Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 65
— Parece que hay alguien que se le parece.
— ¿A quién?
— Cuanto más crece, más idéntica se vuelve a su madre. En el rostro, en los gestos… en todo.
— Ah, he oído hablar de ella. Una asesina tremendamente hábil, ¿no? Dicen que incluso superaba a esa zorra de Izzy.
— No tenía rival.
— ¿Tan buena era? ¿Incluso comparada con los hombres?
— Bueno… hasta que murió.
Conde Therèse adoptó una expresión levemente nostálgica, como quien rememora viejos tiempos.
[Código: Lily]
La madre biológica de Daisy, conocida por el nombre en clave Lily («Lirio»), había sido una figura legendaria incluso entre los agentes. Que aún se hablara de ella años después de su muerte lo decía todo.
— Pero, ¿por qué el nombre «Lily»? ¿Se lo puso el jefe?
— ……
El Conde no supo responder a la pregunta de Rose. ¿Había oído que algo salió mal durante una misión? ¿Mencionarlo sería entrometerse?
Rose, sintiendo el silencio incómodo, carraspeó.
— Ejem… En fin, no cambie de tema. Es normal que una hija se parezca a su madre. Pero lo que yo digo es que también se parece al jefe. El color de los ojos, esa sonrisa calcada… ¿Cree que todos aceptaron lo de presentar a Izzy como su hija bastarda sin preguntar?
Rose insistió, clavando el diente:
— Sea sincero conmigo. ¿La cagó en su juventud?
— ¡Qué imaginación! Si no vas a hablar en serio, lárgate. Ve a lavarte los pies y échate a dormir.
— Tss. Da igual si me echo o no. Aunque me lo prohibiera, me iría igual. Esa maldita Izzy ya la tiene clara, así que ahora me toca enseñarle a Daisy montañas de cosas.
Rose frunció el labio inferior. Había ido decidida a llevarse algunos objetos que Daisy usaba en su adolescencia. No planeaba quedarse mucho, de todos modos.
Solo de imaginar a esa chica torpe balbuceando sobre su noche de pasión —y de pensar en tener que corregirle la técnica— le daba un dolor de cabeza.
‘Estaba ahí hecha un conejo atrapado bajo una roca…’
Así no durará ni una misión. La devorarán viva. Aunque irritante, Rose era su camarada, y si había aceptado adiestrar a esa tonta, lo haría bien: «Si quiere dominar a un hombre, primero debe aprender a montarlo». Tenía planeado enseñarle algunos trucos útiles.
— «Ya la tiene clara», dice. ¡Y fíjate cómo hablas!
— Joder, esa Izzy también tiene boca sucia. ¿Por qué solo a mí me tratas así?
Siempre me elige para sus mierdas, refunfuñó Rose antes de añadir:
— Oye, jefe…
— ¿Mm?
— ¿Por qué Izzy?
— Porque es la más bonita de todas…
— Ay, por Dios, otra vez con su favoritismo. ¿Seguro que no es su hija de verdad?
Rose refunfuñó, cruzando los brazos.
— Déjate de eso. Ya sé que Izzy es la «Princesa Therèse», pero hay otras más hábiles para manejar hombres. ¿Por qué mandar justo a esa torpe? No lo entiendo.
Conde Therèse se encogió de hombros con una sonrisa burlona.
— No tuve elección. Era la única brecha posible.
— ¿A qué se refiere?
— Maxim von Waldeck. Hace años investigué para colocarle una mujer. Los hombres belicosos suelen ser fáciles: se derriten por un escote. Pero él… no tenía grietas.
Rose soltó una risa incrédula.
— Mentira. ¿Un hombre que rechaza a una mujer con las piernas abiertas? ¡No joda! Todos han visto cómo se le para en público. No es un castrado, y si se le empalma, ¡claro que cae!
— Exacto. Pero ni siquiera permitía acercarse a su círculo íntimo. Solo unos pocos.
Rose, experta en infiltrarse como sirvienta, sabía que era cierto: Waldeck no asistía a fiestas, ni recibía invitados fuera de actos oficiales. Un ermitaño… pero ambicioso. Había exigido mando en el campo de batalla y hasta se hizo adoptar por el Gran Duque. Algo no cuadraba.
— Cabello rubio oscuro, ojos verdes, piel de porcelana…
— ¿Otra vez hablando de esa fulana? ¿Le gusta tanto? Hasta un perro de la calle se reiría si niega que es su hija.
— Tú también pensaste en Izzy al oírlo, ¿no?
El conde inhaló hondo su cigarrillo y exhaló un humo azulado que se enredó en el aire.
— Lo gracioso es que, tras ser adoptado por los Waldeck, ninguna mujer quiso ser su viuda. Por eso tardó en comprometerse. Pero él… también tenía sus exigencias.
— Qué descaro. ¿Escogía mientras planeaba su muerte?
En público se le veía erecto y manosear como un cerdo en celo. Pero al parecer, hasta un cerdo tiene estándares. Rose arqueó una ceja, reconsiderando su opinión sobre Maxim.
— Sí. Entre sus allegados era conocido… por lo selectivo.
—Entiendo. Eso lo entiendo…
—Pero ya sabes cómo son los tipos con polla: insistentes hasta lo exasperante y bastante simples en el fondo.
Era cierto que, dentro de Clean, Daisy destacaba: rubia ceniza, ojos verdes y en la edad ideal para casarse.
Pero eso no cambiaba una cosa… ¿No le parecía raro? ¿Que justo los gustos inamovibles del objetivo coincidieran perfectamente con ella?
Rose miró al jefe con expresión inquieta.
—Nos costó encontrarla y convencerla. La muy perra se escondió como una profesional. Pero al final, es una hija de puta tenaz.
—¿Así que matarán al Gran Duque?
—No es momento de actuar aún. La opinión pública está de su lado. Hay que esperar.
Antes de la guerra, la familia real ya estaba debilitada al límite. Tanto que usaban a sus sabuesos como carne de cañón para ganar tiempo y huir. Estaban al borde del colapso.
«Un enemigo externo une a la gente», ese era el principio. Si no, la corona habría perdido el apoyo popular hace mucho. El plan original era eliminar a los miembros reales durante la guerra y luego formar un gobierno estable.
Pero todo cambió cuando Maxim von Waldeck regresó con una victoria inesperada. El país, ebrio de patriotismo, volvió a apoyar a la monarquía. Y en el centro de ese fervor estaba él: el héroe que salvó la nación.
Ya no era solo un perro de la realeza. Aunque su legitimidad era cuestionable (hijo de una princesa que huyó con un caballero), seguía siendo de sangre real.
Para los revolucionarios, era un obstáculo. El éxito no dependía solo de la fuerza, sino de tener justificación… y esa justificación necesitaba el respaldo de las masas.
—…Pero cuando llegue el momento, lo eliminaremos. Al menos Daisy sirve para dos cosas.
No era extraño enviar a Daisy: el tipo ideal de Maxim y su mejor asesina. Si llegaban a acostarse, él bajaría la guardia; nada más vulnerable que un hombre desnudo.
Al principio fue una apuesta, pero ahora era la candidata perfecta. El muy idiota estaba obsesionado con su «esposa». Sería fácil atacar cuando bajara la defensa.
Al menos, en teoría.
—…Pero, jefe, ¿está seguro?
Rose ladeó la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Daisy… La muy hipócrita juró que no volvería a matar. Ahora hasta se hace la monjita y apenas logró tener sexo esta vez.
—Hmm.
—Aunque saque información… Si no mata al objetivo, es inútil. Usted conoce su terquedad. ¿De verdad confía en ella?
—Bueno, es cierto.
Conde Therèse lo admitió sin resistencia.
—Pero de momento, tenerla cerca y extraer información ya es importante, ¿no crees?
No era tan idiota como para no considerar los riesgos.
—Yo me encargaré de vigilar a esa perra hasta que recupere el juicio. No se preocupe y confíe ciegamente en mí.
Cuando Rose lo aseguró con firmeza, el conde Therèse esbozó una sonrisa tenue.
«Confíe ciegamente».
¿Había algo más irresponsable y romántico que eso?
Lucas Therèse, el conde, no confiaba en nadie más que en sí mismo.
No apoyarse en vanos romanticismos: ese había sido el secreto que lo llevó a liderar Clean.
Daisy era Clean hasta la médula.
Así la habían educado, así la habían moldeado, y así seguiría siendo… para siempre.
Daisy no podría escapar.
No porque él confiara en ella, sino porque Lucas Therèse mismo la había construido así.
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—Rose abandonó la mansión Therèse.
Pasó un largo rato antes de que el mayordomo entrara en el estudio.
—¿Me llamó, milord?
—…¿Y Rose?
—Tenía equipaje, así que dispuse un carruaje.
—¿Mucho equipaje?
—Sí, de todo un poco. Insistió tanto con eso de «hay que hacerlo creíble si voy como enviada del Duque» que no tuve opción…
—Bien hecho.
El conde cerró el libro que leía y alzó la vista hacia el mayordomo.
—Dicen que quienes crecen juntos… ¿acaban sintiéndose como hermanos?
—¿Se refiere a Rose? Esa niña siempre ha odiado visceralmemte a Su Alteza.
Hasta el mayordomo lo sabía. Con lo escandalosa que era Rose, no hacía falta verla para imaginárselo.
—Contacta a Noé.
—¿El espía infiltrado en Waldreck?
—Sí.
La existencia de Noé seguía siendo un secreto, incluso para Daisy y Rose.
«En caso de emergencia… que lo eliminen.»
Lucas Therèse no confiaba en nadie.
Y siempre tenía un plan de respaldo.
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