Felizmente Psicótica - Merry Psycho - Capítulo 116
¿Irnos de aquí así, de repente?
Seo-ryeong se detuvo, observándolo con una mirada inquisitiva, como si intentara descifrarlo. No parecía estar hablando de salir del monasterio o de tomarse unas simples vacaciones.
Sintió cómo el pulso le palpitaba con fuerza bajo la garganta. Al quedarse en silencio, sin responder, él le devolvió la mirada con la misma intensidad. Su respuesta estaba decidida desde el principio, y sin embargo, algo le impedía abrir la boca con facilidad.
—Yo…
Sabes que no puedo irme así.
Esa frase se le atoró justo en el pecho, como si no pudiera salir, Seo-ryeong solo retrocedió un paso.
Lee Wooshin frunció el entrecejo, tomando aire con impaciencia, como si ni siquiera pudiera respirar con normalidad. Su mano la sujetó de golpe.
—….!
Él la sostenía con fuerza, con los ojos encendidos por la ansiedad. Esa mirada fija en ella, entre desesperada y apasionada, hizo que Seo-ryeong sintiera un nudo incómodo justo bajo el esternón.
La mano que la sujetaba estaba demasiado caliente.
Pero todavía no había podido exigirle ninguna responsabilidad a Kim Hyun…
Se tragó esa turbulencia interna sin titubeos.
Mientras eso no se resolviera, sentía que no podría dar ni un solo paso, hacia ningún lado.
Ella desvió el tema, como si nada:
—…Deberías ponerte algo en eso, antes de que se te infecte.
—…….
Lee Wooshin cerró los ojos en silencio. Aceptaba sus palabras con una actitud resignada, como quien se impone a sí mismo una carga inevitable.
Aun así, el entrecejo, arrugado con nitidez, dejaba ver sin filtros su sensibilidad.
No obstante, el hombre no soltó su mano hasta el final. Su muñeca, atrapada, empezaba a doler.
Finalmente, los miembros del equipo comenzaron a subir a los niños al pequeño remolque que el monasterio había preparado. Llevaban unas cuantas mantas, pañales de repuesto, botellas de agua, toallas y otras pertenencias pequeñas.
Conectaron el remolque al camión como si fueran una sola unidad, y los demás, como si lo hubieran planeado de antemano, tomaron asiento en sus lugares correspondientes.
Seo-ryeong se quedó por un momento paralizada, sin saber qué hacer, cuando Jin Ho-je apareció masticando una zanahoria seca y le ofreció un tentempié.
—Parece que uno de nosotros tendrá que subir con los niños.
—Entonces yo iré.
Seo-ryeong respondió mientras tomaba las verduras secas casi sin pensarlo. En ese momento, Lee Wooshin apareció cerrando una de las puertas del remolque, y con una mirada fría, hizo un gesto con la cabeza.
—La agente Han Seo-ryeong viene conmigo.
—…….
Su expresión se endureció sin remedio. Sin darse cuenta, levantó la cabeza y miró al cielo.
Jin Ho-je, que miraba de un lado a otro entre los dos, rápidamente subió al remolque con el último niño en brazos.
—¡Entonces yo me encargo de esto!
Y se metió dentro de un salto.
Seo-ryeong apretó el puño y subió sin protestar al asiento del copiloto. Pero abrocharse el cinturón se sintió como una batalla.
—¿Vas a seguir así?
Su voz era baja, casi un reproche. Tengo que seguir órdenes, ¿no? Claro que sí, debía hacerlo…
Pero una extraña molestia, difícil de explicar, la invadía sin cesar.
Desde que habían llegado al monasterio, él la había estado tratando como si tuviera que protegerla de todo, y eso la ponía de los nervios.
Claro que no podía desobedecer las órdenes por un simple arranque emocional. Se lo había repetido muchas veces para mantener la compostura. Y sin embargo, otra vez…
—¿Te resulta tan difícil?
—No, gracias a usted, instructor. He trabajado tanto que ni me di cuenta de lo duro que era.
Seo-ryeong respondió con brusquedad mientras se llevaba un trozo de zanahoria a la boca. En la última frase, sin querer, se le escapó un tono cargado.
Cuando él la miró de reojo y arrancó el motor, ¡Pum, pum! —alguien golpeó con fuerza la pared del remolque.
Jin Ho-je se acercó a la ventanilla del copiloto, rascándose la frente con gesto incómodo, como si no supiera por dónde empezar.
—Disculpe, jefe… es que… una de las niñas se hizo pipí…
—¿Y qué con eso?
—Es que… si una lo hace, ya sabe… todas…
—Yo me encargo.
Seo-ryeong desabrochó el cinturón como si fuera lo más natural del mundo y se dispuso a bajar.
Pero Lee Wooshin reaccionó al instante: tiró con fuerza del cinturón que ella acababa de soltar, y con un clic, lo volvió a encajar con firmeza en su lugar.
El cuerpo de Seo-ryeong, que ya estaba a punto de levantarse, se vio detenido en seco por la traba del cinturón. Lo miró, desconcertada.
—Agente Jin Ho-je, vuelva a su sitio.
Su respiración, fría y firme, se escuchaba muy cerca.
Jin Ho-je, visiblemente nervioso, acabó por retroceder. Seo-ryeong se mordió el labio inferior.
Ah… esto ya es el colmo.
¿De verdad pensaba seguir siendo tan rígido, tan intransigente?
La frustración que había ido acumulando poco a poco pareció estallarle de golpe en la cabeza.
—Instructor, iré atrás. No me tiembla ni un ojo para cambiar pañales. Antes de entrar a Blast S.A., eso era parte de mi trabajo. Si lo hago yo, no nos tomará nada de tiempo.
—He dicho que te quedes en tu sitio.
—¡No soy como los demás, que tienen experiencia en cobertura o en tiro! ¿Por qué insiste en…?
Al final, no pudo contenerse y alzó la voz.
Seo-ryeong se pasó una mano por la frente, con los ojos encendidos de rabia, y lo fulminó con la mirada.
—¿Para esto era? ¿Para esto me dijo que no hiciera nada?
—Agente Han Seoryeong.
—¿Llevarme al lado como un adorno, eso es tratarme como una profesional?
—La evaluación la hago yo, como jefe de equipo.
—Sí, lo sé. Por eso intento seguir las órdenes lo mejor que puedo.
Ella apretó los dientes con fuerza y desvió la mirada hacia la ventana.
Entonces, una voz baja, casi un murmullo, la obligó a girarse:
—Mírame cuando hables.
Él le giró el rostro a la fuerza, y la mejilla, donde su mano la había tocado, le ardía.
Con los ojos temblorosos, Seo-ryeong terminó de soltar lo que tenía atragantado.
—Es solo que… a veces siento que no me trata como un miembro más del equipo, sino como si fuera… un llavero que lleva encima.
—A los novatos no se los contrata para que hagan algo en particular. Solo tienen que hacer bien lo que se les dice.
—……!
—Estás sentada ahí porque lo mejor que puedes hacer, por ahora, es quedarte quieta y no estorbar. Pero entonces…
Frunciendo una ceja, él la miró de lleno.
—¿Por qué insistes tanto en hacer algo?
Por un instante, la irritación le subió como un latigazo, pero Seo-ryeong se contuvo, respirando hondo en silencio.
Desde que había llegado a Sajalín, este mismo conflicto se repetía una y otra vez. Ven aquí. No, sal de ahí.
A pesar de haber oído dos veces, en plena operación, frases que claramente implicaban un trato especial, Seo-ryeong había aceptado obedecer sin rechistar.
Aunque eso implicara sentirse incómoda frente a sus superiores, aunque tuviera que tragarse el orgullo, lo soportó… y lo siguió soportando.
—¿Tengo que estar explicándole todo a una novata paso por paso?
—…….
—Endereza el cinturón y siéntate bien.
Lee Wooshin señaló la postura de Seo-ryeong, que parecía lista para lanzarse fuera del vehículo en cualquier momento.
Sus miradas chocaron con la fuerza de un cable eléctrico a punto de estallar.
Ella, en cambio, se desabrochó por completo el cinturón de seguridad y abrió la puerta del copiloto.
—Mejor sancióneme de una vez.
—……!
Sin mirar atrás, Seo-ryeong caminó hacia el remolque y cambió de lugar con Jin Ho-je.
Sentía el corazón retumbarle, como si él fuera a seguirla de inmediato, pero en su lugar, el camión —que hasta hacía un momento parecía averiado— rugió de repente con un sonido seco y áspero antes de arrancar.
Condujo de manera brutal, casi rabiosa.
Seo-ryeong apretaba los labios, respirando con fuerza, mientras presionaba sus sienes palpitantes con los dedos.
Desde que había llegado a este lugar, nada había fluido con tranquilidad. Aunque lo había culpado de todo en ese momento, lo cierto era que ella tampoco estaba en equilibrio.
Tenía la necesidad de rechazarlo, de aplastar cada palabra que él pronunciaba, como si no pudiera permitirle tener razón.
No estaba en plena adolescencia, aun así, todo le salía torcido, amargo.
Dentro del vehículo, que traqueteaba sin descanso por el camino sin asfaltar, Seo-ryeong se acercó con el rostro endurecido a los niños que olían a orina.
Con movimientos casi automáticos, les ajustó los pañales o los cambió si ya estaban demasiado pesados.
Parecía que llevaban días sin poder lavarse bien: los pequeños ya tenían rozaduras y llagas en las nalgas por la suciedad acumulada.
Seo-ryeong los sostuvo con cuidado mientras trataban de no caer, tragándose un suspiro largo y profundo.
Todo dentro de ella parecía hundirse, y su rostro comenzaba a palidecer con ese mismo peso.
¡KUAANG—! ¡CLANG—!
—…..!
Un estruendo brutal le rompió los oídos, y su cuerpo salió volando por el aire como si se hubiera soltado de la gravedad.
Se golpeó violentamente la parte trasera de la cabeza contra el techo del vehículo, y por un segundo, todo a su alrededor se volvió blanco, como un relámpago en los ojos.
Ni siquiera tuvo tiempo de pensar qué estaba ocurriendo.
¿Qué fue eso…? Ese ruido… ese estruendo…
El remolque, que acababa de recibir un impacto brutal, se separó del camión y se elevó por los aires antes de dar una vuelta completa con un crrrrashhh ensordecedor.
Aunque su cuerpo era lanzado de un lado a otro sin piedad dentro del vehículo, Seo-ryeong estiró los brazos con desesperación para sujetar a los niños.
—¡Ugh…!
Algo caliente le corría por el cuero cabelludo. ¿Era sangre? Le ardía la cabeza.
Sujetándose el estómago revuelto, logró abrir los ojos apenas un poco.
Una de las paredes del remolque estaba completamente aplastada.
Con la mente a punto de desconectarse, se mordió la lengua para no desvanecerse.
—Huff… ahh…
Cada pequeño movimiento desataba un dolor lacerante en los huesos, como si se los retorcieran por dentro. Aun así, apretó los dientes y se obligó a incorporarse.
Se acercó a los cuerpos de los niños, desperdigados por el suelo, y uno a uno les fue tomando el pulso.
No están muertos. Están vivos. Solo han perdido el conocimiento…
Sus pestañas temblaban con violencia. De repente, alzó la cabeza con un espasmo.
¿Y el camión? ¿Y los otros del equipo?
—Hnn…!
Contuvo un sollozo, el rostro completamente lívido.
Arrastrándose, trató de empujar la puerta, que ahora estaba arrugada como papel. Al no conseguir abrirla, empezó a patearla con todas sus fuerzas, una, dos, tres veces, hasta que por fin cedió.
Apenas se abrió, una oleada de calor siniestro la envolvió.
—…..!
Al salir, fue recibida por las llamas rojo oscuro que danzaban amenazantes a su alrededor.
En el suelo, incrustado como si fuera una lanza, se alzaba un proyectil alargado: parecía una granada propulsada, con forma de flecha.
Había llegado desde lejos y cortado limpiamente la unión de metal entre el camión y el remolque, separándolos en dos.
Desde donde estaba podía ver claramente la brutal escena: el conjunto camión-remolque destrozado, partido en dos.
Y el frente del camión, aún descontrolado, se deslizaba por el suelo, volcado sobre sí mismo, arrancando chispas mientras patinaba.
—¡¡Instructor!!
Gritó con todas sus fuerzas, hasta que la garganta le dolió como si fuera a romperse.
Pero el zumbido ensordecedor que vibraba en sus oídos le impidió percatarse de que alguien se le acercaba por detrás.
Crush, crush.
Algo irrumpió entre los cultivos, dejando un rastro de pasos que rompían la quietud.
Cuando Seo-ryeong, con un presentimiento tardío, giró la cabeza para mirar, un golpe seco y brutal la arrojó al suelo de un solo impacto.
—…..
A través de la visión invertida y borrosa, alcanzó a distinguir una mandíbula perfectamente delineada, una boca abierta en una mueca extraña, y unas pupilas que se contraían con inquietante precisión.
Un rostro conocido, demasiado familiar, sostenía despreocupadamente un lanzacohetes RPG colgado al hombro como si fuera una caña de pescar.
Aquel semblante que sonreía, a medias entre la tristeza y la indiferencia, hizo que su cuerpo entero se paralizara de inmediato.
Sus extremidades, sin fuerza, comenzaron a ser arrastradas por el suelo.
Los pasos del sacerdote eran ligeros, incluso alegres.
Solo el suelo desigual, lleno de piedras y raíces, se deslizaba ásperamente contra sus piernas como si la fustigara con varas.
Intentó moverse, pataleó, raspó la tierra, pero lo único que logró fue que se le clavaran granos de tierra inútiles bajo las uñas.
Ugh… instructor…
Y entonces, la oscuridad lo cubrió todo.
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