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Jefe, si me mata un dragón, ¿cuenta como accidente laboral? - 119

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—Huuu…

 

Se escuchó un profundo suspiro a su lado. Falló de nuevo. Chowon soltó una risita y giró la cabeza, y un dedo grueso le rozó el lóbulo de la oreja. La flor morada que tenía en la otra mano pronto fue colocada allí. Esta era la cuarta flor que se convertía en un adorno para el pelo de Chowon después de que él fallara en hacer un anillo.

 

—Es un camuflaje.

—¿Eh?

—Si una flor se esconde con una flor, los demás no la verán.

—Wow…

 

Casi soltaba una grosería.

 

—¿Viajó en el tiempo desde los ochentas?

—¿Por qué? ¿Aun si te digo que te ves linda te quejas?

 

Desde cuándo hace bromas tan viejas.

 

—Jefe Jo, sus chistes ya son de nivel de director.

 

Se burló, pero él lo tomó bien. Mira cómo se ríe.

Chowon también se echó a reír al ver la agradable curva de sus ojos. Miró de reojo hacia la colina y, al final, fue ella quien le tomó la cara a Seungjun y le dio un beso a escondidas.

Otra flor se rompió. En este punto, Chowon sintió lástima por las flores que morían sin saber por qué.

 

—Tiene que atarlo al dedo mientras lo hace.

—Ah…

 

Parecía que nunca había hecho un anillo de flores cuando era niño. Su rostro avergonzado era tierno. ¡El jefe de equipo Jo Seungjun era tierno! Si la gente de la empresa lo supiera, la mandarían a un psiquiátrico o a un centro de investigación.

Su cara de concentración era atractiva. Cualquiera lo admitiría.

Mientras se sentaban frente a frente, tomados de la mano, a Chowon se le vino a la mente el momento en que se pusieron los anillos en su boda. En ese momento, ella respondió de mala gana cuando le preguntaron si se casaría con este hombre, pero ahora lo haría de buena gana.

 

—En ese momento, tenías cara de cordero que va al matadero…

 

Parece que Seungjun también estaba pensando en el mismo momento.

 

—¿Y usted, Seungjun? Tenía la misma cara de muerto que yo.

 

Pero ahora, ambos tenían la sonrisa llena de emoción que solo se ve en los enamorados que acaban de empezar una relación.

Se miraron fijamente y, sin que ninguno de los dos hiciera un movimiento, se acercaron. Pero tuvieron que alejarse antes de que sus sonrisas se unieran por completo. Se escuchó el sonido de los cascos de una mula desde abajo de la colina.

Volvieron a apurar el paso que se había detenido un momento. Chowon, sentada en la mula, miraba el anillo de flores en su dedo anular derecho y se quejó.

 

—Jefe, ¿qué es esto?

—¿Dónde hay un jefe aquí?

—Ah, es cierto.

 

No era fácil corregir el hábito de la boca.

 

—Duque, una vez más me da un anillo que no es de mi tamaño. ¿Acaso está menospreciando a la princesa?

 

Lo que era peor que el hábito de la boca de Chowon, era su espíritu juguetón. Si él le decía que no lo llamara jefe, ella lo llamaba duque, sin falta.

 

—Lo lamento, princesa. Es que…

 

La mano de Seungjun que sostenía las riendas, señaló a Marius, que montaba la mula delante de ellos.

 

—Él regresó tan pronto sin avisar, que tuve que terminarlo a la carrera. Por favor, discúlpeme.

—Mmm, está bien. Lo dejaré pasar solo por esta vez.

 

Su desaprobación era pura actuación. Chowon sacó la mano, miró el anillo y, cuando el viento sopló y dobló los pétalos, bajó la mano apresuradamente. El cuidado con el que desdobló los pétalos era delicado. Seungjun, que la observaba, susurró en su oído, que tenía cuatro flores.

 

—Te amo.

—Yo…

—¿Sí?

 

Como Chowon hablaba mirando hacia adelante, no se escuchaba bien. Con la mano que sostenía las riendas, Seungjun le giró un poco la barbilla y se inclinó. Sus suaves labios tocaron la oreja de ella.

 

—Yo no lo amo.

 

Sigue con esa rabieta… Seungjun sonrió y buscó entre los pliegues de su túnica. Pronto, un tosco medallón colgó de su mano. Cuando mostró el antídoto como prueba de su amor, Chowon hizo un mohín con los labios y giró la cabeza.

Era conmovedor verla cuidar el anillo de flores como si fuera un anillo de diamantes, a pesar de que decía que no lo amaba.

 

—Cuando regresemos a casa, no te daré uno que dure un día como este, te compraré un anillo de diamantes.

 

Una nueva propuesta de matrimonio, esta vez sincera y de verdad.

 

—¿A casa? ¿El castillo?

—No, Seúl.

 

La reacción de Chowon, que pensó que estaría feliz, fue de desánimo. No había manera de que Seungjun no supiera por qué.

 

—No se acordará de nada.

 

Si regresan, él se olvidará de todo y no serán nada. Si va a hacer promesas que no puede cumplir, mejor no decir nada.

 

—Antes de que me inhiban la memoria, puedo escribir en una nota ‘Comprarle un anillo de diamantes a Hong Chowon’ y metérmela en el bolsillo.

 

Parecía que no estaba bromeando. Su voz era seria, sin una pizca de humor, pero a Chowon le dio risa.

 

—Seguro que después, cuando encuentre la nota, pensará ‘¿Estoy loco?’ y la romperá. O, incluso si de verdad me lo comprara y me lo diera, yo diría que a mi jefe se le debió cambiar el alma, y lo reportaría al equipo de aislamiento.

—… ¿Tan mal me caía?

 

Su voz no sonaba bien.

 

—Ay, no. No es eso.

 

Chowon, que volteó a mirarlo, se asustó y agitó las manos al ver que Seungjun tenía cara de perrito abandonado en la calle un día de lluvia.

 

—Mejor cómpreme la cena varias veces y luego me compra el anillo.

 

Si tenían algunas citas, incluso si él no tenía recuerdos, ella se enamoraría de él por completo. Porque era un hombre que, inesperadamente, tenía un lado tierno. Emocionada por el romance que acababa de empezar, Chowon se había olvidado por completo de por qué no podían estar juntos en la realidad y estaba de lo más feliz.

 

—Y aquí con esto es suficiente. En el castillo hay un anillo de bodas. Ay, si hasta el anillo de bodas se lo dio a otra, entonces sí me divorcio de verdad.

 

Tener a la mujer que amaba hablando de divorcio le hacía sentir como si le estuvieran pidiendo matrimonio. Seungjun echó un vistazo a la mula que tenía delante, sonrió con una cara que seguramente se veía de tonto, y se tragó los labios de su temible esposa, que era tan aterradora como un trol.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

A medida que avanzaban hacia el oeste, las casas se volvían más escasas. Esto se debía a la devastación causada por el ataque de una horda de trols que había invadido la frontera occidental.

Al llegar a la frontera del Bosque Negro donde vivía la bruja, era difícil encontrar no solo pueblos, sino incluso granjas habitadas. Por eso, una vez más, Chowon se despertó en el dormitorio de una granja vacía que sus dueños habían abandonado.

‘Tengo hambre…’

Que las casas fueran escasas significaba que era difícil encontrar mercados o granjas donde comprar comida. Tan pronto como se despertaron, los dos buscaron en el bosque cerca de la granja con el estómago vacío. Habían dejado a Marius en la granja para que cuidara del equipaje y la mula.

 

—Ah, por allí. Por allí.

 

Chowon, que deambulaba por el bosque sombrío, descubrió algo debajo de un árbol y tiró de Seungjun. Entre la pila de hojas secas empapadas de rocío, el sombrero de un hongo marrón asomaba la cabeza.

 

—¿Estás seguro de que se puede comer?

—Es igual al que vi en el libro… No hay hongos venenosos que se parezcan a este, así que creo que se puede comer.

 

Chowon sostuvo un hongo rechoncho de cuerpo blanco y sombrero marrón en su mano y lo examinó de cerca. Se parecía a un hongo de ostra, pero el sombrero era un poco más redondo y grande.

 

—Se llaman ‘hongos de piedra’.

—¿Piedra?

 

No se parecía en nada a una piedra, entonces, ¿por qué ‘hongo de piedra’? Tampoco se parecía en nada al hongo ‘seogi’ que se llama ‘hongo de piedra’ en Corea. Mientras Seungjun se preguntaba, Chowon miró el hongo y se conectó con el espíritu de lujuria de otro mundo.

 

—Mmm…

 

Hongo de piedra. Se llama hongo de piedra, pero no es tan duro como el hongo de un buda de piedra. Además, es más corto que el hongo de un buda de piedra.

 

—¿Lo estás comparando con el mío ahora mismo?

—¿Qué? ¡Ay, qué, qué pervertido!

—¿Estás describiéndote a ti misma? Tu cara lo dice todo, que estás teniendo pensamientos sucios.

 

¿Qué tiene de malo mi cara? El hecho de que girara la cabeza sorprendida era como una admisión, ya que escuchó una risa juguetona detrás de ella.

 

—Tan temprano en la mañana. En fin, no pareces, pero…

 

¿Quién es el que habla? Chowon se estremeció al sentir que su cuerpo era empujado. Entre las piernas del hombre que la abrazaba, también había crecido un hongo de piedra sano y duro.

‘El hongo que quiero comer no es ese’.

Sentía que su estómago se pegaría a la espalda. ¿Es que este hombre no tiene hambre? Su tanque de combustible estaba vacío, pero si se encendía en cualquier momento, era apto para ser el protagonista masculino de una novela romántica para adultos.

Pero, ¿acaso el protagonista no debería preocuparse por darle de comer a la protagonista primero? En ese sentido, Seungjun estaba peligrosamente al borde de la descalificación.

Chowon buscó una excusa para salir de la situación y señaló un arbusto a lo lejos.

 

—¡Mira, allí hay frambuesas!

 

Empujó el duro pecho de él y corrió a través de la pila de hojas secas en la que se hundían sus pies. Escuchó un suspiro de desaprobación detrás de ella, y Seungjun pronto la siguió y la atrapó antes de que se cayera.

 

—No te voy a comer, así que huye despacio.

 

Afortunadamente, no intentó nada más y la ayudó a recoger las frambuesas. Las frambuesas, que aún tenían el rocío de la mañana, se veían deliciosas. Estaban tan jugosas que con solo morderlas un poco, un jugo agridulce brotaba y mojaba sus papilas gustativas.

Después de llenar la mitad de la canasta, Chowon empezó a comer más de las que ponía en la canasta. Mientras se comía las frambuesas, que se ponía en los cinco dedos como si fueran dedales, le ofreció la mano a Seungjun.

 

—A ver, abre.

 

Ahora que Marius no estaba, ¿por qué dudaba? Seungjun no se comió la frambuesa en la mano de Chowon, sino que solo miró el fruto rojo y la cara de ella detrás de él.

 

—¿No, no tiene hambre?

 

Al ver esa mirada tan ardiente, su boca se secó. Cuando Chowon se humedeció los labios secos y preguntó torpemente, él finalmente inclinó la cabeza. Sus ojos seguían fijos en los de Chowon, con la frambuesa entre ellos.

Sus labios ligeramente separados mordieron el dedo de Chowon, no la frambuesa. Las frambuesas no se lamen. Su lengua lamió la fruta que estaba en su boca y la hizo rodar. Las partes más sensibles de su cuerpo, que habían sentido ese movimiento de la lengua a diario, se estremecieron de excitación sin que él las tocara.

 

—¡Uh!

 

En el momento en que su lengua blanda envolvió y lamió su dedo, un escalofrío se extendió desde la punta de su dedo por todo su cuerpo.

 

—¡Ay!

 

Cuando trató de sacar el dedo, él lo mordió suavemente. Era una señal de que no lo sacara.

Levantó un poco sus párpados que había mantenido bajados y derramó una mirada llena de intenciones entre sus largas pestañas. Parecía que una voz grave resonaba en su cabeza, diciendo en voz baja: ‘¿Ahora tienes la energía para hacerlo?’.


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