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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 72

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  4. Capítulo 72
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Novel Info

En aquel entonces, Daisy llegó al convento con un recién nacido en brazos, tambaleándose, para desplomarse inconsciente al cruzar el umbral. No despertaría hasta tres días después.

Aparentemente, su colapso se debió a una herida en el costado, pero ahora se confirmaba lo que los informes preliminares solo insinuaban: el veneno era la causa real. Por eso había ordenado una investigación más profunda.

 

—Es un neurotóxico paralizante, mi comandante. Se aplica en puntas de flecha o armas blancas. Común en la caza mayor en el Continente Occidental.

—¿Paralizante?

—Sí. No es letal de inmediato, pero es peligroso. Lo peculiar es que es una variedad rara aquí, lo que complicó el antídoto. El médico que la atendió es originario de allí y reconoció los síntomas al instante.

—Un golpe de suerte.

 

Los ojos de Maxim se entornaron como cuchillas.

Si ese veneno no circulaba en el reino, su procedencia debía ser trazable. Egonía, la potencia del Continente Occidental, mantenía lazos sanguíneos con la familia real local.

 

—Está prohibido su comercio. Debe ser contrabando. Solo un gremio mercante importante se atrevería a traficar algo así.

—Correcto, mi comandante.

—¿Y la ruta?

—Ahí está el detalle… Parece vinculado al Gremio Antica, el mayor comerciante con el Occidente. Lo opera un tal Nivre, pero hay una organización tras bambalinas manejando el flujo.

—Si es el gremio principal, tendrá financiación egoniana.

—Así es.

 

El subalterno asintió brevemente. Maxim guardó silencio.

Egonía no solo era un enclave estratégico: era la patria de la reina consorte.

Esto apuntaba directamente a la corte real. Aunque faltaban motivos concretos, era la hipótesis más plausible.

 

—Mi comandante… ¿Investigamos más?

 

El subalterno dudó. Era un asunto delicado: involucraba a la Gran Duquesa Viuda.

¿Qué razón tendría la corte para intentar matar a esa mujer frágil, que cargaba a un recién nacido? Hasta para un veterano como él, era difícil de imaginar.

 

—No. No la toques.

 

La respuesta heló al subalterno. Era inusual: el frío y metódico Maxim von Waldeck nunca dejaba cabos sueltos.

Los ojos del asistente se dilataron.

 

—Espera nuevas órdenes.

—Entendido.

 

Maxim sacó un cigarro de su estuche, lo encendió y ordenó con voz serena:

 

—Lo de hoy queda bajo absoluto secreto. Si se filtra algo, será ejecución sumaria. ¿Entendido?

—Sí, capitán.

 

El subalterno respondió con rigidez, el rostro tenso. Alzó la vista un instante hacia su superior, pero ni un temblor delató sus pensamientos.

¡Lealtad! Tras el saludo militar, el asistente salió de la oficina, pero se detuvo frente a la puerta, inclinando la cabeza con gesto dubitativo.

Por más que lo pensaba, algo no encajaba.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Otra vez me engañó.

Parecía que, en un mundo lleno de estafadores, Daisy era quien debía cuidarse de sí misma, no de Maxim. Eso pensaba, al menos.

Sabía desde el principio que todo era un ardid para llevarla a la cama… Con un suspiro, se llevó la mano a la frente.

Aquel noche, negociar los términos del contrato entre las sábanas había sido imposible. Daisy recordó el absurdo «proceso de negociación»:

 

—¡Ah… Hah…! ¿C-cuándo vamos a… a hablar del trato…?

—Solo un beso más.

—¡Ya he besado… mmh… demasiado!

—Si quieres terminarlo todo hoy, nos falta mucho. Es tarde. Cumplamos la cuota primero y luego negociamos con energía.

 

Daisy, que solía desmayarse antes del clímax, no tenía forma de saberlo, pero Maxim parecía tener su propia cuota diaria.

 

—Dijo que se sometería… ¿Era mentira?

—La obediencia se gana con recompensas primero.

—¿…Eh?

—Hasta los perros de ataque necesitan entrenamiento con premios. Si los dejas con hambre… ah… se vuelven bestias que ni reconocen a su amo. Las reglas pierden sentido… cuando solo ven su instinto.

 

Un maldito canalla. Típico de alguien criado en los bajos fondos: capaz de torcer las palabras con un solo aliento.

Ya era un perro de por sí, ¿y ahora resultaba que se convertía en otro? Qué disparate. Le hervía la sangre.

Por supuesto, los besos no fueron lo único que recibió.

 

—¿Por qué estás tan mojada? ¿Quieres que te lo beba?

—¡N-no…!

—Si comes, hay que beber agua. O te ahogarás.

 

La mirada de Maxim, clavada en ella mientras enterraba el rostro entre sus piernas, le recorrió la espalda como un escalofrío. Ugh… Solo de recordarlo, le ardía el vientre y la piel se le erizaba.

Al final, demasiado ocupada en cumplir esa maldita cuota, no logró redactar ni una línea del contrato.

Los labios de Maxim von Waldeck estuvieron ocupados —como siempre— en besarla, morderla, succionarla o soltar obscenidades disfrazadas de alabanza. Era lo esperado.

Daisy von Waldeck tampoco pudo hablar.

Al principio, había luchado con todas sus fuerzas, intentando argumentar cada punto a su favor… pero al final, hasta las palabras se le olvidaron.

A decir verdad, también era porque le gustaba demasiado lo que Maxim le hacía entre las piernas. No tuvo más remedio que ceder.

 

—Hah… Mmh… Entonces, solo esto… y después hablamos… ..

 

mintió, sabiendo que era una mentira.

 

—Como ordene. Ah… Me esforzaré al máximo.

 

…Y, como siempre, aquel juego de lamer y succionar terminó derivando en un apareamiento animal. Daisy no tuvo más opción que dejarse montar por ese maldito perro en celo.

Sí, las negociaciones son para la mesa.

Él mismo lo había dicho: el lugar y el entorno moldean al hombre. Hasta un canalla como Maxim no podría negar esa lógica.

Así que hoy, Daisy se aseguró de llamarlo a un espacio donde no hubiera camas, ni sofás largos, ni ningún sitio donde tumbarse.

Pero no solo eso. Incluso consideró que cualquier lugar cerrado sería peligroso, así que eligió un espacio completamente abierto: una mesa de té bajo un gran árbol en el jardín. Había preparado un servicio ligero, por si la negociación se alargaba.

Claro, el contenido de ese acuerdo seguía siendo vergonzoso, pero al menos quedaría plasmado en papel. Podría soportar la humillación de escribirlo… siempre y todo quedase claro.

 

—…….

 

Daisy se sentó con expresión cansada, en marcado contraste con Maxim von Waldeck, quien, a pesar de no haber dormido, rebosaba energía.

 

—¿Estás enfadada, Izzy?

 

preguntó él con una sonrisa despreocupada.

¿En serio no lo ves?

La rabia le subió como un torbellino, pero si se quejaba o se dejaba llevar por las emociones, terminaría enredada de nuevo. Así que, en lugar de contestar, negó con la cabeza.

 

—Prueba esto. Seguro que te gusta.

—Disculpe, pero no tengo apetito.

—¿Te duele algo? Apenas desayunaste.

 

Claro que no desayuné. ¿Qué apetito iba a tener después de semejante noche? Ya era un milagro que estuviera consciente. No tenía fuerzas ni para responder.

 

—Vamos, solo un bocado.

 

Sin darle opción, Maxim cortó un trozo de pastel con el tenedor y lo acercó a sus labios.

‘¿Crees que soy un cerdo que solo piensa en comer?’

Pero apenas lo pensó, un aroma dulce invadió sus sentidos. De forma refleja, tragó saliva.

Ese olor… lo reconocía.

 

—¿Qué es esto?

—Es tu nariz de perro, Izzy. Es tu favorito. ¿No lo sabes?

 

Maxim le untó crema en los labios con gesto juguetón. Daisy la probó con la punta de la lengua y sus pupilas se dilataron al reconocer el sabor.

 

—Esto es… el «Sabor del Paraíso», ¿verdad? ¿Cuándo lo compró? ¿Ayer?

—No lo compré.

—¿Eh? ¿Entonces Matthew lo hizo?

—No. Es el auténtico «Sabor del Paraíso». ¿Crees que revelaría la receta a cualquiera? Tu dios favorito se enfadaría.

—Si es un regalo, bien, pero sobornos no acepto.

—No es un soborno.

—¿Entonces qué es? ¡Cuénteme! ¿Hmm?

 

Su curiosidad pareció divertirle. Maxim le acarició el pelo con una mano grande, sonriendo satisfecho.

 

—Lo que más te gusta, Izzy… ahora solo podrás comerlo aquí.

—¿Qué quiere decir…?

 

Antes de que pudiera preguntar más, Maxim hizo una señal al mayordomo. Este presentó a un hombre desconocido.

 

—Desde hoy, Robert será el pastelero de Waldeck. Antes trabajaba en la pastelería de la 8ª avenida… donde creó el «Sabor del Paraíso». Trátelo bien.

 

Daisy lo miró atónita. Maxim se limitó a reír, disfrutando de su confusión.

 

—Derecho vitalicio al «Sabor del Paraíso». Es una de mis cartas de negociación.

 

Era increíble. Hasta lo más mínimo lo tenía todo calculado.

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Comments for chapter "Capítulo 72"

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1 Comment

  1. Merry

    Se está poniendo bueno’
    Muchas gracias por la actualización Asure! 🫰

    abril 26, 2025 at 4:17 am
    Responder
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