En el jardin de Mayo - EEJDM - Capítulo 62
Una palidez tensa se posó en la comisura de sus labios. Al cruzar la mirada con la penetrante observación del anciano caballero, le resultó difícil abrir la boca. Todos los pensamientos y argumentos que había ordenado con tanto empeño se desmoronaban, enredándose en un silencio ansioso.
Vanessa se dio cuenta de que él había buscado precisamente eso. El instante en que, desprevenida y con ingenuidad, dejara ver una debilidad —ese momento exacto que él aprovecharía para lanzarse, para observar su reacción.
Necesitaba tiempo. Un respiro para recuperar el hilo que acababa de perder.
—¿Podría pedir una soda con gas antes de continuar?
—Por supuesto.
Alzó la mano para llamar a la azafata, y pronto un vaso de soda con limón fue depositado sobre la mesa. Al esbozar una leve sonrisa de agradecimiento hacia ella, las miradas que rodeaban el vagón se desviaron discretamente hacia su mesa, antes de disiparse.
La curiosidad parecía intensa ante el encuentro de dos personas que, a simple vista, no compartían ningún punto en común. ¿Cuántos ojos allí serían aliados de su tío…? Pero ya estaban demasiado lejos como para preocuparse por eso. Además, las mesas estaban suficientemente separadas como para impedir que alguien oyera lo que se decía.
—Me gustaría que viera esto primero.
Vanessa colocó sobre la mesa un relicario cuidadosamente envuelto en un pañuelo.
—¿Qué es?
—Parece ser un objeto que mi padre llevaba consigo en aquel entonces… en el momento del accidente.
—Oh…
—Lo encontré hace poco, desde entonces he estado buscando a alguien que pudiera confirmar si realmente pertenecía a mis padres.
Benjamin levantó ligeramente el pañuelo para echar un vistazo al viejo relicario. Soltó un leve suspiro.
—…Ya veo.
La habitual rigidez del anciano, esa desconfianza propia de la edad, comenzó a ablandarse poco a poco. En el fondo, Vanessa no era más que una joven de la edad de sus nietos. Incluso más una niña que una mujer.
No era raro que un niño que había perdido a sus padres se aferrara con desesperación a sus pertenencias. ¿Y cómo podía uno considerar una falta de etiqueta un contacto inesperado, o una visita inesperada de una nieta desconocida? ¿Cómo despreciarlo como algo extravagante? Además, Lady Vanessa había sido todo el tiempo educada y digna frente a él.
—¿Le resulta familiar? ¿Lo ha visto antes?
—Hmm… podría ser… o tal vez no…
Mientras examinaba el relicario con una mirada incierta, Benjamin notó un enganche medio roto y levantó los ojos hacia Vanessa. Sin palabras, le preguntó si podía abrirlo. Ella asintió con la cabeza, y el anciano, con sumo cuidado, comenzó a deshacer la unión del objeto.
Vanessa apretó con fuerza el puño sobre sus rodillas, con la mirada tensa.
¡Clac!
¿Alguna vez en su vida había escuchado tan fuerte el sonido de un broche de metal al abrirse?
—Ah……
Contuvo la respiración, nerviosa, y miró al anciano justo cuando él soltó una exclamación de asombro.
—Sí… ahora que veo esta foto, lo recuerdo. La vi muchas veces.
Las arrugas del entrecejo de Benjamin se alisaron, sustituidas por una risa franca y abierta.
—El joven conde solía sacar esto cada vez que tenía oportunidad. Aquel hombre tan serio se transformaba por completo cuando hablaba de su hija… No hacía más que decir lo adorable y preciosa que era su pequeña. Y yo, que solo tuve dos hijos varones, no sabes cuánto lo envidiaba.
Una chispa del pasado que Vanessa no esperaba. Por un instante, creyó entrever en el anciano una sombra borrosa de su padre. Pudo imaginar cómo hablaba, cómo abría el relicario, cómo se emocionaba sin medida.
Luchó por contener la emoción que le subía al pecho, terminó por sonreír, con los ojos húmedos.
—¿De verdad era así?
¿Un hombre serio? Las pocas memorias que le quedaban de su padre eran todas dulces y cálidas. Como cuando se rió al ver su barba desaliñada por falta de tiempo y no se afeitó durante un año entero. O cuando ella le agarraba los pantalones y él, sin preocuparse por las apariencias, la alzaba en brazos y reía con ella. O aquellas promesas absurdas de que le daría el mundo entero.
Incluso en tiempos en que hacer tal adoración por una hija era motivo de burla y lo llamaban “esclavo de su esposa”.
—Al ver la foto así… me viene a la memoria su rostro. Has crecido igualita a él.
Vanessa abrió mucho los ojos, sorprendida. Luego no pudo sostener más la mirada y bajó los ojos de golpe. Has crecido bien. Era la primera vez en su vida que alguien le decía algo así.
Toda su existencia no había sido más que una imitación torpe de los buenos momentos que recordaba. La voz de su madre, la postura firme de su padre, su calma, su cariño, su paciencia… Y con el tiempo, esa lucha constante contra la duda: ¿eran reales esas memorias? La mente engaña, la memoria se distorsiona. Los únicos “adultos ejemplares” que conoció después eran profesores sin motivación que ganaban 80 libras al mes.
En cierto modo, Rosalyn tenía razón al decir que ella había enterrado su vida junto a la tumba de sus padres. Cada vez que se miraba al espejo, los veía a ellos. Todo lo que sabía del mundo lo aprendió a través de ellos. Y aun si arruinaba su vida con sus propias manos, no quería que fuera otro quien lo hiciera.
—Gracias… por decirme eso.
Vanessa sonrió, como si tratara de espantar la emoción antes de dejarse arrastrar por la melancolía.
—Y también gracias por revisar el relicario. Lo encontré por pura casualidad, así que no estaba segura de si realmente pertenecía a mis padres.
—La verdad es que no se ha conservado muy bien. ¿Puedo preguntarte dónde lo encontraste?
—En la calle, cerca de casa…
—Entonces es natural que hayas dudado.
Parecía que Benjamin ya había terminado de evaluar a la joven. Le dedicó una sonrisa bastante afable y comprensiva. Al parecer, el anciano consideraba que todos los asuntos estaban ya resueltos.
Pero para Vanessa, lo importante apenas comenzaba.
—Hay algo más que necesito que revise.
Se quitó el sombrero con elegancia y sacó del interior un pliego de papel que había guardado cuidadosamente doblado. A los ojos de los presentes, su gesto pareció nada más que el acto de reajustar el lazo suelto de una cinta —natural y discreto.
Tenía que llevar consigo esos dos objetos en todo momento, sin saber cuándo se encontraría finalmente con Benjamin Dawson. Pero en un lugar como este, una mujer no podía entrar visiblemente con cualquier cosa. Solo había dos objetos que podía portar sin llamar la atención: una sombrilla o un abanico. No era cuestión de andar mostrando lo que llevaba, ni mucho menos de levantar la falda en público. Si había que esconder algo, las opciones eran limitadas desde el principio.
Benjamin la observó sin sorpresa, como si ya hubiera visto a muchas mujeres manejarse así.
—¿Y esto?
—Es una copia del testamento de mi padre. Se redactó como instrumento público, así que se ejecutó sin verificación de autenticidad. Después, permaneció archivado en el tribunal estatal durante siete años. Lo copié palabra por palabra.
Benjamin observó el documento con renovado interés. Sacó unas gafas del bolsillo interior y se las puso antes de pasar algunas páginas. Al llegar a cierto punto, levantó la vista, sorprendido.
—¿Todo esto lo copiaste tú?
—No todo… Es muy extenso, así que solo transcribí una parte. Pero encontré algo extraño, y me concentré en ese fragmento.
—¿Y qué parte te pareció sospechosa?
—Si observa entre la tercera y la cuarta página, notará una ruptura en la continuidad.
—¿Ah, sí? Las frases parecen tener sentido, sin embargo.
—Sí, pero mire la posición del punto final. Si la frase realmente continuara, no debería haber un punto justo al comienzo de la cuarta página.
—¿Y no es posible que tú, al transcribirlo, lo hayas colocado por error?
—No. Descubrí esa anomalía antes de empezar la copia. El punto fue precisamente lo que me llevó a fijarme en esa parte. La elegí como referencia para identificar patrones en el resto del documento.
En realidad, había copiado mucho más de lo que había traído consigo, pero el espacio dentro del sombrero era limitado. Benjamin permaneció un rato en silencio, leyendo atentamente el testamento. Las arrugas sobre el puente de su nariz se profundizaron aún más.
—Hmm…
Tras lo que pareció una eternidad, Benjamin dejó las gafas sobre la mesa.
—El testamento original, hasta cierto punto, coincide con el que redacté cuando ejercía como asesor legal. Pero lo que viene después…
—¿Cambia?
—No sabría decir con total certeza. Ha pasado mucho tiempo, y no recuerdo cada palabra. Pero este pasaje… sí, parece distinto. Pensando en cómo era el conde en aquella época, ciertamente resulta extraño. Si algo cambió tras mi marcha, debió ser un giro importante en su forma de pensar. Al menos, en cuanto a sus prioridades en el testamento, el cambio es evidente.
—¿Podría decirme exactamente qué parte cambió?
Benjamin no respondió enseguida. Se quedó mirando a Vanessa en silencio. Finalmente, tras una larga pausa, habló con voz grave.
—Lady Vanessa.
—Sí, dígame.
—Me temo que, a partir de aquí, no puedo hablar con libertad.
El tono tajante del anciano la hizo morderse el labio con impaciencia.
—¿Está diciendo que…?
—Hay cosas que no puedo revelar tan a la ligera. Se trata del honor y la confidencialidad debida a un antiguo cliente. Entiendo que para ti todo lo relacionado con tu padre pueda ser vital, pero hay principios que deben respetarse, incluso en circunstancias como esta.
Vanessa bajó la vista hacia las manos del anciano, que doblaban el testamento con cuidado sobre la mesa, y luego lo miró a los ojos. Benjamin se recostó en su silla con serenidad. El brillo cordial de sus ojos azul cielo se había desvanecido, sustituido por una calma fría y profesional.
—Quisiera ayudarte, pero me temo que en este asunto… no puedo hacerlo.
Madara Info
Madara stands as a beacon for those desiring to craft a captivating online comic and manga reading platform on WordPress
For custom work request, please send email to wpstylish(at)gmail(dot)com