Felizmente Psicótica - Merry Psycho - Capítulo 120
El titubeo había desaparecido de Lee Wooshin. Sin vacilar, regresó siguiendo cuidadosamente las huellas previamente comprobadas.
La osadía de su decisión, que rayaba en lo irracional, hizo que los ojos de Yoo Dawit se agrandaran. Su expresión era la de alguien que no estaba seguro de haber oído bien.
—Jefe… ¿qué está diciendo…?
—Dawit, tú eres un experto en esta área, así que no necesito explicártelo. Sabes tan bien como yo que ahora mismo no hay forma de desactivar la mina. El equipo de rescate de San Petersburgo tardará más de ocho horas en llegar, incluso en avión. Yo no tengo el lujo de esperar tranquilamente. Y soy más competente que ustedes.
—…!
—Así que, al menos, deberíamos asegurarnos de terminar esto bien, ¿no crees?
—No. Fui yo quien la pisó. Es mi responsabilidad. Déjemelo a mí. Vaya usted con la agente Han Seoryeong, ¡rápido…!
—Sí… eso era lo que tenía pensado hacer originalmente.
La voz que murmuraba era baja, cargada de un impulso apenas contenido por salir corriendo en ese mismo instante. Pero a pesar del corazón que se le quemaba por dentro, Lee Wooshin dio un paso… en la dirección contraria.
Acercó su cuerpo al de Yoo Dawit, lo sostuvo con firmeza y comenzó a empujar lentamente su pie hacia atrás.
—¡Jefe!
—Shhh… silencio. En un principio pensaba amputarte la pierna por debajo de la rodilla y presionar la mina hasta que llegara el rescate. Pero eso no quieres, ¿verdad?
—…!
—Es un método que usaban a menudo los mercenarios en Sudáfrica.
Aquel comentario escalofriante hizo que Dawit tragara saliva con fuerza. Su rostro, pálido como la ceniza, permanecía rígido, incapaz de rechazar de plano a Wooshin.
Era la primera vez que pisaba una mina directamente, incluso siendo un exintegrante del escuadrón de desactivación de explosivos (EOD). Pero había manipulado, detectado y desactivado cientos de artefactos, y su mente trabajaba a toda velocidad.
¿Cuántas personas habían sobrevivido tras pisar una mina? Incluso si se tenía la suerte de vivir, lo más probable era que perdieras las extremidades… o que sobrevivieras con quemaduras tan severas que te calcinaran hasta el esófago.
Fue entonces cuando Ki Taemin, aún tumbado en el suelo, gritó:
—¡En las películas a veces vuelven a poner el pasador y logran levantar el pie!
—No se puede.
—¿Eh?
—Una vez que la mina está armada, volver a poner el pasador es imposible.
Lee Wooshin negó con la cabeza con firmeza. Colocar el pasador solo era posible si se extraía la mina cuidadosamente antes de pisarla.
Una vez presionada, el orificio del seguro se desalineaba, lo que hacía inviable volver a cubrir el detonador. Yoo Dawit intervino para completar la explicación.
—Y ya que la pisé, tampoco podemos quitarle el booster.
—Ni abrir la tapa.
Uno a uno, ambos fueron descartando rápidamente todas las posibilidades.
Las minas terrestres, en esencia, son los explosivos más intuitivos: estallan en el instante en que se las pisa.
Pero aquellas que solo se activan cuando el pie se retira dejan demasiado clara la intención del que las colocó.
Atan al soldado al suelo, impidiéndole escapar o desactivar el artefacto, lo aíslan mentalmente… y al final, lo sumen en la desesperación.
Y el jefe, Lee Wooshin, no era precisamente alguien que ignorara eso. Sin embargo, su actitud era tan imperturbable como quien machaca una piedra con la suela del botín.
Él era el tipo de superior que prefería tumbarse en un sofá o apoyarse con desdén en el mentón y decir «encárguense ustedes» con una sonrisa burlona, no alguien que se ofreciera voluntariamente al sacrificio.
¿Entonces por qué estaba haciendo esto…?
Finalmente, el pie que había estado siendo empujado con igual cuidado y peso quedó completamente libre, y Yoo Dawit dejó escapar el aliento que llevaba conteniendo.
Antes siquiera de poder controlar el temblor de sus rodillas, una orden suave pero firme lo golpeó de lleno.
—Agente Yoo, traiga de inmediato algo que pese más de 10 kilos.
—…!
Giró la cabeza con un chirrido casi audible en su cuello, Wooshin sonrió con sorna:
—¿Qué pasa? ¿Piensas dejarme parado aquí, así de ingrato?
—N-no, claro que no, pero…
Dawit, desconcertado, echó un vistazo a su alrededor. Aparte de campos de cultivo y tierra suelta, no había absolutamente nada.
—¿Aquí…? ¿Algo de más de 10 kilos?
—¿No te da lástima tu jefe, que está pisando la mina en tu lugar? ¿No vas a salvarme la vida?
—Pero, jefe… ¡eso es…!
Ah… las personas no cambian tan fácilmente, pensó Dawit mientras cruzaba una mirada silenciosa con Ki Taemin, aún tendido en el suelo. Ambos recordaron de inmediato a aquellos instructores que los hacían sufrir durante el entrenamiento.
Y también comprendió lo que Wooshin estaba haciendo: igual que al empujar su pie con la misma presión, ahora planeaba reemplazarlo con otro objeto de igual peso sobre la placa de presión de la mina.
Era lo más realista que se podía hacer en ese momento.
Pero si eran 10 kilos… eso equivalía al peso de al menos tres ladrillos.
¿Dónde iban a encontrar algo así en un campo sin más que tierra y cultivos? Y para colmo, ya había oscurecido, lo que complicaba todo aún más.
—Cambio de planes. Que sean 20 kilos.
—…!
—Desde que quite el pie hasta colocar el objeto, el margen máximo es de 0,2 segundos. Si se retrasa un poco, explota. Si el peso no es exacto, también explota. Considerando todo eso, mejor hacerlo con 20 kilos.
La exigencia se volvía aún más estricta. Pero, ¿dónde, en medio de la nada, iban a encontrar algo de 20 kilos…?
Yoo Dawit sacó de su bolsillo una linterna portátil e iluminó los alrededores. Ki Taemin también rastreó el campo con su mira telescópica, pero no tuvieron suerte.
Solo Lee Wooshin, aún pisando la mina, miraba despreocupadamente una torre sumida en la oscuridad como si todo esto no tuviera nada que ver con él.
Con los dedos entrelazados detrás de la cabeza, cerraba los párpados con desgano… hasta que, de pronto, un ulular lejano de búho lo hizo abrir los ojos.
Con el rostro súbitamente alerta, señaló con el mentón:
—Tráeme eso de allá.
—…!
—¿Y qué grandes cosas vamos a lograr, si ni siquiera vemos lo que tenemos bajo nuestras narices?
Dos pares de ojos, rígidos por el desconcierto, siguieron la dirección hacia la que señalaba Lee Wooshin.
—Agente Yoo Dawit, ¿puede hacerse responsable de traer eso hasta aquí?
Lo que él señaló con una indiferencia escalofriante era un camión volcado.
El silencio que siguió fue tan gélido como un pozo sin fondo.
Las bocas se abrieron. Y de los labios de los agentes brotó al unísono un sonido que no se sabía si era un gemido o un suspiro de desesperación.
—¿Jefe… está diciendo que pongamos ese camión en marcha, lo conduzcamos y… le aplastemos el pie con él?
—No explotó mientras resbalaba cuesta abajo, así que solo hay que retroceder siguiendo exactamente el mismo recorrido.
—¡Jefe…!
—¿Habría sido mejor que fuera tu pierna la que pisara la mina?
—…!
—Las deudas deben pagarse, agente Yoo. Menos charla y manos a la obra. No tenemos tiempo.
Su tono era frío como el filo de una hoja.
Desde el momento en que dio la vuelta y cambió de lugar con Yoo Dawit, ya había concebido todo esto.
No esperaba que sus agentes aceptaran de inmediato algo tan extremo, y menos aún una idea tan incierta.
Por eso, en lugar de perder tiempo debatiendo con ellos, eligió cargar él mismo con el riesgo y dejar a Dawit con la culpa.
No era un sacrificio, era simplemente una estrategia.
A veces, cuando se enfrentaba con la verdad de que se había convertido en un hombre cuya especialidad era calcular hasta el tuétano y manipular a las personas, lo invadían la desazón y el asco.
Pero su vida entera ya era una secuencia interminable de decisiones como esa.
Solo Han Seoryeong había sido la excepción clavada como un clavo torcido en medio de todo eso.
—Si fallamos con el tiempo, el pie del jefe va a quedar hecho trizas…
—Hazlo de todas formas.
Él seguía mirando a lo lejos, como si su atención no estuviera en la mina bajo su pie.
—Yo me encargo de retirar el pie. Solo déjenme salir de aquí rápido.
—……
—Aunque se rompa, tengo que quitarlo para poder irme.
Aspiró hondo, y finalmente, clavó sus ojos en los demás.
La mirada roja, agrietada como tierra seca, ya no tenía restos de paciencia.
Ki Taemin se apresuró a contactar con la base y solicitó refuerzos. Luego, con una pequeña linterna, iluminó el suelo para memorizar cada huella del trayecto, y cargó a Jin Hoje y lo dejó dentro del tráiler.
Después, él y Yoo Dawit apretaron tanto la mandíbula que no habría sido raro que se les astillaran los dientes mientras enderezaban el camión volcado.
Fragmentos de cristal se desprendían con un ruido seco, el techo estaba tan hundido que apenas podían introducirse.
Yoo Dawit se metió a duras penas en el asiento del conductor y giró la llave. El vehículo vibró, pero el motor no respondió.
Con las palmas húmedas y resbaladizas, golpeó el salpicadero con rabia.
El motor tosió y finalmente arrancó con un rugido sordo, expulsando humo grisáceo por el tubo de escape.
—No bajes de los 60 km/h en ningún momento.
advirtió Lee Wooshin mientras ajustaba su postura, como preparándose mentalmente—.
—Si no logras detenerte exactamente en el punto de la mina… explotará igual.
—Huff… sí…
—No te preocupes. Solo asegúrate de aplastarme bien el pie.
Yoo Dawit respiró hondo y cambió la marcha.
Con extrema delicadeza, comenzó a dar marcha atrás, siguiendo las marcas del accidente con sumo cuidado.
Cuando encendió los faros, la luz iluminó a Lee Wooshin, que estaba unos metros más adelante. Este frunció apenas el ceño, pero en su rostro no se leía miedo. Solo una ansiedad feroz, una inquietud lacerante.
Dawit apretó el acelerador como quien se lanza al abismo.
—¡Joder… amén…!
Había visto muchas cosas en los campos de operación, pero jamás algo tan brutalmente insensato como esto.
Si Wooshin apartaba el pie un segundo antes de tiempo, la mina estallaría.
Si lo hacía un segundo tarde, su pie quedaría reducido a una masa irreconocible.
En cualquier caso, el escenario era el peor posible.
El camión, sacudido y tembloroso, se disparó hacia adelante como si fuera a arrollarlo sin piedad.
—¡Ugh…!
El gemido se le escapó de lo más profundo del pecho.
‘Por favor… por favor…’
Quiso cerrar los ojos, ceder al miedo, pero los mantuvo bien abiertos, forzándose a no parpadear.
Y justo cuando el vehículo embestía con todo hacia Lee Wooshin, este se detuvo en seco, como por arte de magia, en el punto exacto.
—…..!
El impacto fue inmediato. Algo crujió, algo se rompió bajo el neumático, el temblor lo sacudió todo como si el camión hubiera pisado el mismo núcleo de la tierra.
El rostro que había estado oculto por la oscuridad quedó súbitamente iluminado por un resplandor rojo furioso, como si el mediodía hubiera estallado de golpe en mitad de la noche.
¡BOOM!
Un estruendo descomunal sacudió el suelo entero, silenciando de golpe hasta el canto de los búhos.
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