Felizmente Psicótica - Merry Psycho - Capítulo 112
—¿Esa orden es para quién, exactamente?
Seoryeong lo preguntó con la cabeza fría como el hielo. ¿No eras tú quien me pedía que estuviera a tu lado, y ahora me dices que me vaya? Quiso reclamarle, preguntarle si realmente la veía como una simple integrante del equipo, pero por ahora se mordió la lengua.
Antes de interrogarlo a él, había algo que debía preguntarse a sí misma. ¿Por qué cada vez que sentía su afecto, el corazón le daba un vuelco? ¿Realmente lo veía solo como su superior? Pero ni ella misma podía dar una respuesta clara, así que discutir con él sobre eso solo llevaría a una conversación incómoda y sin sentido.
Aun así, no quería llegar a decir esto… Seoryeong mordió el interior de su boca antes de hablar.
—¿Es porque te acostaste conmigo?
—¿Qué…?
—¿Por eso estás actuando diferente?
—……
—Lo de anoche fue solo eso, anoche. Aun así, pasé la prueba. Fui una de las que usted eligió.
Seoryeong se acercó a él, paso a paso, hasta que la punta de su zapato chocó con la suya.
Sus miradas temblorosas se encontraron de frente. En ese silencio se decían muchas cosas, pero ninguno fue el primero en hablar. Seoryeong, con los ojos entrecerrados, le dio un golpe suave en el hombro y pasó de largo.
—No actúes como un hombre patético.
—……!
Ella salió dando un portazo que dejó tras de sí una ráfaga de aire helado. Lee Woo-shin, que se había quedado atónito por un momento, empezó a doblar inconscientemente la ropa que ella se había quitado sin cuidado. Maldita sea, con ese carácter… Aunque su mirada seguía siendo dura, una leve sonrisa se le escapó por un instante.
El hombre que observaba con ternura el lugar que ella acababa de abandonar, se giró al poco. Había ansiedad en sus pasos al salir tras ella.
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Una larga mesa de madera. Los miembros del equipo, ahora vestidos completamente con sotanas, se sentaron alrededor.
Yoo Dawit, que había asistido al seminario en su momento, encajaba sorprendentemente bien en ese aire solemne. En cambio, Jin Ho-je, con su cuerpo robusto, parecía alguien que se había puesto mal un mantón. Ki Taemin, aunque encontraba incómoda la larga sotana, parecía llevar algo rígido bajo la axila, probablemente un arma escondida.
Seoryeong comía sin siquiera mirar a Lee Wooshin, que estaba sentado justo frente a ella. Era una papilla hecha con piñones molidos, pero solo con eso su estómago se sintió reconfortado. Entonces, Jin Hoje, que devoraba su ensalada de papas, murmuró:
—Pero… ¿la oración en serio funciona?
—Es una forma de lavado de cerebro.
—¡¿Eh…?!
Mientras Jin Ho-je se quedaba boquiabierto, un sacerdote se dejó caer en la silla junto a Seoryeong.
—El lavado de cerebro funciona mejor cuando el cerebro aún es blando y joven.
Una afirmación bastante cínica, viniendo de un sacerdote.
—Lo que aprendes de pequeño se queda contigo toda la vida. En la cabeza, en el cuerpo… De alguna forma siempre deja huella. ¿Quieres esto?
Una langosta roja humeante cayó con un plaf sobre el plato. Wow… Ki Taemin abrió los ojos como platos y soltó una exclamación.
¿Y este lujo en un monasterio…? Seoryeong giró el rostro y miró a Kiya. El sacerdote tenía tiritas mal pegadas en la frente y en las sienes. A simple vista, se notaba que el vendaje era torpe.
—No, me siento mal del estómago.
—No pasa nada, puedes comer y vomitar después. Lo preparé yo, así que come.
—No quiero.
—Entonces al menos rómpelo y cómete la cabeza.
—……
—Lo mejor siempre está en la cabeza.
No había forma de razonar con alguien así. Era la primera vez que Seoryeong tenía tantas ganas de golpearle la cabeza a alguien.
El sacerdote, apoyando la barbilla con descaro, empezó a observarla abiertamente. Como si estuviera frente a algo fascinante, sus ojos recorrieron desde su cabello, bajando por la frente, el puente de la nariz, las aletas, el surco nasolabial… hasta llegar a sus labios. A veces sus dedos se movían, como si estuviera tentado a tocarla.
—Bueno… viendo que esta ha estado con un arma desde pequeña, y yo viví prácticamente en el mar, supongo que tiene sentido lo que dijo…
Jin Ho-je echó un vistazo de reojo a la langosta mientras tragaba saliva, pero Kiya no le prestó ni la más mínima atención. Su único interés era que Seoryeong no estuviera comiendo su plato.
—¿Tú qué hacías de pequeña?
—……
En su mirada se notaba una expectativa torcida, casi enferma. En ese instante, la mano de Seoryeong, que movía los cubiertos, se detuvo en seco.
¿Qué iba a hacer? Solo vivía en un orfanato. Mientras pensaba eso, empezó a notar que su mente se volvía más y más lenta. Sus párpados, que hasta entonces se movían con rapidez por el hambre, comenzaban a caer pesadamente.
—Monté en el carrusel… con papá…
—Hmmm…
Kiya dejó escapar un sonido nasal.
¿Qué…? ¿Qué acabo de decir? ¿Qué mierda fue eso?
Seoryeong sintió un desfase entre su voz y sus pensamientos, como si su mente y su cuerpo ya no estuvieran en sincronía. Hasta sus dedos parecían haberse puesto rígidos.
—¿Entonces quieres ir a montar en carrusel?
¡PUM!
En ese momento, Lee Wooshin golpeó con fuerza la mesa. Las bandejas temblaron y los cubiertos del resto del equipo rodaron por el suelo.
Seoryeong también se estremeció ante el repentino estruendo. Alzando la vista con la mirada turbia, lo vio. Lee Wooshin empezó a interrogarla con una voz gélida que helaba la sangre.
—Miembro Han Seoryeong. ¿Cómo se llama tu esposo?
—¿Qué?
—Despierta. El nombre de tu esposo.
—……
—Tu instructor contará al revés desde tres. Y tú lo dirás en voz alta.
—……
—Tres. Dos. Uno.
¡PUM!
Otro golpe sacudió la mesa.
—¡El nombre del maldito esposo por el que te morirías y matarías—!
Su voz se clavó en el aire con una precisión brutal. Las palabras, claras y filosas, arremetieron contra ella como un disparo.
Era como un interrogatorio. Lee Wooshin la acorralaba sin piedad, con una voz vacía de emociones. Ni siquiera fruncía el ceño. Mantenía una expresión totalmente neutra, el torso recto y sólo las venas del cuello marcadas por la tensión.
—¡Despierta de una puta vez! ¡Te pregunté qué era eso que querías matar con tus propias manos!
—¡Kim Hyun!
Seoryeong gritó el nombre por reflejo. Aunque su mente seguía nublada, ese nombre, como un clavo en el pecho, brotó de su boca.
—¡Kim Hyun…! Kim Hyun…
Cuantas más veces lo decía, más regresaba la luz a sus pupilas, antes apagadas. El aturdimiento que le pesaba en la cabeza se disipó de golpe. Seoryeong respiró agitadamente.
—Sí, Kim Hyun… Estoy buscando a Kim Hyun. Quiero atrapar a Kim Hyun…
—Exacto. No lo olvides. Aún no has hecho eso.
—……
—No lo mires más. Anda, sigue comiendo.
Como si no acabara de gritarle frente a todos, Lee Wooshin volvió a girar la cabeza con indiferencia.
¿Qué… fue eso?
Sus palmas estaban húmedas por el sudor frío. ¿Qué diablos acaba de pasar? Seoryeong jadeó, aún sin comprender del todo. Los demás miembros del equipo también parecían igual de desconcertados, paralizados, moviendo solo los ojos, tratando de digerir lo sucedido.
Todo pasó demasiado rápido como para procesarlo. Un instante tan corto que ni siquiera podía repetírselo en la cabeza. La cuchara en su mano temblaba ligeramente, y las venas azules de su muñeca latían violentamente.
Deng, deng.
En ese momento, como marcando la hora de la oración, resonaron claras las campanas.
—……
—……
Entre el sonido puro de las campanas, las miradas de los dos hombres chocaron sin rodeos.
—Ni lo intentes, viejo de mierda.
—El que no debería andar con jueguitos eres tú.
¡Pff!
Jin Ho-je, que justo estaba bebiendo agua, casi la escupe. Se dio cuenta enseguida del forcejeo invisible que venía gestándose desde la primera vez que se vieron. Se pasó la lengua por los labios, como intentando borrar la incomodidad.
¿El fanático este… está coqueteando con una de nuestras fieras y provocando a la otra?
Jin Ho-je intentó distender el ambiente soltando lo primero que se le vino a la cabeza.
—Oiga, padre, ¿y esos juguetes ahí al frente? ¿Qué son?
—Son míos.
—¿Eh? Pero si ni siquiera son de su edad…
—¿Y quién dijo que los uso para jugar? Son para la lápida.
—¿Lápida?
Mientras clavaba la mirada en Lee Wooshin con agresividad apenas contenida, Kiya observó también a Seoryeong con ojos inquisitivos, casi como queriendo arrancarle la piel de la cara con la vista.
Entonces habló, despacio, dejando que las palabras goteasen.
Una chispa extraña y retorcida brilló en sus ojos.
—Son de cuando jugábamos los hermanos del monasterio. Los fieles estaban tan ocupados con el campo que dejaban a todos los niños en la abadía. Algunos incluso fueron obligados a entregar a sus hijos… pero en la sucursal de Sajalín, desde hace mucho tiempo practicábamos la crianza colectiva.
Crecimos bajo el líder espiritual, no con nuestros padres. Aunque ahora ya no lo hacen tanto…
—Vi muchos campos todavía activos cuando veníamos, ¿por qué ya no…?
—No dio buenos resultados.
—¿Resultados…?
—Sí. Porque todos los niños murieron.
—……!
El silencio se desplomó sobre la mesa como una losa. Ni siquiera se escuchó el más mínimo roce de una bandeja. Hasta Jin Ho-je, que intentaba romper el hielo con amabilidad, se quedó helado.
—¿Eh…?
Su rostro se endureció por completo.
Kiya, en cambio, sonrió como si hablara de una anécdota trivial. Sus pómulos se contrajeron, como si estuviera a punto de contar la historia otra vez con aún más gusto.
—Es verdad. Todos murieron. Ni uno quedó.
—……
El cambio en su estado de ánimo era brutal: de sombrío a alegre, en cuestión de segundos.
Lee Wooshin lo observaba fijamente desde el otro lado de la mesa, con los puños cerrados tan fuerte bajo la mesa que los huesos se le marcaban.
—¿Sabes todas las cosas útiles que se pueden hacer con los niños?
Se echó a reír por lo bajo.
—Yo… he estado desnudo frente a la gente, imitando a una bestia.
—……
—En Daguestán, los niños crecen con oseznos desde pequeños. Por eso salen tantos luchadores fuertes de esa región.
Pero un día, nos lanzaron directamente al cercado con osos salvajes. Vi, con estos ojos, cómo despedazaban a mis hermanos. Supongo que ese fue el primer “espectáculo” de Sajalín.
No quería seguir escuchando.
Seoryeong sintió cómo volvía ese temblor que apenas había logrado calmar.
No sabía por qué, pero instintivamente buscó con la mirada a Lee Wooshin, como si él fuera una cuerda salvavidas.
Solo necesito verlo. Sentía que, si podía aferrarse a él, aunque fuera con la mirada, algo dentro de sí podría estabilizarse.
Bajo la mesa, estiró la pierna y envolvió su tobillo con la suya.
Y entonces, esos ojos opacos y sin brillo se giraron lentamente hacia ella.
La mandíbula de Lee Wooshin se marcaba tensa, como si estuviera soportando un dolor indescriptible.
—¿Nunca viste un circo así?
Kiya levantó un tenedor y empezó a girarlo entre los dedos, cruzando entre los nudillos y las puntas de los dedos con agilidad hipnótica.
El reflejo metálico, el suave sonido al cortar el aire…
Aunque no quería, Seoryeong no pudo evitar seguir el movimiento, como si algo la arrastrara.
Sus pupilas se movían con precisión animal tras cada giro del tenedor.
—Nos dijeron que si nos volvíamos fuertes, nos llevarían a un castillo bonito.
Otra vez esa náusea. Otra vez esa presión en el estómago. Se frunció el ceño sin darse cuenta.
—Con él, fui a donde fuera: reptamos, rodamos por el suelo, volamos por el aire…
Hicimos todos los actos posibles, cada acrobacia imaginable. Me rompí los huesos mil veces, la cara se me hundió… pero sobreviví. Hicimos todo. No había otros como nosotros, nadie aguantó con tanta brutalidad como nosotros. Rezamos, trabajamos, entrenamos… cada segundo lo compartimos. En las alegrías y en las penas. Siempre, juntos.
Kiya lanzó el tenedor hacia Seoryeong con una naturalidad pasmosa.
Ella, sin pensarlo, alzó el dorso de la mano y lo atrapó.
El tenedor tambaleó, temblando sobre su piel… pero poco a poco fue encontrando el equilibrio.
Sin embargo, thud —Lee Wooshin pateó la pata de la mesa, el tenedor volvió a caer al suelo.
Kiya ladeó la cabeza, sin dejar de mirarla, y de repente tiró bruscamente de la silla de Seoryeong, acercándola.
—¿Te hizo feliz casarte?
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