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Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 155

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Cuando apareció una taberna de la que emanaba un bullicio ruidoso y luces estridentes, él giró abruptamente y se metió en el estrecho callejón al lado de esta. Por lo que Lavanda había escuchado, esta era una zona donde se reunían las tabernas y posadas frecuentadas principalmente por la gente de clase baja. El tipo de lugar donde ocurrían asquerosas prostituciones y encuentros clandestinos.

Lavanda asomó los ojos en la oscuridad del callejón. Al ver que el borde de la capa negra desaparecía por la puerta trasera de la taberna, reanudó su marcha. Para no perderlo de vista, casi corrió hacia la puerta trasera, hasta que chocó con el hombro de un hombre corpulento que justo salía de la taberna.

—¡Ay!

—Huy.

En el palacio, la gente se apartaba primero cuando se cruzaban con ella, por lo que, por la costumbre arraigada, había asumido tontamente que las personas harían lo mismo afuera. Qué estupidez.

El hombre, que parecía el doble de grande que Lavanda, se tambaleó por la borrachera. En el instante en que su mirada se posó en la persona con la que había chocado, esbozó una sonrisa desagradable.

—¿Es una mujer?

El hombre se interpuso en el camino de Lavanda, que intentaba ignorarlo y seguir de largo.

—Oye, preciosa. Hoy me gané una buena lana, así que tengo algo de plata.

El hombre sacudió la bolsa que colgaba de su cintura. Era la primera vez que el tintineo de las monedas al chocar le sonaba tan sucio.

—¿Vamos al segundo piso?

Lavanda miró al hombre con ojos llenos de desprecio y lo increpó con ferocidad.

—Quítate. No soy una ramera.

Como el hombre se mostró obstinado, Lavanda agarró el mango de la daga que escondía bajo su capa.

—¡Bah, por favor…! Una mujer sola vagando por el callejón trasero de una taberna sin un protector, es obvio lo que es. ¿Es tu primera vez y te da vergüenza? Si tan solo vendes tu cuerpo una vez, ¡agh!

Una hoja afilada se clavó en el cuello del hombre. No era la daga de Lavanda.

—¿Te atreves a llamar a mi esposa puta?

Marius, que no se sabe cómo había salido por la puerta trasera de la taberna, amenazó al hombre, y este salió huyendo como si le hubieran prendido fuego al rabo.

‘¿Mi esposa?’

Lavanda rumiaba el apelativo obvio como si lo escuchara por primera vez, cuando su antebrazo fue agarrado inesperadamente. Marius la arrinconó contra la pared oscura y le susurró:

—¿Dónde dejó a los guardias?

Al ver sus ojos inusualmente feroces, los labios se le secaron. Lavanda se humedeció los labios lentamente e hizo un gesto con la cabeza hacia la entrada del callejón. En la entrada, un hombre tan alto como Marius estaba plantado, inamovible. Cuando él intentó ir hacia el guardia con una cara de furia desbordante, Lavanda lo sujetó.

—Les ordené que no interfirieran a menos que mi vida estuviera en peligro.

—Es una orden muy negligente. Regrese al palacio, ahora mismo.

Marius le pasó un brazo por el hombro a Lavanda y la guio hacia la entrada del callejón. Era inusual en él; en el palacio, no tocaba su cuerpo a menos que fuera un contacto para mostrar en actos oficiales. Lavanda se plantó, resistiéndose, y preguntó:

—¿Por qué? ¿Acaso tienes algo importante que hacer aquí? ¿O vas a encontrarte con alguien que no debo conocer?

Ante la pregunta punzante de Lavanda, el ceño de Marius se frunció aún más. Él dudó un momento, luego dejó escapar un profundo suspiro y guio a Lavanda hacia el interior de la taberna.

—Si me siguió pensando que me vería con otra mujer, ha perdido su tiempo.

Lavanda no afirmó ni negó, limitándose a mirar la cerveza en el tosco vaso con ojos que veían agua sucia.

—Usted sabía que a veces salgo así. ¿Por qué me siguió hoy?

Lavanda se armó de valor para darle un sorbo a la cerveza de la clase baja y respondió, frunciendo el ceño:

—Solo, me dio curiosidad.

—Aunque sea decepcionante, lo único que hago es beber cerveza en esta taberna barata y, de vez en cuando, jugar a las cartas.

—¿El palacio te aburre tanto que tienes que pasar el tiempo en un lugar como este?

Lavanda recorrió el lugar con la mirada. Las mesas y las personas, todo olía a humedad y estaba mugriento.

—Más que eso, es una forma de escuchar el sentir de la gente y los rumores. Bueno, también es una manera de distraerme y escapar de la vida aburrida.

El rostro de Lavanda se endureció de repente mientras volvía a inclinar el vaso.

—¿Qué? ¿Te aburrieron las dos semanas que pasaste solo viendo mi cara?

Los dos acababan de regresar al palacio después de terminar unas vacaciones.

—Me refería a que quería olvidar por un rato la vida aburrida que está por comenzar.

En las oficinas de ambos se acumulaba trabajo que se había pospuesto debido a las vacaciones.

—Y pensar que te he seguido yo, la persona que más te agobia. Ha sido una gran descortesía de mi parte.

Marius se detuvo justo cuando iba a tragar la cerveza y sonrió alegremente, como si encontrara la situación divertida.

—No sé. El hecho de que una salida secreta en solitario se haya convertido en un encuentro clandestino solo de los dos, no está nada mal.

Marius golpeó su vaso contra el de Lavanda, que estaba sobre la mesa, sin pedir permiso. Lavanda lo miró de reojo y murmuró:

—Otra vez manipulando…

La cerveza barata era sorprendentemente bastante bebible. Cuando Lavanda miraba a la gente reunida en la taberna y preguntaba sobre esto y aquello, Marius le respondía de buena gana.

‘¿Me responderá también a esto?’

Lavanda se animó por el alcohol y preguntó lo que más le intrigaba.

—Marius.

—¿Sí?

—¿Por qué dijiste que te casarías conmigo?

En aquel entonces, Lavanda era solo la oveja negra y la vergüenza de una familia real sin poder. El duque de Castel no pudo haber calculado que ella asesinaría al rey y usurparía el trono. Hasta la noche de la boda, aquello no estaba en los planes de vida de Lavanda.

Ella pensó que por fin tendría la oportunidad de escapar de la asquerosa realeza y del hartazgo del palacio para vivir una vida normal… Solo al escuchar a escondidas la conversación entre la dama de compañía y Marius, se dio cuenta de que volvería a ser utilizada y a sufrir por culpa de su linaje. La rabia de aquel momento, Lavanda la rumiaba ahora con calma, como si fuera asunto de otra persona.

Además, la propuesta de matrimonio no tenía sentido para ser una orden del duque de Castel. El hombre, que ella creía que era un peón del duque, estaba, de hecho, dándole consejos a Lavanda sobre cómo ganar la partida contra el duque.

—Quería proteger a todos. Y por supuesto, en ese ‘todos’…

Marius miró de reojo a las personas que pasaban entre las estrechas mesas y continuó en voz baja:

—También estás tú, Lavanda.

Parecía que había usado su nombre en lugar del tratamiento honorífico de ‘Su Alteza’ por si había oídos indiscretos. Era inesperado que su nombre sonara tan bien saliendo de la boca de ese hombre.

‘Entonces, ¿al final usó una estrategia de ‘fuego contra fuego’ para frustrar las oscuras intenciones de mi padre?’

Mientras Lavanda estaba sumida en sus pensamientos, Marius, que también había guardado silencio reflexionando sobre algo, volvió a hablar.

—Sinceramente, cuando hice la propuesta, también quería proteger a mi padre…

—¿Y?

Marius negó con la cabeza con una expresión amarga. Significaba que ya no era así.

—Mi padre siempre me dijo desde pequeño: ‘Las manos que empuñan el poder están destinadas a mancharse de sangre’.

Lavanda se sentía identificada con esa afirmación.

—Pero él intentó mancharla con la sangre de un niño inocente.

La cabeza que asentía lentamente se detuvo. Los ojos de Lavanda se fijaron en Marius y se abrieron de par en par. Había entendido que Duque Castel era quien había intentado envenenar al heredero de Duque Rodel.

—¿Desde cuándo lo supiste?

—Ese día, cuando usted intentó arrestar a Duque Rodel.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque la usted de ese momento, no me habría escuchado.

—…….

Lavanda, que estaba a punto de replicar, se quedó sin palabras. Marius la observó pensativa mientras ella parpadeaba, y luego reveló su deseo a modo de sugerencia.

—Yo quisiera que todos vivieran en paz.

Lavanda seguía sin decir nada, sin que Marius supiera si había entendido o no que le estaba pidiendo que hiciera las paces con la princesa Freesia.

—Y si algún día, cuando todo esto termine, yo ya no tengo valor, por favor, dígamelo sin rodeos. Me retiraré sin problemas.

—…¿Qué harás si te vas de mi lado?

Solo entonces Lavanda volvió a hablar.

—Pues no sé. ¿Tal vez viajar? Lo pensaré cuando llegue el momento. Tendré mucho tiempo.

El ánimo de Lavanda se hundió hasta un punto indescriptible al ver a Marius sonriendo de nuevo alegremente.

—Si me va a seguir la próxima vez, traiga un carruaje.

—¿Por qué? ¿Estoy pesado?

Marius soltó una risita ante su voz, que ya estaba totalmente arrastrada. De camino a la puerta trasera, mientras ayudaba a Lavanda, que se tambaleaba borracha, los hombres corpulentos que cuchicheaban reunidos al final del callejón sin salida miraron hacia ellos.

‘¿Qué miran?’

Los hombres desviaron la mirada tan pronto como se encontraron con los ojos de Marius. El guardia que estaba junto a la puerta se acercó para ayudar a sostener a Lavanda, pero Marius negó con la cabeza.

A la medianoche, no había ni un solo ratón en el mercado. El sonido de tres pares de pisadas resonaba en la calle silenciosa. Marius se detuvo al tomar un atajo oscuro que conducía a la plaza cercana al palacio real.

Tras doblar la esquina que acababa de tomar hace un momento, apresuró el paso y, al mismo tiempo, bajó ligeramente con la mano la parte delantera del vestido de Lavanda. Lavanda le dio una palmada en la espalda a Marius, que inesperadamente le estaba desvistiendo en la calle y mirándole el escote, haciendo que el golpe resonara en el callejón.

—¿Q-qué está haciendo? ¡Pervertido!

—Lleva una cota de malla puesta.

Estaba a punto de protestar por si le molestaba que la llevara, cuando el sonido de pasos rápidos se acercó por detrás. Al darse la vuelta, vio a los corpulentos hombres que habían visto en el callejón trasero de la taberna acercándose corriendo con espadas desenvainadas.

‘¿Son asesinos?’

Fue el primer pensamiento que cruzó por la mente de Lavanda. No pensó que fueran ladrones, ya que los tres vestían ropas viejas.

—Vámonos.

Marius desenvainó su espada y tiró de Lavanda. A Lavanda se le pasó la borrachera de golpe y aceleró el paso. Justo cuando por fin vislumbraban el final del callejón, un clang, un sonido metálico, resonó a sus espaldas. El guardia que los cubría fue alcanzado por los desconocidos y se quedó solo bloqueando el estrecho callejón para enfrentarse a varios a la vez.

Esperando que resistiera hasta que pudieran encontrar refuerzos en la plaza, ya fueran del cuerpo de seguridad o de la guardia, los dos estaban a punto de saltar a la plaza.


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