Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 56
—¿Que esto sea un paisaje de finales de primavera?
Chowon miró los cerezos que pasaban por la ventana del carruaje. Si estuvieran en la capital, los cerezos habrían terminado de florecer hace mucho tiempo y las rosas estarían en su máximo esplendor.
El blanco espeso que había cubierto las montañas durante el largo invierno retrocedió lentamente para revelar su verde original. Los azafranes y los narcisos, que habían despertado de la hibernación, salpicaban las laderas con sus colores, y entre ellos, un rebaño de vacas pastaba tranquilamente la hierba que recién había brotado.
Esta novela solo tenía un punto a favor: el paisaje bucólico que parecía sacado de ‘Heidi de los Alpes’.
—¡Ay!
El carruaje se sacudió, como si hubiese pasado por una piedra. Chowon, que rebotó sobre el duro asiento, se sujetó la cintura.
‘¡Maldita sea esta carretera sin asfaltar!’
—Princesa, ¿está bien?
Dorothea, que estaba sentada a su lado, le preguntó con una cara de preocupación.
—Ah, sí…
—Tome, permítame acomodarle esto.
Dorothea recogió el cojín que se había deslizado al sentarse de lado. Le dio unas palmaditas para inflarlo y le hizo una seña con la mirada para que se levantara, pero Chowon se rio tímidamente y tomó el cojín.
—Lo haré yo.
Se sentía como si fuera el bebé de Dorothea. Chowon acomodó el cojín, se sentó y abrió el libro de la bruja que tenía en el regazo. Lo había cerrado por el mareo de leerlo en el carruaje, pero prefería vomitar a soportar este ambiente incómodo.
Estaba a solas con Dorothea en el carruaje.
Astrid se había quedado atrás como mayordoma para encargarse de los asuntos de la mansión. Las otras dos criadas tenían escrito en la cara que no querían ir a un lugar con una enfermedad extraña.
‘Pues claro’
Chowon, que era tímida, no solo no se ofendió, sino que pensó que era lo mejor. Le había dicho al líder que iría solo con las criadas, pero Dorothea se había ofrecido a acompañarla. Chowon, que esperaba un viaje divertido de chismes con las criadas, se sintió un poco decepcionada.
‘Es una chica demasiado recta’
Dorothea siempre parecía una monja piadosa y se sentía asfixiada cuando estaban a solas. Era como si el agua fuese tan clara que ni siquiera podía mojar sus manos en ella.
Pero solo tenía que aguantar un mes más.
‘Entonces, el líder del equipo y yo estaremos solos…’
Chowon se rio para sí misma mientras tocaba el anillo en su dedo anular con el pulgar.
‘Al principio, hacía todo lo posible por no quedarme a solas con él’
Incomodidad si se lo encontraba en el ascensor. Incomodidad si se lo encontraba en la sala de descanso. Era lo peor cuando, como la más joven del equipo, tenía que comer con él a la fuerza. Se ponía tan nerviosa pensando en que sus brazos se rozarían o en si él le hablaría que ni siquiera podía comer bien.
Y ahora, esperaba quedarse a solas con él.
‘No, es que la gente de aquí me incomoda. No es que el líder del equipo me resulte cómodo’
Chowon frunció los labios al aire mientras acariciaba el hilo del anillo.
Había pasado bastante tiempo desde que salieron del castillo de la casa de Fulmes. Por fin, pasaron junto a un letrero de madera que anunciaba el pueblo minero de Eisenberg.
Los aldeanos, intrigados por el inusual desfile, se aglomeraron en las calles, y la guardia rodeó el carruaje. Chowon, que observaba a la gente por encima del libro, asintió lentamente. Tal como había dicho Dominique, la extraña enfermedad solo afectaba a los hombres. En la calle solo había niños, ancianos y mujeres, y todos parecían sanos.
‘Puedo descartar que sea contagiosa, ¿verdad?’
A menos que en esta novela existiera una enfermedad que solo afectaba a los hombres, cosa que jamás había oído. El hecho de que solo afectara a los mineros significaba que tal vez se habían expuesto a algo durante la extracción. Se podría considerar un accidente laboral.
El carruaje se detuvo frente a un templo ruinoso. Chowon cerró el libro y se puso unos guantes de cuero grises. La puerta del carruaje se abrió y una mano con un guante de cuero negro apareció de repente.
—Princesa.
Aunque ya se había acostumbrado a la intimidad cada noche, aún no se acostumbraba a que su voz grave la llamara ‘Princesa’. Chowon se aguantó la risa y tomó su mano.
Al salir del carruaje, dos hombres de mediana edad que no conocía estaban parados frente al templo, inclinándose respetuosamente. Uno vestía un hábito de sacerdote, y el otro, una túnica negra con un sombrero puntiagudo y doblado. Barón Fulmes, que estaba a su lado, los señaló.
—Son el sacerdote de Eisenberg y el mago de la casa de Fulmes.
—Princesa Freesia, es un inmenso honor que nos brinde su preciosa benevolencia en un lugar tan humilde.
El hombre con un hábito de sacerdote de color amarillento le besó el dorso de la mano a Chowon. Esa era la razón por la que llevaba guantes, a pesar de que no hacía tanto frío.
Odiaba con todas sus fuerzas la sensación de los labios de un hombre desconocido, o incluso conocido, tocando su piel. Y esta costumbre, ¿no era muy antihigiénica? Estaba segura de que la última vez se resfrió por este mismo saludo.
—No es un espectáculo digno de Su Alteza, pero ¿desea entrar?
El sacerdote, que había besado la piel de un conejo muerto en lugar de a la princesa, señaló el templo. Chowon negó con la cabeza cuando Dorothea intentó seguirla. No había nada que pudiera hacer, salvo quedarse parada, y el ambiente sería demasiado crudo para una dama noble que había crecido protegida.
Cogida de la mano de Seungjun, Chowon entró en el templo y se arrugó la nariz, cubriéndose la cara con el cuello de la camisa. Un olor nauseabundo le penetró las fosas nasales.
La sala, donde deberían haber dos filas de bancos para los fieles, estaba ocupada por camas de hospital. Alrededor de veinte hombres gemían, acostados en camastros improvisados con tablas de madera y paja.
Solo dos mujeres de mediana edad y una mucho más joven cuidaban de los pacientes.
—Así, en lugar de mejorar, solo van a empeorar.
A simple vista, los pacientes se veían muy mal. Pero el piso de piedra estaba impecable, lo que le causó una sensación extraña. Al ver sus caras sucias y que no se habían lavado, era evidente que habían limpiado el suelo a toda prisa para la llegada de la princesa. Eso le dio una idea de cómo trataban a los pacientes.
—Aunque no parezca ser contagiosa, debemos prevenir una infección secundaria…
El mago ladeó la cabeza, como si no la entendiera.
—Mantengan el lugar limpio. Primero, ventilen, luego laven a todos los pacientes y pónganles ropa limpia. Y que beban solo agua hervida. Los pacientes y los cuidadores deben lavarse las manos con jabón en todo momento.
—¿Jabón?
Barón Fulmes preguntó con desgana. Era natural, ya que el jabón era un artículo de lujo que solo usaban los nobles y los comerciantes adinerados.
—Si los pacientes se recuperan y vuelven a la mina, ganarán más que suficiente para pagar el jabón, ¿no le parece?
Chowon miró al Barón con desaprobación y luego dirigió la mirada hacia el pasillo.
—Quiero ver a los pacientes en persona.
Miró a su alrededor, sin saber a quién ver primero. De repente, sus ojos se cruzaron con los de una mujer joven que estaba alimentando a un niño en el otro extremo de la sala. La mirada de la mujer era extrañamente fría.
—Venga por aquí.
Mientras seguía a Barón Fulmes hacia el interior, algunos hombres de las camillas empezaron a tenderle la mano. Unos cuantos temblaban.
—Por favor, sálveme.
El cuerpo de Seungjun se acercó. Sus brazos la rodearon firmemente por la cintura. La guardia se alineó a ambos lados, pero él no se separó.
—Princesa, concédanos su bendición.
Chowon suspiró. Lo que necesitaban en ese momento no era la bendición de la princesa, sino la medicina moderna.
‘Qué bien me vendría tener experiencia clínica’
Era frustrante tener que actuar como doctora sin experiencia, sin equipo ni medicamentos.
—Este es Klaus, el encargado de las minas de Eisenberg.
Barón Fulmes se detuvo frente a un hombre de complexión fuerte y cara roja. Cuando el hombre, de unos cuarenta años, intentó levantarse de la cama, Chowon agitó la mano.
—No, quédate sentado.
—Es un honor, cof, conocerla, Princesa. Cof, cof.
El hombre tosía sin parar.
—¿Cómo empezó la enfermedad?
—Hace una semana, cof… Después de trabajar, fui a la taberna a beber, como todos los días. Cof, cof.
El hombre levantó una jarra del suelo y bebió un gran trago de agua.
—Lo siento, me cuesta respirar…
—Está bien, tómate tu tiempo.
—Uno a uno, empezamos a tener dificultad para respirar y a vomitar, ahora, cof, cof…
‘¿Metanol?’
Los síntomas podrían ser causados por beber alcohol barato mezclado con metanol.
—¿Hay alguien que haya quedado ciego?
Klaus negó con la cabeza, como si no entendiera por qué preguntaba eso.
—¿Todos los que están aquí bebieron ese día?
—No, cof, no.
Entonces no era metanol.
Chowon se giró hacia el mago. Era imposible seguir haciendo preguntas a un paciente con dificultad para respirar.
—¿Hay algún paciente con marcas rojas o ampollas en la piel?
—Que yo sepa, no.
Era poco probable que la culebrilla afectara a un grupo tan grande. Chowon miró a los pacientes.
—¿Todos ellos se enfermaron después de entrar en la mina?
—Sí, así es.
—¿Comieron todos lo mismo?
Klaus negó con la cabeza ante la pregunta de Chowon.
—Cada uno, cof, come lo que trae de su casa, cof.
—Entonces, parece que hay algo en la mina.
Algo como plomo, mercurio o cadmio. Era muy posible que los mineros se hubieran intoxicado al exponerse a metales pesados o contaminantes.
La sospecha era razonable, solo faltaba confirmarlo. El problema era que aquí no tenían la tecnología para hacerlo.
¿Qué podía hacer? Estaba sumida en la incertidumbre cuando…
—Esto es la maldición de un kobold.
Chowon se dio la vuelta al escuchar un grito repentino a sus espaldas.
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