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En el jardin de Mayo - EEJDM - Capítulo 117

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  4. Capítulo 117
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Vanessa apretó fuerte la mano helada de Alice. Aunque uno podía esforzarse por ocultar la expresión, el temblor del cuerpo era imposible de esconder por mucho que se intentara.

—Yo… ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?

Las lágrimas volvieron a caer a raudales por las mejillas de Alice, quien apenas se mantenía en pie, aparentando normalidad. Alice, que sollozaba en silencio con la cabeza ligeramente girada hacia atrás, recuperó la compostura y volvió a hablar:

—Crucearemos la frontera al amanecer. Los sirvientes creen que vamos a la villa del sur para escapar del bombardeo.

—¿La frontera?

Vanessa, sin darse cuenta, contuvo el aliento y bajó la voz al preguntar. Por un momento, incluso olvidó que no había nadie en la mansión que hablara Ingram.

—Probablemente será un viaje muy largo. Quizás peligroso. Cruzaremos a Espada y tomaremos un barco para pasar por el estrecho de Trota. Desde allí, solo tenemos que llegar a la base de suministros de la Unión. Si demostramos nuestra identidad, seremos repatriados inmediatamente a Ingram.

—……

—Regresemos juntas, Lady Vanessa. No a esta tierra infestada de enemigos, sino a nuestra patria.

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

¡Tucum! ¡Clang!

La tierra se sacudió como si hubiera un terremoto debido al bombardeo ininterrumpido. Donde caía cada proyectil, la tierra congelada se hundía profundamente, esparciendo polvo hacia el cielo. Gritos de dolor, y estruendos que parecían gritos, llenaban el aire.

Fue un instante en el que su visión fue cegada por un proyectil que explotó cerca. Un soldado que corría a su lado se tambaleó hacia adelante y cayó. Sangre caliente brotó con el viento y salpicó la mejilla y el hombro de Theodore. Por reflejo, extendió una mano para sujetar el cuello del aliado herido, lo empujó hacia abajo y rápidamente apuntó con su arma en la dirección de donde venía la bala.

¡Clic, bang!

Cada vez que se movía, un sabor metálico y rancio le subía a la boca. Cada vez que una bala perforaba un cuerpo, una nube de sangre escarlata se cernía baja sobre el campo de batalla. No podía detenerse. La trinchera que debían ocupar para la operación estaba justo delante.

—Ma-Mayor… Mayor…

Era una voz casi inaudible. Un sonido demasiado débil para ser escuchado a través del horrible estruendo. Pero sus oídos, agudizados por la situación extrema, lo captaron de inmediato. Fue el momento en que miró al soldado, que se atragantaba con la respiración. El soldado, tumbado boca abajo, lo miraba con ojos vacíos.

—Sá-sálveme… Por, por favor…

Al soldado le faltaba todo el brazo izquierdo. Su cuerpo, en shock por la hemorragia masiva, temblaba incontrolablemente.

Abandonarlo tenía una probabilidad de supervivencia abrumadoramente mayor. A simple vista, ya se le veía con un pie en la línea de la muerte. ¿Cuántas veces había visto a hombres suicidarse por desesperación después de que los llevaban y los mantenían con vida a la fuerza?

En el instante en que un avión enemigo zumbó amenazadoramente sobre su cabeza, Theodore dio un paso hacia el soldado sin darse cuenta. Apuntó con precisión a los enemigos que los acechaban al otro lado del alambre de púas, los neutralizó con un solo disparo y luego arrastró al soldado por el cuello hasta detrás de la cobertura.

—La trinchera está justo delante. ¿Puedes correr?

—Uh, uhh…

El soldado hizo un sonido como el de un animal y su rostro se contorsionó. Parecía que el miedo y el shock lo habían superado, y ya ni siquiera reconocía a la persona que tenía delante. Theodore presionó con fuerza el hueso de la clavícula del hombre con su antebrazo, quien estaba hiperventilando y con los párpados volteados.

—Reacciona, soldado.

Un silencio se apoderaba lentamente del campo de batalla. Cuando la quietud se instalaba por completo, lo llamaban «la terrible calma», porque era la señal de que los bombardeos y el avance enemigo estaban a punto de comenzar de nuevo. No había más tiempo que perder.

—Te levantaré contando hasta tres. Solo mira hacia adelante y corre. ¿Me entendiste?

—Uh, uhh, uh.

—¡3, 2… 1!

Él sostuvo al soldado por debajo de las axilas y lo levantó. Tan pronto como soltó el brazo de apoyo, lo empujó con fuerza por la espalda para que pudiera acelerar hacia adelante.

—Te cubro. ¡Corre!

Theodore apretó el fusil, cuya culata estaba caliente, y arremetió contra el enemigo que se acercaba. Con el bayoneta calada en el cañón, apuñaló un punto vital debajo de la clavícula del enemigo y la retiró de inmediato. De nuevo, sangre caliente salpicó su frente y mejillas. Empujó el cuerpo del enemigo que caía y apuntó y disparó una bala cargada a la frente de un segundo enemigo que se acercaba por la espalda.

Saltó ágilmente por encima de la cobertura que bloqueaba su camino, sacó la espoleta de una granada y la lanzó hacia las líneas enemigas.

¡Bang!

En el instante en que el polvo se elevó y dispersó su visión, se levantó de su posición agachada y comenzó a correr rápidamente hacia adelante. Tan pronto como alcanzó al soldado que iba delante, lo abrazó por detrás y rodó con él hasta el fondo de la trinchera.

Dududududu.

Las balas de la ametralladora impactaron en el lugar donde habían estado parados, un instante después. Los suboficiales que esperaban abajo corrieron hacia ellos, despavoridos.

—¡Mayor! ¿Está bien?

Theodore, que se recuperaba de su aliento recostado donde había caído, asintió. Se levantó tomando la mano que le tendía el sargento y, con la barbilla, señaló al herido que se había desmayado por el shock.

—Llévenlo al médico militar.

—¡Sí!

—¿El barracón?

—Ah, por aquí.

Otro suboficial que esperaba detrás abrió el camino a toda prisa. Lo que llamaban barracón no era más que una lona extendida sobre un búnker. Dentro, una lámpara de aceite ya estaba encendida. Tan pronto como el soldado que lo había guiado le hizo un saludo y salió, Theodore apoyó ambas manos sobre la mesa central.

Su corazón latía anormalmente rápido. La sangre corría por todo su cuerpo, a través de las venas dilatadas por la adrenalina. Fue el momento en que se lavó la cara y las mejillas varias veces con el agua de un balde para refrescar el calor de su cuerpo. Los pasos se detuvieron frente a la tienda.

—Mayor.

El militar que entró con una bandeja de metal era River Ross. Ante la aparición de la figura familiar, Theodore relajó lentamente su tensión. Se echó el cabello hacia atrás, del que goteaba agua, y preguntó:

—¿Qué pasa?

—Antiséptico y vendajes.

—¿Para qué es esto?

—Parece que tiene una herida de bala en el antebrazo.

Theodore por fin bajó la mirada a su brazo izquierdo. La sangre se extendía sobre su uniforme militar y le corría por el dorso de la mano. No había sentido el menor dolor, por lo que no se había dado cuenta de que estaba herido. Se quitó el abrigo y se desabrochó la camisa.

Bajo la luz anaranjada de la lámpara de gas, su robusto torso quedó al descubierto. El cuerpo, endurecido y esculpido por meses de batallas en el frente, era tan sólido como una estatua tallada con precisión. Si no fuera por las terribles marcas de quemaduras rojizas, costras, ampollas y cicatrices, no parecería un cuerpo humano, sino un trozo de metal.

El frente de batalla del ejército era como atravesar una lluvia de balas a ciegas, sin protección alguna. Era completamente diferente a ser un oficial de la marina, navegando en un crucero y disparando cañones; era una línea de fuego cruda y despiadada. Era un infierno que incluso River Ross, quien había visto las peores atrocidades en la marina, encontraba difícil de soportar.

Y mucho más, este hombre que se desataba en la primera línea.

—… No es mi lugar decirlo, Mayor, pero usted necesita cuidar más su cuerpo.

Theodore soltó una risa hueca, como si no le importara, y se vertió antiséptico en el antebrazo. Luego, se vendó con firmeza, como si no sintiera dolor.

—Basta de sermones. Háblame de otra cosa.

—¿De qué quiere que hablemos?

Theodore, que había terminado de limpiar la sangre de su antebrazo, volvió a ponerse la camisa. Se sentó de espaldas en la silla, relajado. Su mirada ya no estaba en River Ross, sino en un lugar más lejano. O quizás, en un lugar al que nunca podría llegar.

—… Cuándo fuiste por primera vez a Gloucester. ¿A qué jugabas de niño y qué te gustaba?

La pregunta era vaga, pero la intención clara. River Ross, con perspicacia, comprendió las palabras de su superior.

—En realidad, no la conozco tan a fondo.

—Pero si eran amigos de la infancia.

—Así es, pero ella era una persona que no requería mucha atención. Además, en Bath y en los alrededores de Gloucester, apenas había nobles de su edad, así que solía juntarse a jugar con gente como nosotros. Recuerdo haber leído libros o empujado el columpio de vez en cuando. Y una vez, como broma…

River Ross, que hablaba con fluidez, de repente se dio cuenta de su error y se calló. Una expresión de vergüenza se apoderó de su rostro ingenuo. Theodore, que lo había estado observando en silencio, preguntó con una voz extrañamente lánguida:

—¿Como broma?

Asure: Ahora p’ … se arma la historia

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Comments for chapter "Capítulo 117"

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1 Comment

  1. Merry

    Iiiiiiii 🤭

    junio 16, 2025 at 12:38 pm
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