Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 70
Maxim no dudó en clavar el dedo en la llaga.
Era su forma de ser, así que no me sorprendió.
Siempre había sido directo, por lo que sus acciones y palabras eran fáciles de entender. Si no las malinterpretabas, claro.
Como ya había pillado mis intenciones, no tenía sentido negarlo. Mejor abordar el tema ahora que había salido.
Daisy abrió los ojos como platos y lo miró fijamente.
—Es que siempre está así, como hoy. Sin darme un respiro.
—¿Cómo?
Hacerse el desentendido. Qué ridículo.
—¿El qué?
—……
—Dímelo claro, ¿vale? A ver si lo entiendo. ¿Eh?
Lo sabía perfectamente, pero quería oírme pronunciar esas palabras sucias.
—¿Sexo? ¿Cópula? ¿Follar?
—… Da lo mismo cómo lo llame.
—¿Y tú, Izzy? ¿Cómo prefieres que lo diga? ¿Alguna palabra que te dé más vergüenza… o que te excite?
—No tengo ninguna preferencia.
Parecía disfrutar observando cómo su interlocutor se avergonzaba al hablar de eso. Ni lo sueñes.
Vamos, que tenía un gusto de lo más retorcido.
—En fin, usted mismo habrá notado que últimamente solo piensa en sexo, cópula, follar… ¿no?
—No. También en besos, caricias, penetración…
—¡La puta madre!
… ¡Qué descaro! Verlo tan fresco, sin un ápice de pudor, me hervía la sangre.
—Bueno, a mí también me gustaría vivir un poco. Si sigue así, voy a acabar… muerta prematuramente.
—Yo soy el que va a morir pronto si me contengo como hasta ahora.
—¿Contenerse?
¿Eso llamaba contenerse? Desde la noche de bodas, era más raro ver a Maxim sin estar en medio del acto.
Aunque tenía una agenda agotadora en la capital, dedicaba la mayor parte de su tiempo, desde el desayuno tardío hasta antes de ir al Ministerio de Guerra, a follar. Y, por supuesto, también hasta la hora de dormir.
¿Llegaba siquiera a dormir?
Daisy lo observó fijamente. Mientras ella palidecía y se consumía día tras día, él, en cambio, parecía revitalizarse: ojos brillantes, piel radiante… Vaya, no era de extrañar. El muy degenerado tenía una adicción al sexo.
—Es que necesito sacarme la lefa para sentirme aliviado.
—Eso puedes hacerlo tú solo, ¿no?
—¿Para qué, si te tengo a ti?
—No juegue con las palabras. Por mucho que lo piense, no es normal. ¿Por qué demonios actúa así?
Daisy frunció el ceño, exigiendo una explicación. Maxim guardó silencio un momento antes de responder:
—Habíamos quedado en comprobarlo. Así que sigo comprobando.
—¿Qué?
—No me diste una respuesta clara sobre cómo lo hacías. Desde mi posición, no me queda más que seguir verificando.
Su rostro se tornó serio. Era una excusa retorcida, pero tenía cierta lógica.
—Ya se lo dije. Siempre cumplo lo que prometo.
Daisy recordó las palabras que había pronunciado la noche de bodas, justo antes de que todo comenzara:
‘Solo es una comprobación. No tendrá mayor significado…’
—Sí. Comprobación.
Había sido una noche impulsiva, pero desde el principio lo había dejado claro: solo era un juego para confirmarlo.
—Por si acaso, mejor comprobarlo demasiado que demasiado poco.
Dios mío.
Ahora caía en la cuenta: Maxim había seguido al pie de la letra aquella frase casual. ¿Habría continuado porque ella nunca le dio una respuesta definitiva? En parte, era culpa suya… pero él no salía perdiendo. Un verdadero zorro.
—Ya que hablamos de esto, déjame preguntarte: ¿Qué tal, Iji? ¿Sirvo para algo?
—……
—Creo que he demostrado sobradamente mi valía como macho. ¿O no?
Maxim buscaba confirmación otra vez. Daisy lo miró a los ojos, sin decir nada. Su mirada era franca, sin rastro de burla o falsedad.
‘Es cierto… No puedo evitarlo ni ignorarlo para siempre’
Hasta ahora, había estado demasiado ocupada esquivando el problema como para reflexionar. Tras un momento de silencio, decidió ser honesta.
—Max, eres un hombre atractivo. Eso no lo niego.
—Pero…
—El matrimonio no se basa solo en eso.
—Uff…
Una expresión de decepción cruzó el rostro de Maxim.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Eh?
—Haré lo que sea. Dime cómo… o mejor, qué debo dejar de hacer para ganar tu corazón.
Maxim lo preguntó con un rostro desesperado.
¿Por qué insiste tanto? ¿Qué gana con esto? Daisy Therese no le aportaba ningún beneficio. Al contrario, solo era un estorbo. Y no solo por ser una «bastarda» con la que se había casado por conveniencia.
Conde Therese, aunque noble de alto rango, fingía desinterés por la política y no tenía conexiones con los negocios vinculados a los Waldeck. No había ni rastro de algo que pudiera servir a los planes futuros de Maxim.
Le pesaba el corazón.
—…La verdad, el problema no eres tú, sino yo.
—Si es contigo, lo resolveré igual. Dime qué pasa.
Daisy dudó un instante antes de responder:
—Este puesto es demasiado alto para mí… No tengo la capacidad, ni la elegancia. No soy digna de ser gran duquesa.
Aquel día, había empezado como un juego impulsivo… pero toda historia tiene su final. Sobre todo cuando comenzó como una misión.
Esta relación estuvo mal planteada desde el principio. Lo falso no puede volverse real. Y ella, menos que nadie, debía permitirlo. Incluso si alguna parte de ella desease ser su esposa de verdad, al final, tendrían que separarse.
—¿Otra vez con eso? Si es por los rumores, mira los periódicos. Solo hablan de Gran Duquesa Waldeck.
—……
—Además, yo elegí a mi esposa. ¿Qué más calificaciones necesita? ¿Quién, si no yo, puede decidir eso? Ni tú misma tienes derecho a cuestionarlo.
Maxim cortó en seco, dejando claro que era su decisión. Daisy no tuvo réplica.
Recordó la carta de Conde Therese que Rose le había entregado días atrás.
En apariencia, era la tierna misiva de un padre a su hija, recién introducida en la alta sociedad. En realidad, eran órdenes disfrazadas:
[Ya te has presentado oficialmente. Habrás visto los artículos sobre ti.]
Claro que los había visto. Su discurso improvisado y el brindis de Maxim —»¡Por Daisy von Waldbeck!»— habían ocupado la portada de todos los diarios.
[Ahora que empieza la temporada social, asistan juntos a los eventos. Infórmame sobre los monárquicos.]
Hasta ahora, su meta había sido sobrevivir a Maxim en la mansión. Pero esto… era adentrarse de lleno en la misión. Iba más allá de lo acordado. El conde lo sabía, por eso usó una carta: si se lo decía en persona, ella se habría rebelado.
Maxim, ignorante del trasfondo, frunció el ceño, incómodo.
—Si te falta capacidad, yo la supliré. Si alguien se atreve a ridiculizar a mi esposa, lo borraré. Y a mí… me gustan las mujeres «sin elegancia».
—…Max.
Él la miró fijamente. Sus ojos bajaron un instante, y una sonrisa torcida asomó en sus labios.
—Míranos ahora. Se te ven los pezones a través del vestido, y yo aquí con la polla al aire. ¿Y hablas de elegancia?
Maxim soltó una risa burlona mientras señalaba sus propios pantalones desabrochados.
—Yo mismo fui un mercenario de los bajos fondos. La «elegancia» me da asco. Por eso me gustan las mujeres como tú: de barrio, sin pretensiones.
Daisy se quedó sin palabras. Cada vez que él hablaba, sentía que las salidas se le cerraban una tras otra.
—…Lo siento.
Era una disculpa estúpida, pero no podía ceder. Al ver que no la convencería, el rostro de Maxim se tornó desconcertado. Era como luchar contra un muro.
—Está bien. Respiró hondo. Ese día dijiste que necesitabas tiempo. Si es eso, te lo daré.
Calló un momento, pensativo, antes de continuar con voz serena:
—Pongamos un plazo. Un contrato, digamos.
—¿Un contrato?
—Sí. Dame 100 días. Si después de eso sigues queriendo dejarme, firmaré el divorcio sin oponer resistencia.
100 días de matrimonio. Si mantenía su postura, en tres meses estaría libre. La propuesta era tan inesperada que Daisy abrió los ojos levemente.
—Ya te lo dije: mi sueño era construir una familia feliz. Al menos déjame intentarlo. Así podré soltarte sin remordimientos.
No había mentira en su mirada.
—Aunque este matrimonio empezó por obligación, sigue siendo un matrimonio. ¿No querrás divorciarte sin al menos intentarlo?
No había cómo refutarlo.
Además, la realidad pesaba. Daisy recordó las últimas líneas de la carta del conde:
[Jamie ya está ingresado. Y la madre superiora… Su enfermedad avanza. Necesitará tratamiento. Yo me ocuparé de los gastos. No te preocupes.]
Era una advertencia velada: «No abandones la misión».
El corazón le dio un vuelco al pensar en el orfanato y en aquellos a quienes debía proteger. Eran cadenas que la ataban más fuerte que cualquier contrato.
—Podemos redactar el acuerdo juntos. Incluiré una cláusula de compensación: si el divorcio procede, te indemnizaré por el tiempo perdido.
—……
—¿1 millón de coronas?
Su «marido de 1 millón de coronas» ahora ofrecía otro millón por dejarlo ir.
—¿Muy poco? 5 millones, entonces.
—¿Qué?
—Gastaré 5 millones de oro.
Y acaba de quintuplicar su propio precio. Ni siquiera terminó ahí.
—Oh, ¿5 millones de oro?
—No, no. Un momento…
Maxim, sacando un talonario y un bolígrafo de la chaqueta que tenía sobre el sofá, se lo ofreció a Daisy.
—Aquí tiene, es un cheque en blanco. Si Daisy quiere una cantidad específica, que la escriba.
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Lalo
Omg … cheque en blanco … gracias asure
Eliz
A este paso primero la preñan antes de la separación jajaja
Merry
Increibleeee, ya quiero ver a Daisy rendida ante Max, gracias por el capítulo Asure. 🫰
Eliz
A este paso primero la preñan antes de la separación jajaja⁹