Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 170
—Creo que podremos resistir hasta que recibamos noticias del palacio real.
A pesar de saber que Chowon no podía verlo, levantó las comisuras de su boca para borrar cualquier indicio de mentira en su rostro.
—Lamento no poder ser de ayuda.
—¿Que no eres de ayuda…? Estamos resistiendo hasta ahora gracias a que hiciste la vacuna.
Esto era verdad. Esos tipos no dudaban en cometer actos atroces, como arrojar cadáveres de ganado enfermo o de personas muertas por la peste con catapultas para esparcir la enfermedad dentro del castillo, o contaminar el agua del pozo. El hecho de que no hubiera una epidemia, a pesar de ser temporada de gripe y de que el enemigo arrojara continuamente cadáveres llenos de patógenos en un espacio tan reducido, era gracias a Chowon.
—Pero si la situación realmente empeora…
—Eso no pasará…
Seungjun se quedó sin habla ante lo asombroso que escuchó a continuación.
—Mientras no muera, me da igual cualquier cosa.
Estaba diciendo que, si no había otra opción, lo entregara a la Orden de Caballeros Sagrados. A la Orden de Caballeros que la sometería a tortura bajo el pretexto de un interrogatorio.
—¿Estás en tu sano juicio?
Para él, que Chowon sufriera era tan intolerable como que muriera.
—Usted tampoco querrá enemistarse por completo con el Rey, así que no me matarán. Si resistimos un poco, el palacio real encontrará una solución.
La frase «entregar a la Princesa» saliendo de la boca de nadie menos que la propia Princesa. Seungjun no ignoraba la razón por la que ella decía algo tan irracional como soportar la tortura por voluntad propia. Lo hacía para advertirle de antemano, por miedo a que si la situación se ponía crítica, él la abrazara y gritara que era feliz.
—¿Tiene que quedarse aquí incluso si eso implica llegar a ese extremo?
—Sí.
Sus ojos, que siempre carecían de foco, ahora le enviaban una mirada resuelta y firme. Sin saber que su inquebrantable voluntad estaba, a su vez, desmoronando la peligrosa determinación de Seungjun.
—Si llega el día en que eso tenga que pasar, cuide bien de nuestros hijos.
—Preferiría que me pidieras que yo muriera.
Era una declaración impropia de alguien que jamás hablaba a la ligera de la muerte.
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Cuarta semana de asedio: el agua del foso se congeló completamente a causa del frío intenso, rompiendo de forma miserable la última esperanza que quedaba. La Orden de Caballeros Sagrados cruzó el foso congelado y comenzó a derribar la puerta oeste del castillo.
Además, estimularon la frágil moral de los soldados anunciando una masacre.
—¡Abre la puerta de inmediato! Así no juzgaremos los pecados de nadie, a excepción de los de la Duquesa. ¡Pero en el momento en que abramos esta puerta, todos se convertirán en pecadores y serán arrojados al fuego del infierno! ¡Así que, ugh!
¡Fwip!
Una flecha que surcó el aire atravesó el ojo derecho del Capitán de la Orden. Seungjun devolvió la ballesta al soldado que estaba a su lado y sonrió con desdén. Walter, que estaba detrás de él, gritó con voz resonante para levantar la moral de los soldados, que se habían asustado al escuchar el grito del Capitán de la Orden:
—¡¿Por qué no protegió Dios una flecha de un simple infiel?! ¡El Dios de la Guerra no está del lado de la Orden de Caballeros Sagrados!
—Y por si fuera poco, lo dejó ciego. Si las palabras del Gran Sacerdote son ciertas, ¿no significa esto que el acto que el Capitán está cometiendo ahora es un pecado tan atroz que nadie puede verlo?
Seungjun se burló en voz alta, pero por dentro no pudo. El Rey, que les había pedido resistir al máximo porque tenía un as bajo la manga, no había dado señales. Se dio cuenta de que infundir una esperanza vacía también era una forma de tortura.
Observó la escena donde los soldados arrojaban agua hirviendo y rocas sobre los arietes y los caballeros al pie de la muralla, y luego instruyó a Walter y al Capitán de la Guardia:
—Resistan al máximo, hagan lo que sea necesario.
Por mucho que la hubieran reforzado, la puerta del castillo era el punto más vulnerable. En el mejor de los casos, solo podrían aguantar un día antes de que la puerta cediera, pero ya había pasado medio día. La posibilidad de que el Rey cumpliera su promesa en ese tiempo era escasa.
El final se acerca.
Con un fuerte presentimiento ominoso, regresó a su oficina, donde Bastian, que estaba esperando, comenzó su informe.
—Tenemos suficientes provisiones para aguantar 50 días más, pero…
¿Hablar de 50 días más cuando estaban en la cuerda floja, a punto de que la puerta cediera ese mismo día? Bastian actuaba como si creyera firmemente que el castillo no caería. Esto significaba que incluso una persona tan racional y fría como él estaba a la defensiva, obligándose a engañarse a sí mismo con una esperanza vacía para poder resistir.
—El problema es que la mayoría de los alimentos restantes son cereales, verduras y frutas. Dependiendo de la situación, quizás tengamos que sacrificar algunos caballos de guerra para asegurar carne y cuero.
—…Haga lo que crea conveniente.
Tras su aprobación, siguió un incómodo silencio.
—Duque.
—Sí.
—Yo también lucharé con usted hasta el final. Así que, por favor, no pierda la esperanza.
Quizás leyendo la resignación en su tono poco sincero, Bastian lo animó.
Seungjun levantó la cabeza. El rostro de Bastian, que le pedía no perder la esperanza, se veía notablemente demacrado. Aunque decía que lucharía hasta el final, su esposa e hijo estaban en el castillo, así que era obvio que también sentía miedo. Al ver su expresión, sintió que les estaba haciendo algo terrible a todos.
‘Si esos tipos realmente cometen una masacre…’
Desde los siervos hasta los nobles de este castillo, nadie estaría a salvo, y Noah y Hanna también podrían ser sacrificados. Ante el pensamiento horrible, Seungjun se frotó el rostro con brusquedad.
Si abría la puerta y entregaba a la ‘Princesa’, el sufrimiento de todos terminaría.
Entregar a la Princesa.
Es decir, no entregaría a Chowon.
Si volvía a casa, la mujer que amaba no tendría que ser torturada. Lo sentía por el protagonista de la novela, pero para él, proteger a Chowon era lo más importante.
El sufrimiento de los atrapados en el castillo también terminaría. Aunque el dolor de ellos dos comenzaría en ese momento.
Aunque sabía que esa era la mejor opción, Seungjun no podía tomar la decisión fácilmente. La cabeza lo entendía, pero el corazón no lo aceptaba.
Al final, su presentimiento de que el final se acercaba no era erróneo. Era el momento en que el sol se ponía y la oficina se sumía en la oscuridad.
—¡Duque!
En el momento en que Walter, siempre tranquilo, lo llamó con voz apremiante, Seungjun supo sin necesidad de preguntar. Significaba que la puerta del castillo estaba a punto de ser destruida. Ahora era cuestión de tiempo antes de que el ejército de la Orden de Caballeros Sagrados se derramara en el castillo.
—Cuando la puerta se abra, romperé el asedio. Por favor, lleve a la Princesa y escape.
Pero él rechazó la sugerencia de Walter de tajo.
—Ríndanse ahora mismo. Sálvense individualmente.
Pues él había decidido escapar a otro lugar.
Seungjun se abrió paso entre la gente que corría presa del pánico y bajó al sótano. Retiró el cuadro, abrió la puerta, pasó de largo a las sirvientas que se levantaban sobresaltadas y se acercó directamente a la cama.
En la cama, Chowon estaba dormida, abrazando a los niños. Se sintió profundamente aborrecible por tener que convertir este momento tan pacífico en un tiempo de desgarradora despedida.
Esta vez quería proteger a su familia. Se había jactado de que tal vez podrían mantenerse con vida hasta que los niños crecieran. Aunque sabía desde el principio que era imposible, creyó que podrían ir en contra de las reglas establecidas por el mundo.
Quizás fue un error de juicio, un error cometido por la soberbia de haber matado a un dragón siendo un simple ser humano. Un simple humano que solo puede ser un peón de las reglas establecidas por el mundo.
Seungjun besó las frentes de los tres dormidos y susurró como una persona fuera de sí:
—Hanna, lo siento. Noah, lo siento. Chowon, lamento ser solo esto. Pero, por favor, crean que los amo a los tres más que a mi propia vida.
Al final, también en la novela perdería a su familia de forma vana, igual que en la realidad. Pero al menos esta vez, no los perdería a causa de la muerte.
Entregó a los niños dormidos, uno a uno, a Evelyn y Marisa. Las sirvientas se habían dado cuenta de que la situación era grave y estaban lívidas.
—Vayan inmediatamente a la cocina, embadurnen de barro y hollín la ropa de los niños y finjan que son sus hijos. Cúbranles el rostro y mézclense entre la gente que se rinde.
—Duquesa, y Duque, ustedes…
—¡Vayan de inmediato!
Seungjun, sin poder apartar la vista del rostro de los niños que no volvería a ver, hizo una última y respetuosa súplica a las sirvientas que se dirigían hacia el exterior:
—Les ruego que cuiden bien de nuestros hijos.
Justo cuando las sirvientas salieron, Seungjun se dio la vuelta. Chowon, sintiendo el vacío en sus brazos, se levantó con una expresión de perplejidad y tanteó a su alrededor.
—¿Qué pasa? ¿Noah? ¿Hanna?
Seungjun la abrazó y, con voz profunda y ahogada, le dio la dolorosa respuesta:
—Es hora de volver a casa.
—¡No! ¡No lo hagas!
Chowon luchó con todas sus fuerzas para alejarlo, pero Seungjun no la soltó.
—Usted sabe que nuestros hijos pueden ser felices sin nosotros. Noah y Hanna se quedarán con los protagonistas, que los criarán bien.
Porque la vida de los dos protagonistas continuaría, incluso después de que ellos dos se marcharan.
—¡Si la Princesa muere torturada, mis hijos tendrán que crecer sin madre!
—¿Y qué cambia si Chowon muere torturada?
—¡Aún no ha sonado la sirena! ¡No ha sonado!
El grito de Chowon de que aún no iban a morir resonó en la habitación vacía. No era diferente al grito de angustia de una persona moribunda.
—¿No morir es todo lo que importa?
—¡Si nos vamos ahora, nunca volveré a ver a mis hijos! ¡No!
Chowon, que apenas logró soltar sus brazos, le cubrió la boca a Seungjun. Él se quitó de encima la mano empapada en sudor frío y hundió la cabeza en el cuello de Chowon. Justo cuando cerró los ojos, de los cuales caían lágrimas, comenzó un susurro que parecía un sollozo:
—Soy feliz.
Era un momento de profunda infelicidad.
Asure: Cuenta regresiva: Faltan 4 capítulos y termina la novela. Recien publico porque estoy teniendo problemas con la web con wordpress, asi que paciencia por favor. Tengan buen jueves
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