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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 68

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  4. Capítulo 68
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Estaba caliente, pesada… y ya estaba soltando una tras otra esas gotitas pegajosas que empapaban la fina neglillé. ¿Cómo se suponía que no debía notarlo?

Era lo peor.

‘¿Qué hago?’

Ah, si tan solo pudiera pasar un solo día sin que ese ‘¿qué hago?’ se me cruzara por la cabeza… sería todo lo que podría pedir. Mientras vivía con las monjas en el orfanato, al menos no tenía pensamientos tan enredados. Era una paz sencilla, pero real.

A veces, Daisy recordaba las risas claras de los niños en aquel lugar. Orar cada día, arrepentirse, cuidar de los pequeños enfermos… todo eso le traía una calma profunda al corazón.

Era una pecadora, sí. Pero cuando recibía la enseñanza de las monjas, llegaba a creer, con toda el alma, que tal vez, algún día, también ella podría alcanzar la salvación…

Desde que se alejó del regazo del Señor, no había sido más que un continuo calvario.

‘Señor, por favor, dame la fuerza para sobrellevar esta prueba.’

Daisy cerró los ojos con fuerza, orando desesperadamente en su mente. Tenía que pensar. Tenía que encontrar una salida. ¿Qué debía hacer con ese hombre?

¿Y si simplemente le gritaba que se largara al demonio? Pero incluso si lo hacía, ¿realmente funcionaría con alguien tan desquiciado como él? Daisy se imaginó enfrentándolo con firmeza:

 

—Max, ¿estás loco? ¡Suéltame ahora mismo!

—No quiero. Es emocionante, ¿a que sí?

—¡Emocionante mis narices!

—¿Le ha faltado estímulo? Me esforzaré más. Así que, tranquila, Izzy.

 

…Lo más probable es que eso solo lo excitara más.

Por más que lo pensaba, no encontraba salida.

‘Espera un segundo… ¿de verdad tengo que hacer algo para que esto termine? ¿Y si simplemente no hago nada? Si me quedo quieta, sin reaccionar…’

Decía que solo con olerla ya se le ponía dura. Así que, esta erección intempestiva debía de ser solo una reacción física, propia de un pervertido. Y aun si lo era, como ser humano, debía tener algún tipo de límite. Abrazar no significaba necesariamente terminar en el acto.

La tía no se levantaba hasta tarde, Maxim salía al amanecer. Si tenía un poco de suerte, tal vez nadie se daría cuenta. Daisy se permitió, por un momento, escapar a esa absurda fantasía.

‘Sí. Si simplemente me quedo así, y me duermo tal cual…’

Lamentablemente, las personas suelen tropezar con la misma piedra, y enfrentar los mismos finales. En su deseo de huir, Daisy había cometido el error de olvidarlo por un instante.

‘¿Hm? Creo que la mano de antes no estaba ahí. ¿O me lo estoy imaginando?’

Por suerte, su ilusión no duró mucho. La mano de Maxim, que se había ido deslizando poco a poco, ahora le sostenía el pecho desde abajo. Y antes de que pudiera asimilar del todo lo que eso significaba…

 

—……!

 

…esos dedos maliciosos comenzaron a juguetear sobre su pezón, a través de la tela.

Por supuesto, todo esto ocurría en lo más íntimo, oculto bajo las sábanas. Los pezones, que dormían plácidamente, reaccionaron al toque travieso de sus dedos, endureciéndose y alzándose, carnosos. Maxim los pellizcaba suavemente con el índice y el pulgar, o los presionaba con la yema del dedo, aplicando distintas técnicas de caricia, una tras otra.

La sensación lujuriosa que estallaba sobre aquel punto tan sensible hizo que Daisy se mordiera el labio inferior con fuerza.

Si había que ser precisos… a Daisy le gustaba más cuando él se los tomaba con la boca y los chupaba a fondo.

Y el pensamiento, al llegar hasta ahí, le provocó un ansia inquietante.

…Aunque claro, no podía decirlo así como así.

 

—No te quedes solo con las manos… Úsalas bien. ¡Ya que estás haciendo cosas de pervertido, hazlas bien, al menos!

 

No. Decir algo así era imposible.

Daisy reprimió con todas sus fuerzas el grito de su instinto más pervertido.

 

 

Chup, chup.

 

 

Una serie de besos persistentes se deshacía en la nuca. Como si no fuera suficiente, el miembro erecto de Maxim, escapado de la bata, también empezaba a dar guerra. Lo apoyó entre las piernas de Daisy, empujando con lentitud, frotando su cálido y duro tronco contra ella.

Después de jugar con sus pezones, le tomó el pecho entero con la mano, apretándolo y amasándolo sin prisa.

Daisy entreabrió los ojos: la duquesa viuda dormía de espaldas a ellos, acurrucada en su lado de la cama.

Debía detenerlo. Tenía que decirle que se detuviera…

 

—…Mi Izzy prefiere que se lo chupe, ¿verdad?, más que estos masajitos.

 

Lo susurró tan bajo que solo Daisy pudo oírlo.

Era como si su depravado marido leyera su mente.

Maxim giró el cuerpo de Daisy, que estaba de lado, y la colocó boca arriba. Luego se subió sobre ella, posicionándose justo encima de su pecho.

 

—Te lo voy a chupar.

 

¡Tenía que detenerlo! ¡Esto ya era una locura!

Estaba a punto de abrir los ojos de par en par, de romper el teatro de fingir que dormía, cuando lo sintió: una sensación húmeda sobre el pezón.

Maxim lo había atrapado con los labios, succionando por encima de la fina negliglé.

 

 

Chup, chup.

 

 

Tal vez por estar sobre la tela, los sonidos no eran tan descarados como cuando lo hacía directamente sobre la piel… pero justo por eso, esos pequeños ruiditos intermitentes parecían aún más provocativos.

Daisy apretó los dedos de los pies, intentando contener la excitación que la invadía.

La tela lisa pronto se empapó de saliva. Tras un rato succionando con ese método anormal, Maxim separó los labios y acarició la tela húmeda, marcada en forma perfecta del pezón.

Ante el acto secreto de su marido pervertido, Daisy sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo. La humedad se filtró: sus fluidos resbalaron, mojando la ropa interior. La prenda empapada se pegó como un sello ardiente sobre su sexo palpitante.

Lujuriosa Daisy. Daisy, enloquecida por el deseo. Al final, caíste. Incluso en una situación tan absurda como esta.

Pensó que ya no quedaban rastros del efecto de la droga, pero estaba claro que se había equivocado. Las secuelas del remedio que preparó Rose eran mucho más persistentes de lo que había imaginado.

Dios santo. ¡Tanto sexo con ese hombre, y ahora había terminado contagiada, convertida en una pervertida irredenta!

Maxim pasó al otro pecho, repitiendo el mismo método. ¿Por qué sentía que era aún más excitante que cuando lo hacía sin ropa?

¿Sería por la culpa? Por ese miedo punzante de que su tía, durmiendo plácidamente a su lado, pudiera despertarse en cualquier momento…

‘…Daisy, ¿estás loca? Eras una adulta con sentido común y principios morales. ¿Cómo terminaste tan arruinada y corrompida? ¿Sigues en tus cabales?’

Una oleada de repulsión hacia sí misma la golpeó. No era momento de preocuparse por otros. Lo que más le inquietaba era el hecho de que se estaba revelando una parte de sí misma que prefería no conocer: su inclinación pervertida, tan bien oculta hasta ahora.

Mientras lanzaba miradas furtivas para asegurarse de que su tía seguía dormida, continuaba siendo acariciada sin tregua. De entre sus labios se escapó, sin quererlo, un gemido suave, como un lamento contenido: “Mm…”.

‘Si nos descubren, puedo decir que estaba dormida, que todo fue cosa de Maxim… No es mentira, después de todo. Es lo que pasó.’

Incluso se atrevía a justificar lo que ocurría, racionalizándolo con una lógica dudosa y desvergonzada.

Aunque la vergüenza pudiera matarla, al final, ella seguía siendo la víctima aquí, ¿no? Todo era culpa de Maxim.

Maxim era el señor Waldeck. ¿Quién se atrevería a decir algo?

Así que que él cargara con todo. Total, era su culpa.

Había tocado fondo. Y aún así, no sabía cómo explicaría todo esto cuando tuviera que rendir cuentas ante Dios. ¿Qué excusa iba a inventar entonces? Ni siquiera había intentado detenerlo con fuerza, y su cuerpo… su cuerpo reaccionaba, lo estaba disfrutando. Una punzada de remordimiento la atravesó como una lanza.

Pero para ser justa consigo misma, lo más lejos que Daisy podía permitir que llegara era “chupar por encima de la ropa”.

El hechizo se rompió en cuanto las manos traviesas de Maxim comenzaron a bajarle la braga.

El instinto la despertó de golpe. En cuanto se las quitó, Daisy cerró las piernas con fuerza, cruzándolas para bloquear el paso.

Tal vez se dio cuenta de que ella se había despertado, porque Maxim, desde dentro de las sábanas donde hacía sus fechorías, sacó la cabeza con cautela.

 

—¿Despertaste?

 

No lo dijo en voz alta. Solo movió los labios para formar la pregunta. Sus labios, hinchados y brillando con saliva, daban fe de lo entusiasmado que había estado. Exactamente igual que cuando le suplicaba un beso tras haberla lamido entre las piernas.

 

—¿Qué haces? ¿Te volviste loco?

 

Daisy le replicó en voz baja, solo con los labios también. Si su tía despertaba y veía a Maxim montado sobre ella… solo imaginarlo le erizaba cada vello del cuerpo. Intentó empujarlo, apartarlo.

Pero cuanto más lo intentaba, más firme se mantenía él, usando todo su peso para inmovilizarla.

Debajo de su cuerpo, Daisy soltó un gemido forzado.

 

—Me vuelvo loco de solo verte.

 

¡No “me vuelvo loco”, no! ¡Ya estás completamente loco, imbécil!

Aunque Daisy le lanzaba una mirada feroz, Maxim no dejaba de sonreír con una expresión encantada.

 

—Vete. Ahora mismo.

 

Él negó con la cabeza, moviéndola lentamente de lado a lado, como un niño travieso.

Y entonces, como si estuviera contándole un secreto, se inclinó hacia su oído y susurró palabras absolutamente delirantes.

 

—Dormir en familia así, todos juntos… tiene su punto. Me gusta esta sensación de calor familiar.

—…Estás enfermo. ¡Lárgate!

 

Maxim soltó una risita y entonces dejó caer una frase que hizo que a Daisy se le helara la sangre.

 

—Pero si estás mojada.

 

Dios mío…

Él había encajado su miembro entre las piernas de Daisy y, lentamente, comenzó a frotarse como si aserrara, de un lado al otro.

Al mismo tiempo, sacó las bragas que aún tenía en la mano, las llevó a su rostro y aspiró su olor profundamente.

 

—Qué asco de tipo…

—Lo admito.

 

respondió él sin inmutarse.

Cuando ajustó el ángulo para que la punta endurecida de su erección se acomodara justo contra la entrada del sexo de Daisy, un leve roce de tela resonó en la habitación. Basureo. El sonido bastó para erizarle la piel por completo, como si un rayo le recorriera la espalda.

 

—Mmmhh…

 

Era la voz somnolienta y ronca de su tía, que murmuraba en sueños desde el otro lado.

La cara de Daisy se encendió al instante, roja como el fuego.

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Comments for chapter "Capítulo 68"

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1 Comment

  1. Merry

    Iiiiiiiii 🤭 muchas gracias por los capítulos Asure! 🫰

    abril 22, 2025 at 2:41 pm
    Responder
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