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En el jardin de Mayo - EEJDM - Capítulo 134

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Theodore, que había mirado fijamente a su subordinado por un momento, sonrió de lado sin siquiera darse cuenta. Como si hubiera algo más que le preocupara. La voz de Vanessa se extendió por su mente complejamente enredada, como una fina capa de humedad.

 

—De todos modos… reflexionaré sobre sus palabras.

 

El principio y el fin de la duda siempre eran los mismos. ¿Por qué respondió que pensaría en sus «palabras» y no en si aceptaría la propuesta? ¿Y cuán seria era su relación con Jacques Marchal? ¿Por qué le ocultaba la existencia de su hijo?

La sospecha lo arrastraba sin fin hasta lo más profundo, adheriéndose a su mente y aumentando su fiebre.

 

—Si quieres algo conmigo, solo hay una forma: vende tu cuerpo por este precio.

 

Si hubiera tenido la intención de rendirse con solo esas palabras, no habría llegado hasta aquí. La hipocresía de esa mujer ni siquiera le molestaba mucho. Simplemente, cegado por la excusa de poder tocarla, su estómago se retorcía aún más por esa insignificante cantidad que había sacado de su bolso.

Incluso en el momento en que sus labios se tocaron con tanta desesperación, la ansiedad no se calmó. La compulsión de que la volvería a perder se intensificó aún más. Como si, al apartar la vista por un instante, esa mujer desapareciera sin dejar rastro.

Incluso rodeando a Vanessa con soldados sin dejar un solo hueco, su corazón no encontraba la paz. El encierro, la vigilancia, todas esas precauciones inútiles de hace cuatro años. Vanessa ya tenía un historial de haber cruzado el mar embarazada de su hijo.

Esta vez, si la perdía, ni siquiera podía adivinar a dónde desaparecería. A diferencia de hace cuatro años, con el fin de la guerra, las opciones se habrían multiplicado infinitamente. Y esa mirada, tan claramente diferente a la de antes…

 

—…Puedes retirarte, suboficial Ross.

 

Cuando el ambiente se quedó en silencio, Theodore inclinó lentamente la cabeza hacia atrás. Su nuez de Adán, prominentemente marcada, se agitó. Sus párpados cerrados se abrieron, y sus ojos de un azul intenso miraron fijamente el oscuro vacío.

 

—Pero ahora tengo a otra persona que me es tan preciada.

 

La sed le quemaba la garganta ante la mirada de la mujer, que ya no era ni ciega ni desesperada. Le dolía el estómago por la temperatura y la profundidad marcadamente diferentes, aunque hubiera preferido no haberlo sabido desde el principio.

Se había aferrado a algo tan insignificante. Como un loco de verdad, rogando que le permitiera estar a su lado, aunque fuera por un instante.

Theodore dejó escapar una risa vacía y se cubrió los ojos con el dorso de la mano. No podía entender cómo la gente vivía en este estado, sufriendo una ansiedad tan interminable. Sin siquiera poder confirmar la realidad de lo que tenían frente a sus ojos.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

Al abrir la tapa de la olla grande, una cálida ráfaga de vapor subió. Del caldo, hecho con huesos con un poco de carne, salía un aroma delicioso.

Vanessa, con el cucharón, retiró cuidadosamente la grasa que flotaba, y añadió generosamente tomates secos y frijoles cocidos al caldo. No olvidó agregar las papas, perfectamente peladas. Le gustaba que, mientras se movía, no tenía que pensar en nada.

Al concentrarse en tareas tan sencillas, su mente, antes ligera como una pluma, se iba calmando gradualmente. Entonces llegaba el momento en que podía reflexionar con tranquilidad sobre por dónde había pasado su vida y hacia dónde iría.

Pero, con la más mínima distracción, sus pensamientos volvían a él.

 

—Porque te amo.

 

Vanessa contuvo un ligero jadeo en su boca. Solo pensar en esas palabras le revolvía el estómago.

 

—En diez días me iré a Ingram, si no quieres, nunca más volveré a este lugar.

 

Nunca más. Repitió esas palabras para sí misma. No sabía cuánta sinceridad había en ellas, pero Theodore había dicho que los dejaría en paz. Que respetaría la nueva vida que ella había construido.

Ojalá al menos esa palabra no fuera mentira. Así, sin importar dónde se estableciera en el futuro, no tendría que vivir con la sensación de ser perseguida por alguien.

 

—¡Ay…!

 

Vanessa, que había estado mirando fijamente al vacío, sintió un dolor agudo y se despertó de golpe. La cuchilla con la que cortaba la cebolla se había clavado en la punta de su dedo. Rápidamente soltó el cuchillo y se envolvió la mano con el pañuelo que tenía sobre la mesa.

 

—¿Está bien?

 

Mabel, que en algún momento había abierto la puerta y entrado, la miraba con los ojos muy abiertos. Llevaba en brazos a un bebé cuyo enfoque de las pupilas apenas comenzaba a ser claro.

 

—¡Dios mío, Señorita Liber! Se lastimó.

—Estoy bien. No es un corte grande.

—Déjeme ver.

 

Acercándose con pasos cortos, tomó la mano de Vanessa, la derecha que estaba relativamente libre, y la levantó. La examinó minuciosamente a la luz del sol que entraba por la ventana, luego frunció el ceño de repente.

 

—No le quedará cicatriz, pero tenga cuidado. De por sí me preocupaba que últimamente pareciera estar distraída… Y lastimarse así justo el día de la partida, me preocupa.

—¿…Se notó mucho?

—¡Claro! Parecía como si estuviera poseída.

 

Mabel levantó al bebé y respondió. Luego estiró el cuello y echó un vistazo a la olla.

 

—¡Dios mío! Este es el estofado de aquella vez.

—Siéntese, Mabel. Será un largo camino hasta Ingram, así que deben llenar bien el estómago antes de irse.

 

Vanessa sonrió, sirvió un plato lleno de estofado y lo puso en la mesa. Luego, tomó al bebé de los brazos de Mabel para que ella pudiera comer cómodamente.

 

—Entonces no me negaré.

 

Mabel, con expresión alegre, arrastró una silla, se sentó y comió una cucharada grande de estofado. Un gemido de asombro brotó de inmediato.

 

—No podré olvidar este sabor ni siquiera cuando regrese a Ingram.

—Lo hice yo, pero honestamente, tiene un sabor normal. Usted siempre exagera mucho, Mabel.

—El hambre siempre hace que toda la comida sepa mejor, ¿verdad?

—Eso es cierto.

 

Ambas se miraron y estallaron en risas. Mientras Mabel comía el estofado, Claude se despertó de su siesta. Vanessa acarició suavemente el cabello de Claude, quien se aferraba a su regazo, y rápidamente comenzó a preparar papilla con las verduras finamente picadas que había apartado.

 

[Espera un poco, Claude. Te lo haré enseguida.]

 

Con la ciudad a medio ocupar por las fuerzas aliadas, el suministro de provisiones era mucho más fluido que antes. Era algo afortunado. Los niños en crecimiento necesitaban verduras frescas recién cosechadas, más que alimentos en salazón.

Justo cuando Claude terminaba de comer, se escuchó el sonido de un auto afuera. Mabel dejó la cuchara con el rostro sonrojado y susurró con voz temblorosa:

 

—Parece que ya llegó mi esposo.

—Vaya, vaya.

 

Vanessa le devolvió el bebé a Mabel. La puerta se abrió y pronto apareció un hombre de aspecto pulcro. Se quitó el sombrero y saludó cortésmente.

 

—Señorita Liber, y Claude.

 

Una sonrisa radiante se extendió por el rostro del hombre al tomar al bebé de su esposa. Vanessa observó la escena desde un paso de distancia.

Se habían puesto en contacto con el señor Turner, el esposo de Mabel, la noche anterior, hacía dos días. Turner de Lyndon Daily. Solo había un periodista con ese nombre entre los que frecuentaban el consulado de Ingram. También era la persona que había estallado en lágrimas al escuchar el nombre de Mabel Turner.

Señor Turner, que se había reunido con su esposa a quien creía muerta, agradeció muy cortésmente que le hubieran salvado a su familia, y expresó su deseo de compensarla de alguna manera. Dijo que ayudaría con todas sus fuerzas si había algo que pudiera hacer, o que la compensaría con dinero. Cuando ella se negó, él había dicho algo muy inesperado.

 

—Como le dije la última vez, Nort sería mejor para el tratamiento de la ansiedad de Claude.

—Señor Turner.

—En ese país han estado investigando la fiebre de las trincheras como un problema mental desde hace mucho tiempo. Hay muchos expertos destacados en análisis psicológico. La mejor en este campo es la Doctora Mayer; si lo necesita, le daré su número de contacto…

 

Mabel, que le ponía un sombrero al bebé, se apresuró y pellizcó el codo de su esposo.

 

—Déjela que decida Señorita Liber, por favor.

 

Vanessa miró discretamente a Claude, que leía tranquilamente un libro, y respondió en voz baja:

 

—Agradeceré el contacto. Pero Mabel, ¿ya empacó todo?

—No hay mucho que empacar. Vine sin nada desde el principio.

 

Como prueba de sus palabras, Mabel solo llevaba un chal, sin más equipaje en sus manos. Vanessa rápidamente envolvió un poco de queso y pan en un pañuelo limpio. Los ojos marrones de Mabel se llenaron de lágrimas al recibir el pañuelo.

 

—Esta bondad, de verdad, no la olvidaré hasta que muera.

—No hice esto para escuchar esas palabras.

 

Vanessa respondió avergonzada. Simplemente actuaba como le habían enseñado y, para ser sincera, para aliviar su culpa. Tanto ayudar a los soldados heridos de Ingram que la iglesia protegía en secreto, como lo de Mabel.

Había abandonado su patria y vivido bajo el nombre del país enemigo. Había guardado silencio ante la abierta profanación de la realeza. Cuatro años eran muy poco tiempo para abandonar los veinte años que había vivido como noble de Ingram. En St. Louis, donde se había educado, se le había inculcado que debía cumplir con sus deberes hacia Ingram sin importar la situación.

 

—Mabel.

 

Señor Turner, que ya había cargado todo en el coche, llamó a Mabel junto con el bebé. Mabel asintió y recibió la cámara que su esposo llevaba colgada al cuello.

 

—¿Le importaría si nos tomamos una foto antes de irnos?

—¿Una foto?

—Quiero recordar este día por mucho tiempo. Siempre los veré y rezaré por usted y por Claude.

 

Vanessa no quería negarse al último pedido de Mabel, pero le resultaba incómodo porque su aspecto era demasiado desaliñado. Se apresuró a agitar las manos.

 

—Pero ahora… tengo el pelo y la ropa hechos un desastre…

—¿Qué dice? Está muy natural y bonita, no se preocupe. Vamos, póngase aquí.

 

Sin querer, la tomaron de la muñeca y la hicieron pararse frente a la ventana por donde entraba la luz. No parecía que su deseo de ser periodista fuera una farsa, porque Mabel ajustó la cámara con gran destreza. Después de mover a Vanessa de un lado a otro para encontrar una buena pose, finalmente levantó la cámara.

 

—Una, dos.

 

Al recibir la señal para sonreír, las comisuras de sus labios se levantaron por reflejo y ¡clic!, un suave sonido de obturador resonó. Mabel, al revisar el rollo de fotos, dijo con una expresión de satisfacción:

 

—Creo que salió muy bien. Cuando revele las fotos, se las enviaré en una carta. Para entonces, seguramente podremos enviar correo libremente de Ingram a Lantry.

 

Mabel sonrió con una mezcla de pena, o quizás de alivio, y miró alrededor del apartamento.

 

—Ahora sí, este es el final de este lugar.

 

Luego, se acercó a grandes zancadas y abrazó ligeramente a Vanessa por los hombros. Vanessa, sorprendida al principio, soltó una risa y correspondió gustosamente el abrazo de Mabel. Le entristecía separarse para siempre de una amiga que había hecho después de tanto tiempo, pero al pensar en el bebé y Mabel seguros de vuelta en Ingram, en realidad se alegró.

 

—Lady Vanessa. ¿Podremos volver a estar así?

 

Lady Vanessa. Sentía que hacía muchísimo tiempo que no la llamaban así. Y al mismo tiempo, Vanessa se dio cuenta de que Mabel había sospechado su verdadera identidad desde el principio, pero había guardado silencio. La famosa amante de Duque Battenberg, la desafortunada condesa de Somerset. Fuera lo que fuera.

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