuenta, la razón de su enojo le pareció adorable.

Cada vez que él le daba besos en la coronilla, los labios de Chowon se fruncían.

‘¿Cuándo me rechazaste con tanta dureza? Si vas a hacer eso, no digas cosas que me hagan sentir así. Me pones nerviosa y luego te pones a darme besos como si nada. Ni siquiera quería enamorarme y entras en mi corazón y lo revuelves todo. Este hombre de verdad……’

—Me molesta.

—¿Qué?

Chowon levantó su cabeza de golpe, lo miró directamente a los ojos y dijo con fuerza:

—Jo Seungjun, me molestas.

¿Qué le pasaba a sus oídos? Le había dicho que lo molestaba, pero sus ojos desprendían miel.

—Dímelo una vez más.

—¿Qué?

‘¿Será un pervertido que se excita cuando le dicen cosas malas?’

No podía controlar su sonrisa y le pedía más.

—En serio me molestas.

—No, eso no.

—Hmm… ¿Seungjun?

—Sin el apellido.

Seungjun estaba feliz de que una persona mucho más joven lo llamara por su nombre. Con la excusa del alcohol, Chowon decidió irse hasta el final y hacer las cosas bien. Esta vez le diría que era un fastidio.

—Seungjun, eres, ugh…

El resto de su insubordinación se convirtió en un gemido y se dispersó en la boca de Seungjun. Al final del intenso beso, a Chowon se le fue el aire y le dio golpes en el pecho hasta que él la soltó.

La mano que tenía sobre el pecho de él subía y bajaba con fuerza. El hombre, con los ojos llenos de deseo, movió sus labios, que estaban húmedos.

—Yo… a ti, Chowon……

Seungjun no pudo pronunciar las palabras que se le habían atascado en la boca. Tal vez se estaba adelantando de nuevo.

Si no podía decirlo con palabras, lo haría con acciones. Él volvió a besar sus labios hinchados y con una mano hábil, desató el listón del vestido detrás de ella.


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