En el jardin de Mayo - EEJDM - Capítulo 63
Lo había intuido. La única información que podía obtener de Benjamin Dawson con su buena voluntad terminaba aquí. Indagar más allá de los límites que él había establecido no solo carecía de sentido, sino que solo serviría para generar resentimientos innecesarios.
—Entiendo completamente lo que me ha compartido.
Frente a la línea invisible trazada por Benjamin, Vanessa retrocedió con calma. Recogió el testamento sobre la mesa y lo guardó con cuidado dentro de su sombrero.
—Gracias por compartir su historia conmigo.
—…Lamento no haber sido de más ayuda.
—No, ha sido más que suficiente.
Aunque era prácticamente un rechazo a lo que tanto anhelaba, el rostro de Vanessa apenas mostraba decepción. Incluso esbozó una leve sonrisa, como si quisiera consolarle a él. Su actitud serena hizo que Benjamin vacilara por un instante.
Vanessa revisó nerviosamente el interior de su manga, como buscando algo con urgencia, antes de morderse el labio con expresión avergonzada.
—Disculpe… ¿tendría por casualidad un bolígrafo o pluma que pudiera prestarme un momento?
—Bueno…
Benjamin sacó amablemente un bolígrafo de su saco. Desde hacía rato, el fantasma de una niña de cinco años se superponía en su mente sobre el rostro de Vanessa, y ante la incomodidad que le producía, aquella petición mundana era un alivio. Años de firmar documentos lo habían habituado a llevar siempre un bolígrafo con tinta, incluso retirado ya hacía años.
Vanessa tomó el bolígrafo con delicadeza y comenzó a escribir algo en una servilleta sobre la mesa. Su caligrafía, inesperadamente elegante y madura para una joven, fluía con seguridad. Al terminar, alzó la vista.
—Me da vergüenza admitirlo, pero esto es lo mejor que puedo ofrecer.
Deslizó la servilleta hacia él. Sus ojos brillaban con una determinación cristalina.
—Necesito un asesor legal para temas de herencia. Quiero contratarle a usted, Sir Dawson.
En la servilleta, escritos con pulcritud, figuraban los términos y honorarios del contrato. La suma no era exorbitante, pero tampoco insignificante: justa, como si hubiera investigado meticulosamente las tarifas habituales antes de venir.
Benjamin contuvo una risa desconcertada. Bajo esa apariencia dócil, es bastante audaz, pensó.
—¿A un viejo retirado desde hace más de cinco años?
—¿No son suficientes los términos?
—Son… razonables. Solo que el plazo de pago es inusualmente lejano.
Vanessa sostuvo la mirada de Benjamin sin pestañear.
—Necesito a alguien experto en derecho sucesorio. Un abogado lo suficientemente hábil y discreto como para iniciar los trámites sin que mi tío se entere.
—……
—Como le mencioné antes, creo que el testamento fue modificado bajo ciertas circunstancias. Incluso sospecho que podría haber pasado algo por alto.
Vanessa apretó los puños sobre sus rodillas. Cuanto más revisaba el testamento, más crecía su inquietud. Su padre biológico había sido un hombre mucho más meticuloso de lo que recordaba: en vida, había especificado hasta el más mínimo detalle sobre los negocios que manejaba. Pero en aquel extenso documento, solo había una omisión: ella.
Tras la muerte de sus padres, todo —desde un ramo de rosas de Gloucester hasta un simple ladrillo— había pasado a manos de su tío. En Ingram, donde aún seguían las leyes sucesorias del antiguo reino sálico, las mujeres no podían heredar títulos o tierras. Pero que la excluyeran incluso de ámbitos fuera de esas restricciones le resultaba incomprensible.
Ni siquiera el poni blanco que le regalaron por su cumpleaños fue una excepción. Aquel caballito, dejado en el establo Delta, acabó vendido en silencio a otro rancho. El día que lo supo, la indignación le quemó el pecho.
—Cuando lo revisé, los nombres de las empresas que mi padre había incluido personalmente en el testamento habían sido borrados. Me dijeron que, si se cerraba una inversión, la contraparte podía solicitarlo. Pero los registros de aquel año no mostraban movimientos de grandes sumas.
—……
—Así que busqué en periódicos y localicé las cinco compañías en las que invirtió en Somerset. Dos quebraron, dos ignoraron mis llamadas. La última respondió, pero con una advertencia: si volvía a contactarlos, avisarían a mi tutor legal.
Benjamin clavó su mirada profunda en Vanessa. Sugerirle «si te ignoran, ve en persona» habría sido inútil. ¿Qué adulto tomaría en serio a una muchacha recién llegada a la mayoría de edad? Ya bastaba con cómo afilaban sus garras ante un simple correo.
Incluso si el conde de Somerset hubiera preparado algún arreglo secreto para su hija, el hecho de que nadie hubiera contactado a Vanessa solo apuntaba a una conclusión: alguien —quizá varios cómplices— estaba ocultando la verdad, temeroso de que saliera a la luz.
‘Tal vez su tío sea el muro entre ella y las respuestas’
Benjamin la observó. Aunque debía sentirse incómoda, ella mantenía la postura erguida, impecable. Los puños apretados bajo la mesa temblaban, pero todo lo visible sobre ella permanecía sereno.
Era una joven inusualmente juiciosa. Había aprendido a no mostrar todas sus cartas al negociar, pero su falta de experiencia traicionaba sus emociones: un pequeño defecto en un diamante en bruto.
—……
Si Lady Vanessa hubiera sido astuta, habría fingido ignorancia. Si fuera tonta, lo habría ignorado. Pero su desesperación genuina, su honestidad y esa integridad cultivada en soledad… eran difíciles de rechazar.
Con un suspiro, Benjamin arrastró su servilleta hacia sí.
—Bien. Intentémoslo.
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Vanessa subió a cubierta, intentando enfriar con el dorso de la mano sus mejillas arreboladas por la agitación. Solo cuando la fresca brisa del río la rozó, comenzó a recuperar el sentido de la realidad.
Había creído que persuadir a Sir Benjamin Dawson la llenaría de pura alegría, pero, irónicamente, lo primero que sintió fue un temor insidioso. Ahora estaba cruzando un punto de no retorno con su tío. Ya no importaba si había habido un malentendido o no. La desconfianza era así: una herida que nunca cicatrizaba en una relación.
—Señorita…
Vanessa, que se aferraba con suavidad a la borda, se volvió al escuchar a Mary acercarse. La doncella había logrado abrirse paso entre la multitud, tan densa que apenas dejaba espacio para respirar, y extendió un pequeño plato que había defendido con esfuerzo. Sobre él, fruta cortada en bocados, galletas y chocolates.
—Traje algo para picar.
—Gracias, Mary. Estaba tan distraída que ni lo pensé.
—Hubiera llegado antes, pero los marineros retrasaron todo. Bloquearon por completo las escaleras a cubierta.
Vanessa estaba a punto de morder una uva jugosa cuando las palabras de Mary la detuvieron.
—¿…Marineros?
—Los héroes de la batalla naval de Potsdam, según dicen. Los invitó directamente la Casa de Santal.
Al oír eso, Vanessa no pudo evitar mirar hacia las escaleras. Si eran los de Potsdam… ¿habría venido River Ross? Los rumores decían que Ross era un subalterno directo del famoso Duque Battenberg.
—Si no piensa unirse al baile, mejor regrese a su camarote a descansar. Señorita Rosalyn me dio la llave, dijo que llegaría tarde.
Al parecer, su expresión pensativa no era muy alentadora. Mary, interpretándola como agotamiento, le tocó la frente con premura para comprobar su temperatura.
—Por suerte, no tiene mucha fiebre.
Desde pequeña, los medios de transporte inestables siempre le habían provocado mareos.
La fiebre alta y las náuseas eran habituales; a veces, incluso caía enferma durante días, como si sufriera una gripe. Pero hoy era una de esas raras excepciones en las que se sentía relativamente bien. Aparte de una ligera febrícula, se sentía extrañamente ligera, como si su cuerpo hubiera decidido rebelarse contra su propia naturaleza.
—¿Y tú, Mary?
—Yo… debo quedarme con la señorita.
Aunque su respuesta era la de una doncella leal, su mirada se había perdido en la distancia, pálida y tensa, como si hubiera reconocido a alguien entre la multitud que llenaba aquel espacio abarrotado.
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