Felizmente Psicótica - Merry Psycho - Capítulo 113
—¿Te hizo feliz casarte?
Su rostro, inexpresivo, parecía a ratos enfadado, a ratos triste. Y aun así, sus ojos rebosaban un interés malsano por Seoryeong.
Míralo nada más… eso de pureza y devoción, ¿quién se lo cree? No sé qué pretende, tanteando de un lado a otro así. Seoryeong no esquivó la provocación, respondió de frente.
—Parece que me parezco mucho a esa tal Sonya, ¿no?
Kiya parpadeó lentamente.
—¿Por eso hiciste lo que hiciste la vez pasada? ¿Porque te excita acostarte con alguien que se parece a mí?
—¿Qué?
¡Clank!
Lee Wooshin soltó los cubiertos, sorprendido, preguntó de forma cortante.
Wow…
Los miembros del equipo especial dejaron escapar un murmullo, mezcla de asombro y tensión, mientras todos le echaban miradas furtivas.
—Si te da tanta curiosidad el matrimonio, pruébalo tú mismo. Búscalo bien, fóllatelo todo lo que quieras. Pero…..
Se le frunció el gesto levemente. Seoryeong le soltó el brazo de un manotazo y empujó la silla de Kiya con el pie, alejándola. Tac, tac. Al aumentar la distancia pateando las patas de la silla, el rostro de Kiya se tiñó de desconcierto.
—Matrimonio, esposo… No es apropiado soltar esas cosas a la ligera en una primera conversación. Lo siento, pero me hierve la sangre con los temas que involucran a mi esposo. Ya de por sí me molesta que un desconocido mencione de la nada mi vida privada, pero eso de llamarlo “galleta dura” o “jabalí”… eso sí que me revienta, Padre.
—…¿De qué estás hablando?
Kiya frunció el entrecejo. Con esa expresión de total incomprensión, Seoryeong no pudo evitar indignarse aún más.
¿Y ahora se hace el inocente? Cuando él mismo, entre golpes y lágrimas, con la voz deshecha, lo gritó bien clarito…
“¡Esa galleta…! ¡Tu esposo es un maldito jaba…!” ¿Era así? Ugh. Solo de recordarlo le hervía la sangre.
Desde la primera vez que lo vio, sintió que no tenía ni una pizca de modales, ni en palabras ni en actos, pese a que decía servir a Dios.
Seoryeong siguió empujando la silla de Kiya con el pie.
Tac, tac.
Y él, al ver que se alejaban, manoteó como si no pudiera aceptar la distancia.
—Sonya, espera, no es eso lo que…
—Me llamo Han Seoryeong.
—……
—Sí, estoy casada, y sí, tengo esposo. Pero no tengo religión, ni amigos.
—……!
—Padre, una falta de respeto puedo dejarla pasar. Pero a partir de la segunda, ya no. Le agradecería que, en adelante, usara bien mi nombre.
Al trazar una línea clara, su expresión cambió levemente. Kiya se pasó los dedos por las cejas y cerró la boca.
Seo-ryeong, aparentando indiferencia, volvió su atención hacia la bandeja de comida, pero su mirada pensativa siguió a la otra mujer hasta que esta dejó los cubiertos.
Los miembros del equipo, siguiendo a Kiya, descendieron al sótano.
El clima bajo cero. Allí, niños tiritando de frío permanecían agachados, cabizbajos, aferrándose unos a otros. Sus ropas estaban rasgadas, los zapatos perdidos.
Llamarlo monasterio era una burla: los tenían encerrados en un sótano sin ventanas. Los miembros del equipo mantuvieron el rostro impasible, pero había algo que no podían evitar preguntar:
—¿Qué es eso que llevan?
Los niños tenían puestas unas máscaras que cubrían sus cabezas por completo. Como sombreros de bufón, con cuernos bifurcados, cada una de colores y formas ligeramente distintos, creando un mosaico grotesco.
Pero su peso era evidente. Tan pesadas como cascos, los niños no podían sostener la cabeza erguida, cayéndoseles una y otra vez.
Al principio pensé que era para ocultar sus rostros, pero algo no cuadraba. Los niños gemían, desesperados. Uno incluso arañaba la superficie de la máscara, intentando quitársela.
Parecía más un instrumento de tortura, algo para controlarlos apretando sus cráneos. Seo-ryeong no pudo evitar hablar:
—Esas máscaras… parecen dolorosas. ¿Deben llevarlas puestas todo el tiempo?
—Sí. Duelen.
—……
—¿No soportas verlos así? ¿Quieres quitárselas?
Antes de que Seo-ryeong pudiera responder, Kiya saltó hacia adelante y comenzó a desatar las máscaras de los niños, una por una.
Cuando Seo-ryeong, alarmada, miró a Lee Woo-shin, el hombre permanecía pálido, en silencio.
— …..
Cada máscara de hierro que caía al suelo resonaba con un clang metálico.
Seo-ryeong observó discretamente el rostro del hombre, ahora cenizo. Su mandíbula estaba tensa, tallada a fuerza de pura voluntad, su respiración desigual.
Los niños, con las marcas rojas de las máscaras aún frescas en sus frentes, lloraban desconsolados. Entre ellos, solo Kiya permanecía de pie, sonriendo.
—Vestirlos así ayuda en las negociaciones. No es por maldad… ¡Y mañana los trasladarán al pabellón contiguo al monasterio, así que no habrá problemas!
—……
De pronto, la nuez de Lee Woo-shin tembló. Como si hubiera visto un fantasma, se arrodilló y extendió la mano hacia una máscara caída. Kiya, con una sonrisa burlona, dijo:
—Esa es la máscara que yo usaba de pequeño ¿Por?
—…!
Su mano se detuvo en el aire. Los ojos de Lee Woo-shin, repentinamente afilados, escudriñaron a Kiya con una mirada que nunca antes le había dirigido: la de un extraño.
—Al final, yo fui al castillo bonito. A ese castillo de invierno… fui yo quien escribió allí.
‘¿De todo esto, lo que más te gusta es lo mío?’
La mirada que le lanzó a Lee Wooshin parecía ponerlo a prueba.
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El hombre abrió los ojos de golpe.
Apartó las sábanas de un tirón y se incorporó; gotas de sudor, pequeñas como cuentas, le resbalaban por el cuello.
Hacía mucho que no se despertaba empapado, como si algo lo hubiera estado atormentando toda la noche.
En el silencio absoluto del monasterio, donde ni los insectos cantaban, se pasó la mano por la cara.
Kiya y Sonya…
Nombres extraños que le apretaban el pecho.
Nombres que hasta pronunciar se sentían pesados, casi aterradores.
Sonya… Kiya… ¿Kiya…?
—…..
Tal vez por haber regresado tras tanto tiempo, tenía los nervios de punta y el día entero se le había pegado a la piel con una sensación desagradable.
La relación entre el Castillo de Invierno y la Iglesia Ortodoxa Rusa… y el nexo cada vez más cercano con los niños de cabello negro.
El atentado de Ligai, que destapó de golpe todas esas piezas, no podía ser una simple coincidencia.
Se levantó de la cama con el ánimo revuelto. Sentía que, al fin, estaba frente al verdadero punto de partida.
Las preguntas que había guardado durante tanto tiempo sobre la mansión de los Solzhenitsyn.
Ese incidente que involucraba a científicos y grupos religiosos, en un castillo donde pululaban figuras del gobierno…
Si algo tenían todos en común, era que poseían el poder para cambiar el mundo.
Lee Wooshin se puso en marcha con paso inestable, cargando una punzante migraña.
Necesitaba ver a Seoryeong.
Un presentimiento extraño se revolvía en lo más profundo de su estómago, y sus piernas empezaron a moverse más rápido, casi sin querer.
Esa sensación insoportable, como si algo terrible fuera a suceder en cuanto bajara la guardia…
¿Desde cuándo estaba así? ¿Desde que vio esa máscara?
Su corazón temblaba como si se hubiese empapado de cafeína, y no había forma de calmarlo.
Casi como si, en cualquier segundo, algo fuera a estallar.
—¿Qué…? ¡Eso no tiene ningún sentido…!
De pronto, un grito ahogado y desgarrador resonó entrecortado.
¿Qué demonios está pasando a estas horas de la noche?
Y lo peor: la voz le resultaba familiar.
Con el rostro endurecido, Lee Wooshin salió disparado en línea recta hacia la habitación de ella.
—¡…Señor, le dije que dejara de decir estupideces…!
La voz volvió a romperse.
Sonya… Sonya…
Un murmullo bajo, desesperado, se arrastraba tras ella como si estuvieran discutiendo.
¡Thump, thump!
Sonidos sordos de algo pesado golpeando el suelo.
Un gemido ahogado, como si alguien se tragara las lágrimas a la fuerza.
Detrás de la puerta se desataba un caos.
Todo el alboroto se transmitía con claridad a través del viejo suelo que vibraba bajo sus pies.
Justo cuando Wooshin giró la perilla como si fuera a arrancarla…
—¡Suéltame…! ¡Te dije que me sueltes!
Lo que vio al abrir la puerta hizo que la sangre se le helara al instante.
—¡No…! ¡No me toques, maldita sea…! ¡Apártate…!
—Sonya, cálmate, Sonya…
—¡Si solo vas a decir idioteces, vete al carajo…! Hhrrgh…!
El cuarto estaba hecho un desastre.
Sus cosas esparcidas por el suelo, como si hubieran volado en medio de una pelea.
Allí, en medio del caos, los dos forcejeaban, enredados como en una lucha sucia.
Una lengua ajena se abría paso entre labios forzadamente entreabiertos, teñidos de rojo escarlata.
El sonido húmedo de la carne siendo chupada era absurdamente nítido.
—……
¿Qué… qué mierda es esto…?
La mente de Lee Wooshin se apagaba y encendía como una bombilla a punto de explotar.
Como si alguien le hubiese dado un mazazo en la cabeza.
Kiya no dejaba de invadirla, enredando su lengua con la de ella, devorándole los labios con una violencia tal que sus mejillas parecían hundirse, los maxilares forzados al límite.
Seoryeong lo empujaba con el rostro crispado, pero no lograba contener los sollozos que se le escapaban sin control.
Y entonces, Wooshin se lanzó hacia ellos sin pensarlo.
Un fuego incontrolable le inflamó las venas, ardiendo con rabia.
De un solo movimiento, le torció el cuello a Kiya, separándolos de inmediato.
—¡Han Seoryeong!
Cuando él gritó, un silencio como un rayo cayó de golpe sobre el cuarto.
Y al ver los labios de ella, hinchados de haber sido succionados por otro hombre, una rabia asesina le estalló dentro como un maremoto.
¡Mierda…!
Con el rostro endurecido por el miedo y la furia, intentó aferrarse a Seoryeong—
¡Plaf!
Antes siquiera de tocarla, su mano fue rechazada con tal fuerza que le ardió la palma.
Nada de lo que veía tenía sentido.
Mientras su expresión se deformaba en una mueca espantosa, sus ojos se encontraron con los de ella.
Una mirada enrojecida, torcida, como si lo observara con asco… como si tuviera delante a un insecto repugnante.
—Acabo de oír… algo realmente absurdo…
Los ojos, antes vacíos, se teñían ahora de una vida negra, turbia, extraña.
Y con voz casi masticada, ella murmuró:
—Tú… ¿de verdad…
Un sollozo le recorrió los labios como si se le curvaran en una risa enferma.
—¿Eres Kim Hyun?
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