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En el jardin de Mayo - EEJDM - Capítulo 57

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La “salida” de River Ross se estaba alargando más de lo previsto. Ya había pasado una semana desde el día en que prometió regresar, y aún no había señales de él. Vanessa, cada mañana, preguntaba a Mary si había llegado alguna carta a su nombre, deambulaba sin motivo frente al teléfono, o hojeaba los periódicos en busca de alguna noticia sobre marinos accidentados.

Al principio, solo se sintió molesta por el incumplimiento de la promesa. Pero al tercer día, la preocupación empezó a ganarle terreno, y tras pasar la semana, decidió que debía aprender a adaptarse a una vida sin él.

Quizá River Ross no pensaba volver nunca. Tal como hacen tantos soldados que olvidan a quienes dejaron atrás.

Con Dalia en brazos, que mordisqueaba el dobladillo de su falda pidiéndole que jugara con ella, Vanessa bajó al rosal. La neblina matinal cubría el jardín de rosas, y esa bruma le daba un aire desolado pero extrañamente lleno de vida. Las matas de brezo, que ya le llegaban a las rodillas, habían florecido en una vibrante gama de violetas, y los pájaros de agua, venidos desde el río cercano, trinaban posados en las ramas.

Recogió un par de rosas tardías, pesadas aún por el rocío. Dalia, con su nariz húmeda, se acercó a olerlas y acabó estornudando con fuerza.

Vanessa se sentó en una vieja silla junto al cobertizo. Tal vez, pensó, si venía hasta aquí, podría sentir algún rastro de su presencia, como por arte de magia. Pero era solo una ilusión más.

 

—¿Quieres que te baje?

 

Dalia, que parecía haber encontrado un nuevo aroma interesante, estiraba el cuello con insistencia. Vanessa la dejó con cuidado en el suelo. La perrita corrió entre las malas hierbas, rodando de aquí para allá, Vanessa supuso que para el mediodía ya estaría felizmente cubierta de barro.

Mientras la observaba jugar con ternura, su sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco.

‘Si de verdad se fue… ¿se habrá llevado todas sus cosas?’

Había muchas formas de comprobarlo. Bastaba con abrir la puerta del cobertizo. Entonces sabría si se había ido para siempre o si pensaba volver.

River Ross había colgado su llave del cobertizo en el llavero de la entrada, a la vista de todos. Como si no le importara que alguien entrara y se llevara todo lo que tenía.

Vanessa miró el llavero con ojos vacilantes, pero negó con la cabeza.

‘Aún podría volver…’

Si todo lo que quedaba fuera un campo de ruinas, no habría razón para contenerse. Pero aquel cobertizo aún era un espacio íntimo de River Ross. Aunque él ya no estuviera cerca, entrar sin permiso y revolverlo todo no era algo que Vanessa pudiera hacer a la ligera. Incluso entre personas cercanas, siempre debía haber cortesía y respeto.

‘Quizá, en el fondo, lo que quiero es simplemente ignorarlo. Fingir que River Ross no se ha marchado sin decir nada’

Tragó el nudo de autocompasión que le afloraba a los labios. De cualquier modo, todas esas emociones grises, esa melancolía empapada de excusas, se acabarían hoy.

Si no llegaba ninguna noticia suya antes del anochecer—o, como mucho, antes de que amaneciera el día siguiente—entonces…

Vanessa soltó un largo suspiro.

‘Entonces respetaré su decisión. Significará que ya no quiere volver a verme’

Apoyó el codo en el brazo de la silla y la barbilla sobre la mano. A lo lejos, su mirada se detuvo en el cobertizo pintado de blanco. Aquel lugar, que durante tanto tiempo había estado vacío y olvidado, se había transformado bajo las manos de River Ross: un escondite acogedor, silencioso.

Los lugares que no eran habitados se deterioraban rápidamente. Y Vanessa deseaba, con todo el corazón, que ese rincón siguiera siendo cálido por mucho tiempo más.

‘¿Qué tal si, cuando se haya ido, lo convierto en un estudio?’

Incluso si las despedidas no habían sido dignas, el lugar no tenía la culpa. Y ella, al menos, sabía que aún era capaz de amar. A River Ross. A los recuerdos de los veinte años. Al jardín de mayo.

Estaba dispuesta a recordarlo a solas, a evocarlo con ternura sin que eso dañara a nadie. Porque querer en silencio no hería a nadie.

 

—¡Guau! ¡Guau guau!

 

Dalia, que andaba persiguiendo insectos entre las hierbas, de pronto alzó las orejas, se irguió y ladró con energía. Como si hubiese detectado a un intruso, salió corriendo con ímpetu, decidida a defender su territorio.

Vanessa, sin levantar la vista, esperó. Esperó a que los pasos se acercaran… o a que se alejaran del todo.

El sonido de los pasos cesó justo cuando, en el borde de su campo visual, asomaron unas punteras de zapatos que conocía demasiado bien. La larga sombra de un hombre se proyectó sobre ella como un toldo, bloqueando la luz del sol.

 

—Vanessa.

 

Su voz era pausada, con una suavidad que casi parecía admiración. River Ross tenía una forma muy particular de pronunciar su nombre, y ese tono le era inconfundible.

Una ola de emoción repentina la dejó atónita por un instante. Parpadeó con la mirada perdida, y enseguida apretó los labios, conteniéndose.

 

—¿Qué haces aquí, a estas horas?

 

Su voz llevaba un leve matiz de risa. Pero Vanessa seguía mirando al suelo, sin moverse. Sabía que si lo miraba a los ojos, si veía que estaba ahí de verdad, todo el enojo se disolvería. Y lo recibiría como un perro fiel que ha esperado demasiado.

Ella permanecía obstinadamente en silencio, hasta que de pronto se levantó de la silla de un salto. Aceleró el paso sin decir una palabra y pasó de largo junto a River Ross. Pero no había avanzado más que unos pocos pasos cuando una mano le sujetó la muñeca con firmeza.

 

—…Suéltame.

 

Vanessa murmuró, con el rostro encendido hasta las orejas. No quería verlo en ese momento. No así. No con las emociones a flor de piel, ni con ese aspecto completamente desprotegido y sin preparación alguna. ¿Quién hubiera podido imaginarlo? Que él aparecería caminando entre la niebla, en plena madrugada, cuando ni siquiera circulaban coches.

La idea de que quizá no fuera él fue más una defensa que una esperanza. Se abrió la reja, se oyeron los pasos firmes de un hombre, la presencia se fue acercando…

Negar que lo esperaba sería mentir, pero en cuanto escuchó su voz, toda preparación se desmoronó en un instante. No quería mostrarse tan descompuesta frente a él.

 

—¿A dónde vas?

—A… se me quedó algo en la habitación.

—¿Después de esperar tanto, te vas sin siquiera verme la cara?

—Sí, bueno, pero… mejor hablamos luego…

 

Vanessa miró con ansiedad hacia la entrada del jardín. Llevaba apenas un chal delgado y lleno de bolitas de pelusa sobre el camisón, el cabello recogido de cualquier manera y unas gafas de montura gruesa. Se sentía completamente desaliñada.

Y cuanto más atractivo y elegante era él, más miserable se sentía ella.

 

—Pensé que me alegraría verte…

—……

—Pero es aún mejor de lo que imaginaba.

 

Vanessa dejó de intentar liberar su muñeca de la mano de River Ross. La tensión que mantenía su cuerpo rígido comenzó a desvanecerse. Todo por unas simples palabras: que en todo este tiempo, él no había dejado de pensar en ella.

Vanessa giró el rostro, esquivando su caricia como si fuera su último acto de orgullo.

 

—…¿Por qué tenías que volver justo hoy? Hubiera preferido que regresaras mucho más tarde.

 

Si hubiera llegado ayer, se habría alegrado. Si hubiera sido mañana, quizás lo habría olvidado para siempre. Mientras rumiaba sus palabras, River Ross dejó escapar una breve risa. Había percibido ese reproche agudo que no alcanzó a ser reprimido del todo.

 

—Entonces es una suerte que no haya tardado demasiado.

 

‘Una suerte que no haya llegado tan tarde como para que me hayas dejado por completo’, fue lo que quiso decir. Y ese hombre que podía expresar algo tan atrevido con tanta serenidad resultaba escandalosamente atractivo.

En el momento justo en que sus ojos, tercamente clavados al suelo, comenzaron a perder rigidez, una gran mano le tomó la mejilla, alzando suavemente su rostro para que pudiera mirarlo.

Cuando intentó resistirse, cerrando con fuerza los ojos, una risa suave la envolvió, seguida de un roce fugaz y cálido en la frente. Luego, en la comisura de los ojos hinchados por el desvelo, en el pequeño puente de la nariz, y finalmente en los labios entreabiertos por el asombro.

 

—…….

 

El instante en que se tocaron fue breve, efímero, y ni siquiera profundo. River Ross se separó con naturalidad, soltándola con la misma calma con la que la había tocado.

 

—Tienes los labios fríos, Vanessa.

 

Como si emitiera una observación más.

 

—No te quedes aquí la próxima vez. Espera adentro. Aunque sea verano, antes de que salga el sol siempre hace frío.

—…¿Y si en ese tiempo termino rompiendo algo que te importe?

—No importa lo que haya dentro. Puedes hacer lo que quieras con ello.

 

Abrió la cerradura con una llave del llavero y entró. Vanessa permaneció de pie, luchando consigo misma, hasta que al fin se decidió a seguirlo.

River Ross colocó el maletín sobre el escritorio y comenzó a cruzar de un lado a otro el largo almacén, abriendo cortinas y ventanas. El sol, ya completamente alzado, derramaba su luz cálida sobre el espacio aún fresco.

 

—…….

 

El polvo flotando en el aire brillaba como si fueran partículas de oro. Sentada en una silla de madera, Vanessa lo observaba en silencio mientras él se movía. En esa semana de distancia, parecía como si Dios mismo hubiera esculpido a ese hombre con una perfección aún mayor.

Una belleza serena, una elegancia fría, y el frescor característico de la juventud convivían en armonía sobre su rostro refinado.

Ni siquiera el impecable traje de caballero podía ocultar sus muslos firmes o la forma poderosa y proporcionada de su cuerpo, que se movía con una naturalidad casi salvaje.

Un plebeyo más noble que cualquier noble. Al verlo así, tan imposible, le vino de golpe a la memoria uno de esos rumores que las criadas cuchicheaban a sus espaldas.

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