Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 55
—Oh, dis…
Por un momento, estuvo a punto de soltar una disculpa por costumbre, como si hubiese abierto por error la puerta de un baño ocupado.
Pero este era el baño privado de los duques, ¿verdad? Y no era una criada o un sirviente conocido, sino una mujer que nunca había visto. ¿Qué hacía ella aquí? La mujer se levantó nerviosamente al ver a Seungjun y se arrodilló.
—Soy Lotte, del pueblo de Armut, Duque.
—¿Qué haces aquí?
—Estaba preparando el agua para su baño, señor.
Del agua de la bañera salía vapor, como si la hubiesen calentado hace poco. ¿Era una criada nueva? Seungjun hizo un gesto con la mano, sin darle importancia.
—Buen trabajo. Puedes retirarte.
—Ah, disculpe, pero el servicio de baño…
¿Será que era nueva y no sabía? Seungjun no permitía que ningún criado o criada lo asistiera en el baño.
—No es necesario, puedes irte.
Señaló de nuevo la puerta abierta, pero la mujer no se movía. La vio lamerse los labios rojos con la punta de la lengua, nerviosa, lo cual le pareció sospechoso. El baño estaba impregnado de un intenso olor a rosas. Y eso que Chowon no usaba ese aroma.
Ahora que lo pensaba, su ropa también era extraña. Era un atuendo común: una larga enagua con un chaleco y un delantal, lo que solían usar los siervos y la gente común. Pero, ¿por qué tenía los hombros y el escote expuestos?
—¿Cómo dijiste que te llamas?
—Lotte, mi señor.
—¿Y quién te contrató?
La mujer solo miraba nerviosa a su alrededor, sin atreverse a responder.
—Te voy a dar una recompensa, así que dime la verdad.
Seungjun puso su voz más suave, como si no oliera nada raro.
—Bueno, Señora Steinberg…….
¿Será cierto? ¿La Ama de Llaves, que parecía tan recta y honesta, haría algo así?
No le creyó, pero tampoco pensó que fuera a responder honestamente si la interrogaba más.
—Sal.
—Mi señor…
Si seguía perdiendo el tiempo, podría dar lugar a malentendidos. Tal vez eso era justo lo que quería la persona que la metió en el baño.
—¡Ahora mismo!
Lotte fue empujada por el mango de su espada y, en cuanto salió del baño, la puerta se cerró de golpe y se echó el pestillo.
Aunque su cuerpo se sentía fresco, la inquietud en su mente no había desaparecido. No podía simplemente reírse y considerarlo el intento obvio de una criada con malas intenciones. Algo no le cuadraba.
Había muchas cosas que no encajaban. Sobre todo, el olor a rosas. Una criada del humilde pueblo de Armut, donde vivían siervos empobrecidos, no tendría los medios para comprar un lujo como un perfume de rosas.
Esto era una trampa.
‘¿Quién, y por qué, haría algo así?’.
¿Debería mandar a buscar a la criada e interrogarla? Sentado en su escritorio, Seungjun se mordía los labios hasta que un golpe en la puerta lo hizo levantar la cabeza.
—Adelante.
La puerta se abrió y aparecieron Bastian y un noble de unos veintitantos años. Lo reconoció de algún banquete.
—Dominique, de la casa de Fulmes, es un honor verlo de nuevo, Duque.
El hombre se arrodilló ante el escritorio y Seungjun le hizo un gesto con la cabeza para que se levantara.
—¿A qué se debe su visita?
No creía que el primogénito de un barón estuviera deambulando ocioso para venir a saludar a su oficina. Si era un Fulmes, ¿estaría relacionado con la extracción de mineral de hierro? No parecía una buena noticia.
Y tal como lo sospechaba, no lo era.
El rostro de Seungjun se ensombreció cuando le dijeron que una extraña enfermedad se había propagado entre los mineros y que la extracción se retrasaría.
Solo quedaba un mes hasta el plazo que el rey había fijado. La mitad del mineral ya se había entregado a la base a través de los comerciantes de Carlshafen y un cuarto se dirigía al sur, cruzando el reino.
El problema era el cuarto restante.
Tendrían que haber trabajado sin descanso en las minas y las herrerías para enviarlo a tiempo al sur. ¿Y ahora una enfermedad?
—Lord Bastian, parece que tendrá que volver a la zona comercial de Carlshafen.
No podían quedarse de brazos cruzados y esperar a que la extracción volviera a la normalidad.
Bastian asintió y miró a Dominique.
—¿Cuál es el volumen actual de extracción?
—No llega ni a la quinta parte de lo previsto. Estamos enviando a los soldados de nuestra casa a la mina para ayudarnos, pero la enfermedad sigue propagándose.
—¿Una enfermedad extraña? ¿No saben qué es exactamente?
Ante la pregunta de Bastian, Dominique negó con la cabeza, con el rostro endurecido.
—Hemos preguntado a todos los magos de los alrededores, pero cada uno dice algo distinto. Y los tratamientos no funcionan. De hecho, estamos pensando en traer a la partera de Icefeld.
—¿Una partera?
Bastian frunció el ceño. Los mineros eran hombres, ¿para qué iban a necesitar una partera?
—Es una partera famosa por sus conocimientos de herboristería.
Aunque fuera una herborista, ¿podría ayudar más que un mago? La casa de Fulmes debía estar muy desesperada.
—Hmm… Duque.
El duque levantó la cabeza de golpe cuando Bastian lo llamó. Llevaba un rato callado, sumido en sus pensamientos. No parecía enfadado por el problema, sino como si su mente estuviera en otro lado.
—Quizá la princesa sepa algo.
—Entonces haré que venga la princesa.
El duque hizo un gesto despreocupado, agarró la campana del escritorio y la agitó. Un paje que esperaba afuera abrió la puerta y entró.
Astrid, que siguió a la princesa a la oficina, ladeó la cabeza. El duque había pedido que viniera la mayordoma específicamente, así que pensó que se trataría de algún asunto de la casa, pero se encontró con el primogénito de los Fulmes sentado con el rostro lleno de preocupación.
A Chowon también le extrañó. El duque solía sentirse incómodo con las damas de compañía y ni siquiera les dirigía la palabra, ¿por qué la habría llamado a ella, la mayordoma?
Seungjun se levantó en cuanto ella se acercó al escritorio y le ofreció el asiento que acababa de dejar. Chowon se sentó un poco avergonzada frente al escritorio. Se sentía muy incómoda por tres motivos.
Primero, porque tenía que fingir ser la jefa sin saber nada. Segundo, no se atrevía a mirar al Jefe del Equipo directamente a los ojos después de su error en el campo de entrenamiento.
Y el último y más incómodo de todos. No era justo que tuviera que actuar como una majestuosa princesa en el mismo lugar donde, para colmo, se había comido unos hotteok y había abierto una tienda de pasteles.
—¿Qué sucede?
Dejó de lado ese recuerdo inapropiado y preguntó. Los hombres empezaron a ir al grano y, mientras asentía distraída, la mirada de Chowon se posó en un plumín deshilachado y con las puntas torcidas.
‘Maldición’.
El recuerdo de cómo había forcejeado con esa pluma hasta casi morir y había hecho caer y romper el tintero de mármol se le vino a la mente.
¿Por qué el Jefe del Equipo no lo había tirado y aún lo conservaba?
—¿…Princesa? ¿Le sucede algo?
Ante la ansiosa voz de Dominique, Chowon abrió los ojos de golpe. Al parecer, los había cerrado sin darse cuenta. Se le encendieron las mejillas por la mirada extrañada del hombre que estaba de pie a su lado, con los brazos cruzados. Casi le daban ganas de empujarlo para que se alejara.
—No, continúa.
—Unos dicen que tiene un espíritu maligno y otros que es solo diarrea.
Chowon frunció el ceño al escuchar lo de «espíritu maligno». Rezó para que no hubiera nadie que, sin razón alguna, tuviese la coronilla abierta por una “lluvia de ajos”.
—¿Podrías describir los síntomas con detalle?
—No pueden tragar la comida, vomitan y tienen diarrea. También tienen fiebre.
—¿Eso es todo?
Eran síntomas tan comunes que ni con los dedos de los pies podría contar todas las posibles causas.
—Algunos no pueden hablar, como si la lengua se les hubiese atado, otros gritan que les caminan insectos debajo de la piel. También hay quienes tiemblan y no pueden dormir.
Cuanto más escuchaba, más desconcertada estaba. Parecía ser un problema del sistema nervioso, pero también había muchísimas posibles causas. ¿No podrían descubrir el origen con una investigación epidemiológica?
—Tendré que ir a ver.
—No, no lo hará.
Seungjun clavó un clavo en el corazón de los grandes planes de investigación epidemiológica de Chowon y los partió en dos.
—¿Por qué no?
—¿Qué pasa si se contagia?
—Si es una enfermedad contagiosa, es mi deber ir y tomar medidas antes de que se propague más…
—No me hable de deberes o ética. Eso no me importa.
Seungjun la agarró con firmeza de los hombros y se agachó.
—No olvides nuestro objetivo.
Por mucho que se acostumbrara a vivir aquí, no debía olvidar su objetivo: volver a casa a salvo. Para lograrlo, no debía hacer nada que pusiera su vida en peligro.
Chowon se quedó mirando fijamente los ojos firmes de Seungjun y, justo cuando estaba a punto de asentir, Dominique intervino.
—Ah, no tiene por qué preocuparse por el contagio. Es una enfermedad que solo afecta a los mineros. Las mujeres no tienen ningún problema.
La comisura de la boca de Chowon, que antes estaba caída, se fue curvando lentamente hacia arriba.
—Entonces, ¿puedo ir? Los mineros necesitan curarse para que podamos enviar las armas a tiempo. ¿No es así?
Chowon volvió a parpadear como un zorro. Ante la expectación que brillaba en sus ojos redondos, Seungjun no pudo seguir oponiéndose y dejó escapar un largo suspiro.
—Señora Steinberg.
Seungjun detuvo a la mayordoma que estaba a punto de irse con Chowon. Chowon se giró y lo miró extrañada. En el momento en que Seungjun negó con la cabeza, como si no fuese nada importante, la puerta se cerró y la mayordoma se acercó al escritorio.
—Sí, Duque.
Astrid juntó las manos con modestia. Los ojos afilados del duque la miraban con recelo. ¿Había cometido algún error? ¿O había sido negligente en algo?
—¿La señora Steinberg elige personalmente a las criadas?
—¿Eh? No. De eso se encarga la Jefa de Sirvientas.
Seungjun, que había estado observándola en silencio mientras tamborileaba con los dedos en el escritorio, habló.
—¿Conoce a una criada nueva llamada Lotte?
—¿A Lotte?
Seungjun observó atentamente la reacción de Astrid. No parecía sorprendida.
—Es un nombre muy común… Si me la describe…
Intentó describir cómo era, pero lo único que se le ocurría era el típico «pelo negro, dos ojos, una nariz», lo cual era inútil.
—¿Ha hecho algo malo la sirvienta? Si es así, yo hablaré con la Jefa de Sirvientas…
—Esa criada dijo que Señora Steinberg la había traído. ¿Quién está mintiendo?
En ese momento, el sentimiento en el rostro de Astrid no fue de inquietud, sino de disgusto.
—Yo no he traído a nadie más que a mis propias criadas y a la nodriza de mi hija.
El rostro de Astrid reflejaba que su orgullo estaba herido. Al ver esto, Seungjun dejó de dudar y se inclinó hacia adelante, bajando la voz.
—Entonces, tendrá que ayudarme. Parece que alguien ha tendido una trampa para mí y quiere culparla a usted.
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