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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 71

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—¿Y esto está bien? ¿De verdad le parece bien?

—Soy rico.  Al final, cuando has tocado fondo, lo único que queda es el dinero. Es gracioso que Izzy, una chica de los barrios bajos, se preocupe por mi bolsillo. Hasta un perro callejero se reiría.

 

Aun así, este tipo estaba loco. ¿Acaso no sabía que la gente de los barrios marginales era capaz de cualquier cosa? ¡Debería tener más miedo!

 

—Y si resulta que soy una mujer que solo quiere tu dinero, ¿qué harás entonces?

 

Claro, si lo pensaba bien, Daisy también se había acercado a él por dinero. Pero al menos ella podía jactarse de tener algo de conciencia entre todas.

 

—Pero piénselo. ¿Y si escribo una cifra astronómica en ese cheque?… Podría arruinarle.

—Cierto.

 

Maxim lo admitió sin inmutarse.

 

—Mi destino está en tus manos, Izzy. Sálvame o destrúyeme. Haz lo que quieras.

—¿Lo dice en serio?

—Sí. La idea de que mi vida dependa de ti me parece… hasta romántica.

 

¿Romántico? ¿Se había vuelto loco? Incluso parecía orgulloso de haber dicho eso.

‘Está mal de la cabeza. Debe tener el cerebro lleno de flores’ Siempre creyó que era un hombre astuto, pero en momentos como este, era imprudente e insensato.

 

—No diga tonterías de ‘flores y romanticismo’. La pobreza es muy real.

—No entiendo algo. Si vamos a divorciarnos, ¿por qué te preocupas?

 

…Tenía razón. Al ser contraargumentada, Daisy se sintió algo avergonzada.

Pero, ¿cómo podía ser tan ingenuo? Era normal preocuparse, sin importar quién fuera. Quizás su pasado militar y tener a todos bajo su mando lo habían vuelto arrogante, ignorante de un mundo lleno de estafadores.

Si en lugar de Maxim fuera Thérèse actuando así, también la habría regañado. Aunque una víbora como ella jamás daría pie a eso.

‘Menudo idiota… hasta cuando intento ayudarlo’

Le hervía la sangre de frustración, pero también le nacía un impulso testarudo.

‘Bah, yo también me meto donde no me llaman. Pero bueno… aunque sea por el cariño que nos une, aunque solo haya sido por un tiempo’

Daisy decidió darle una lección de vida personalmente.

 

—¡Claro que me preocupo! ¡Mi pensión alimenticia está en juego!

—Ajá. Conque por la pensión.

—Sí, ¿por qué más me preocuparía?

—Y yo que casi me conmuevo pensando que te importaba…

—¡Es que no sabe nada del mundo real, Max! ¡Tenga cuidado con las inversiones! ¡Nada es gratis! ¡Si lo estafan, adiós a mi dinero!

 

Daisy farfulló todo esto con las mejillas arreboladas.

 

—Parece que solo ha rodado por el campo de batalla y no entiende el verdadero valor del dinero. El mundo da miedo, ¿sabe? ¿Cree que todos son tan buenos y guapos como yo? Aunque debo decir que, entre los guapos, soy la más bondadosa.

—Bueno… como tú no hay. Eso lo reconozco.

—¿Verdad? Gracias.

—Cara bonita, cuerpo perfecto, inteligente, personalidad adorable… y la más sexy del mundo. En todos los sentidos, mi ideal. Por eso no quiero divorciarme.

 

‘Al menos algo sabe’

Era listo, como siempre. Le dabas un dedo y se tomaba el brazo.

Aunque era obvio, escucharlo de su boca no le desagradó.

 

—¡B-bueno, en cualquier caso! Póngase un límite a la pensión. Algo que pueda pagar sin arruinarse. Lo justo para no afectar su vida posdivorcio. ¿Entiende? No puede arruinarse por una simple separación, con todo su futuro por delante.

 

Era demasiado guapo. Con esa cara, podía casarse una y otra vez.

‘Debería guardar balas para un segundo o tercer divorcio’

Imaginó a alguna pobre mujer huyendo al descubrir que era un pervertido sin remedio o que sus exigencias en la cama eran insaciables.

Era una preocupación absurda—si acaso pasaría, sería después de que ella se fuera—pero no podía evitarlo. «Maldita tendencia a meterme en lo que no me importa.»

 

—Sí que te preocupas por mí. Por mi futuro, ¿no?

—Sí, ya sabe cómo soy. De bondad insoportable.

—Me conmueves.

—Claro, después del divorcio ya no será asunto mío… pero, como ser humano, me da pena.

—No te preocupes. Después del divorcio, no viviré mucho más.

—¿Qué?

 

¿»No viviré mucho más»? ¿Estaba hablando de suicidarse?

La mirada de Daisy se agitó hasta que Maxim soltó una risa.

 

—Es broma.

—¿Qué clase de broma tan macabra es esa?

—Solo digo que lucharé hasta la muerte para evitar este divorcio. ¿No vale la pena intentarlo?

 

Sus ojos brillaban con un fuego competitivo.

Daisy sintió que había tocado algo que no debía.

 

—Honestamente, mi sentido financiero está hecho mierda. No sé qué es ‘lo justo’. ¿Será por mi nombre?

—¿Tu nombre?

 

Maxim (MAXIM). Apodo: Max (MAX).

Con un nombre así, era lógico que no conociera el término «moderación»

‘Entonces yo soy Izzy (EASY, «fácil»)… Pero mi vida no lo ha sido para nada’

 

Su sueño era vivir discretamente, como una margarita silvestre en el campo, pero nada en su vida había sido sencillo. Daisy dejó escapar un suspiro leve.

 

—Bueno, ya que eres tan lista y capaz, ¿por qué no escribes tú la cantidad que consideres justa?

—…

—Vamos, rápido.

 

Aturdida, Daisy tomó el bolígrafo. Tras un momento de duda, escribió la cifra que quería en el cheque en blanco:

 

[1,000,000G]

 

Un millón de oro.

Podría haber pedido cinco veces más. Él se lo había permitido. Pero Daisy decidió no ser codiciosa.

Al principio, también había sido un millón. Sí, todo empezó por el dinero, pero incluso en una relación basada en el engaño, esa cantidad ya era generosa.

 

—Qué modesta. Parece que no sabes cómo negociar, Izzy.

 

Maxim sonrió burlón al ver la cifra. Daisy, con las cejas enarcadas, respondió:

 

—No, esto es suficiente para la pensión. Mis condiciones van por otro lado.

—¿Cuál?

—Las reglas que Max tendrá que seguir durante estos 100 días de matrimonio.

—¿Reglas?

 

Los ojos de Maxim se abrieron un poco más.

 

—Sí. Tú mismo lo dijiste: en un matrimonio, hay que llegar a acuerdos. Si acepto tu propuesta, tú también tendrás que aceptar mis condiciones.

—Dime lo que sea. Si es lo que tú quieres, lo consideraré.

 

Maxim sonrió con despreocupación, como si no fuera gran cosa.

 

—Hace un rato sugeriste un contrato, ¿no? Pues vamos a detallar cada cláusula. Todo por escrito.

—Eso tomará su tiempo.

—Sí. ¿Te molesta?

 

Quizás era una petición atrevida para alguien de los bajos fondos.

Pero después de lo que había sufrido por aceptar órdenes ambiguas de Thérèse, solo pensar en ello le hacía estremecer.

Maxim guardó silencio un momento, reflexivo, hasta que una sonrisa se dibujó en sus labios.

 

—No. ¿Cómo podría negarme a una orden tuya?

 

De pronto, la levantó en brazos como a una princesa y comenzó a caminar con determinación.

 

—Entonces, empecemos las negociaciones.

—… ¿P-Por qué vamos hacia la cama?

—Porque si lo hacemos de pie, te dolerán las piernas.

—¡No me duelen! ¡Podríamos hacerlo sentados!… ¡Ah!

 

Daisy forcejeó inútilmente cuando Maxim la dejó caer sobre la cama y se subió encima de ella. La miró fijamente —pálida como el papel— y respondió:

 

—Dejemos algo claro: yo solo negocio con Izzy.

—¿Y eso?

—Si no negociamos, huirás. Y yo no tengo otra opción.

—¿Qué tiene que ver eso con… esto?

 

Era obvio que si no se mantenía alerta, acabaría enredada en sus juegos. Él tenía un talento innato para torcer las palabras hasta hacerlas sonar razonables. Los ojos de Daisy se entornaron.

 

—¿Qué opinas de Mary Gold?

—¿De dónde sale eso ahora?

—Respuesta.

 

‘Este maldito… ¿Otra vez sospecha algo entre Mary y yo?’

No entendía sus intenciones, pero debía evitar que Mary perdiera su trabajo —o algo peor—. Daisy mantuvo la calma a propósito:

 

—Mel… digo, Mary es mi ‘leal sirvienta jefa’

—Ajá. Mary Gold fue mi leal subordinada hasta hace poco.

—¿A qué viene esto? Hable claro.

—Lo estoy haciendo. Despacio, para que entiendas.

 

Y entonces, despacio, comenzó a desatar los cordones de su bata.

 

 

Plop.

 

 

La tela cayó sobre la cama, revelando su cuerpo desnudo.

 

—¿Sabes eso de que el puesto moldea a la persona? Mary fue subordinada en el ejército y doncella en la mansión… Y yo, en esta cama, le muestro mi vientre a Su Majestad…

 

Tomó la mano de Daisy y la deslizó sobre sus abdominales marcados.

 

—…para convertirme en su perro obediente.

 

Ella no era tonta. Su mirada ya había descendido más abajo, donde el calor emanaba con ferocidad.

 

—Más bien parece un perro en celo.

—Mmm, no.

 

Atrapó su muñeca y la guió hacia su entrepierna, ya empapada, haciendo círculos lentos con sus dedos.

 

—El celo lo tengo activo *24/7* por ti. Lo que cambia en la cama es el grado de sumisión. Vine aquí porque es mi forma de decir que escucharé cualquier condición que pongas.

—…….

—Es porque eres Izzy. Una especie de ventaja para ti… y una desventaja que acepto por mi cuenta. Porque aquí, al menos, tienes terreno favorable.

 

Pero no pudo decirlo en voz alta. Ante aquel torrente de palabras retorcidas y seductoras, Daisy simplemente se rindió.

Y así comenzó el contrato matrimonial de cien días entre un hombre de los bajos fondos y una mujer de los callejones oscuros.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

—Mi comandante, hemos identificado el tipo de veneno del que habló.

 

Maxim, que estaba reclinado holgazánamente en su silla, enderezó la postura al escuchar el informe de su subalterno.

 

—Procede.

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