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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 62

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Kung.

 

 

Una vibración le retumbó en la coronilla, seguida de un calor abrasador que le incendió hasta las puntas del pelo. Las llamas que habían brotado de su bajo vientre se extendieron como un incendio, devorando cada centímetro del cuerpo de Daisy en segundos.

 

—Uhh, hh…!

 

La sensación de ser consumida por el fuego la hizo gemir sin contención. Maxim, que había desplomado su torso sobre ella apenas su polla se hundió hasta el fondo, jadeó contra su hombro con un sonido áspero.

 

Haa, haa…

 

En sus oídos, solo resonaban los alientos entrecortados —no sabía si eran los suyos o los de él— y los gemidos ahogados que escapaban de Daisy a intervalos.

 

—…Joder.

 

Maxim masculló el insulto entre dientes.

Sabía que sería bueno, pero esto no era de este mundo. Era tan intenso que le ardía la nuca, al borde del delirio. Solo ahora, con ella embutida hasta el límite, entendió por qué Daisy había quejado que «se le rompía por dentro». Cada mínimo movimiento era una delgada línea entre el éxtasis y el dolor, como si un paso más la hiciera estallar.

Quemaba.

Como si, hundido en lo más profundo de ella, se estuviera derritiendo. Sus sexos estaban tan entrelazados —no, enredados en esa viscosidad— que latían al unísono, kung, kung, como si fueran uno.

 

—Mírate. Te lo has tragado todo, qué buena eres.

—Ngh, hhuu…

—Ahora… fuh… mi polla está… completamente… dentro.

 

La voz de Maxim se quebró en sílabas entrecortadas por la excitación. Bajo su cuerpo rocoso, Daisy gimoteaba como una presa con el cuello atrapado entre fauces, y eso solo hizo que su polla se tensara aún más.

 

—Me vuelves loco. ¿Cómo es posible que algo así… haa… lo hayamos esperado tanto?

—Uuuh, nn…

—Podría morir así… y sería feliz.

 

Maxim la aprisionó con fuerza suficiente para reventarle hombros y cintura, enterrando besos en su delicado lóbulo mientras murmuraba sin sentido.

 

—Hic… ¡Ngh! No puedo… respirar…

—No puedes morirte, haa… Daisy.

—Por tu cul— kgh… no… no me entra el aire… Hic…

—Ni lo sueñes. ¿Cómo voy a dejar que tú… haa…?

 

Cuando Daisy empezó a sollozar entre hipidos ahogados, Maxim aflojó los brazos que la constreñían.

 

—Maldita sea… Lo siento.

 

Parecía genuinamente arrepentido; ni se había dado cuenta de que la estaba asfixiando. Su voz sonaba casi desesperada.

 

—Te dejaré respirar. Perdóname, ¿vale?

 

Dicho esto, depositó suaves besos. chock, chock sobre sus labios entreabiertos, insuflándole aire. Qué ridículo. Cada vez que esos labios suaves se posaban y se separaban, ella fruncía los párpados con un sobresalto, haciendo que Maxim soltara una risa baja.

Al repetir los besos superficiales, poco a poco los hipos de Daisy fueron amainando.

 

—Como ya estás encima… fuu… ¿puedo empujar?

—Ya… ya lo… estás h-haciendo… kgh…

—Quiero decir… si puedo moverme.

 

Era irónico que Maxim, quien hasta hace un segundo le había embutido su polla descomunal sin miramientos, ahora fingiera consideración. Daisy, en lugar de responder, alzó la mirada hacia él con los ojos vidriosos.

Lágrimas gruesas rodaron por sus mejillas.

 

—¿Te duele?

 

Asintió con la cabeza.

 

—¿Quieres que lo saque?

 

Sacudió la cabeza.

La idea de tener que volver a pasar por el tormento inicial de introducírselo de nuevo la aterrorizaba.

 

—Vaya. Mi Daisy… Dime qué necesitas.

 

Maxim la besó en el rostro húmedo con falsa ternura, aunque su parte inferior seguía clavada en ella sin piedad, siendo justo la razón de sus lágrimas. Era obsceno cómo ahora jugaba al salvador, como un lobo disfrazado de cordero.

Aún así, que este insolente pidiera permiso para cada movimiento era… inusual.

Al fin y al cabo, solo terminará cuando él acabe.

Pero si él le cedía el control en esta posición, no había motivo para rechazarlo. Daisy inspiró hondo y habló con voz quebrada:

 

—Hic… D-despacio…

—¿Lo empujo despacio?

—…Sí.

 

Cuando Daisy respondió en un tono más informal, Maxim soltó una risotada.

Aunque su actitud era algo insolente, después de todo ya le había dicho de todo… ¿qué más daba?

Además, comparado con cuando se quejaba y pataleaba apenas se lo metía, ahora al menos estaba siendo más dócil.

Maxim, como si estuviera haciendo un favor, enderezó su torso y agarró firmemente sus caderas con ambas manos. Luego, comenzó a mover su cintura lentamente, retirándose casi por completo antes de hundirse de nuevo.

 

 

Schllk, schllp.

 

 

A medida que la cabeza de su miembro empujaba y estiraba cada pliegue interno, se escuchaba un sonido húmedo y espeso.

Maxim apretó los molares para controlar la urgencia que crecía en él.

Al deslizarse con lentitud, sintiendo cada uno de esos pliegues íntimos, el líquido acumulado en su interior comenzó a escurrirse en gruesas gotas. Repitió el movimiento, deteniéndose justo en la entrada antes de hundirse hasta que sus testículos aplastaron su perineo, haciendo que las paredes internas de Daisy se estremecieran con pequeños espasmos.

 

—Nh, nngh, nh…

 

 

Creak, creak.

 

 

El sonido del sofá crujiendo, el ruido húmedo de sus cuerpos entrelazándose y los gemidos sofocados de Daisy llenaron la habitación.

Con cada embestida, las paredes de su interior se calentaban como crema espesa al fuego, y un rubor carmesí —señal inequívoca de excitación— se extendía por su piel.

 

—Abrázame, Daisy.

—Hgnn, uhh…

—Como has sido tan buena… tu premio es un abrazo.

 

Al fin y al cabo, toda obediencia merece su recompensa.

Incluso para un cabrón egoísta como él, las reglas eran las mismas. Sobre todo cuando quería ser domesticado.

Era una mujer tan ingenua que ni siquiera sabía qué hacer con la correa que él mismo le había puesto. Había que enseñarle todo, paso a paso.

 

—Abrázame del cuello, Daisy.

 

Ella abrió y cerró los puños, perdida, hasta que Maxim tomó sus brazos y los envolvió alrededor de su propio cuello.

Parecía que necesitaba desesperadamente algo a qué aferrarse, porque Daisy se colgó de él como si fuera su único salvavidas.

Ah… qué excitante.

 

—Mmm… Ah, ah…!

 

Mientras su cuerpo era empujado sin piedad, la sensación de que Daisy se entregaba por completo en sus brazos lo excitaba hasta el límite de la cordura.

A medida que la excitación crecía, sus embestidas ganaron velocidad.

 

 

Schlap, schlap, schlap.

 

 

El sonido obsceno de sus testículos pegajosos golpeando su perineo, una y otra vez, resonó sin vergüenza en la habitación.

 

—¡Ahh, ah, ah…!

 

Con cada empujón más rápido, el cuerpo de Daisy se desplazaba hacia arriba sobre el sofá. Maxim la sostuvo por la espalda y la levantó, obligándola a quedar sentada sobre él, frente a frente.

 

—¡Hah… Ah!

 

Con su peso ahora sobre él, su miembro se hundió aún más profundo. La sensación invasiva, como si pudiera perforarle el vientre, hizo que Daisy se pusiera de puntillas, arqueando las caderas instintivamente.

Sin querer, esto solo apretó aún más la cabeza de su miembro dentro de ella, haciendo que los ojos de Maxim se distorsionaran de placer.

 

—¿Vas a estrangularlo hasta partirlo?

 

Sacudió la cabeza.

 

—No lo aprietes, hhh… relájate.

—Ngh… sí.

 

Pero sus acciones contradecían sus palabras. Mientras decía «sí», sus pies seguían empujando, manteniéndose en puntillas, haciendo temblar sus blancos empeines.

Era una vista lastimosamente adorable.

 

—Shhh… te dije que te relajaras.

—E-está… demasiado profundo. Kgh…

 

Maxim le dio palmaditas suaves en las nalgas, tratando de calmarla, pero Daisy seguía resistiéndose.

 

—Qué testaruda eres.

 

Y eso que había prometido obedecer.

Pero como siempre, olvidaba su lugar y se movía como le placía, como si su cuerpo instintivamente rechazara lo que no le convenía.

Maxim la levantó de un movimiento, sosteniéndola por los muslos mientras se ponía de pie del sofá.

 

—¡Ah! ¡Ah…!

 

Al sentirse suspendida en el aire, Daisy se aferró a su cuello con todas sus fuerzas, pataleando en pánico.

Pero Maxim no le hizo caso. Sosteniéndola firmemente, comenzó a caminar con ella aún ensartada, cada paso haciendo que su miembro se moviera dentro de ella.

 

—¡No camines! ¡T-tengo miedo…!

 

Para Daisy, era como si estuviera suspendida en el aire mientras alguien caminaba hacia atrás con ella.

Los vellos de su nuca se erizaron y un escalofrío helado recorrió su espalda. Sin poder ver hacia dónde se dirigían, el terror crecía.

 

—¡Para, p-por favor! ¡Aah-!

 

 

¡Bam! ¡Crash!

 

 

Su espalda golpeó contra un armario, enviando un dolor sordo y punzante a través de su cuerpo. Al mismo tiempo, escuchó el sonido de objetos decorativos cayendo y rompiéndose contra el suelo.

 

—Fuuu… Dijiste que me detuviera.

 

Al encontrarse con su mirada, Maxim von Waldek sonrió, burlón.

 

—¿No es así?

—Ngh, hh…

 

Descarado. Ni un ápice de remordimiento por destruir propiedad real. Su rostro seguía imperturbable.

Al verlo, la expresión de Daisy se endureció.

 

—Hice lo que me pediste. ¿Por qué te enfadas?

—¡Maldito psicópata…!

—Sí, ¿puede este psicópata seguir adelante?

—¡Ahh…!

 

 

Thump, thump.

 

 

Con cada embestida hacia arriba, el puente de su nariz ardía. Su cabeza se sacudía hacia atrás una y otra vez, la coronilla resonando con cada impacto, mientras su mandíbula temblaba.

 

 

¡Clunk, clunk, bang!

¡Thud, splat!

 

 

El sonido de su cuerpo golpeando los estantes se mezclaba con el ruido húmedo y pegajoso de sus caderas chocando. Su visión ya estaba nublada por las lágrimas, todo borroso.

Cuando la lengua caliente de Maxim lamió sus lágrimas, su vista se aclaró lo suficiente para distinguir su rostro, sonriendo como si estuviera a punto de morir de amor.

 

—Fuu… ¿Por qué aprietas tanto? ¿Te excitas más cuando te empujo con fuerza, Daisy?

—Haa… hh, ah… ¡N-no… ngh!

—A mí también me gusta lo salvaje. Definitivamente estamos hechos el uno para el otro.

 

Nunca estuve de acuerdo.

Maxim seguía murmurando tonterías, como si estuviera ebrio.

Con los pies colgando en el aire, la sensación de inseguridad aumentaba. Y él era su único sostén, lo que lo hacía aún peor.

 

—P-prueba otra p-posición… haah… M-Max…

—A mí me gusta esta.

 

Daisy, desesperada, se aferró a su cuello, suplicando.

 

—¡Ngh…! P-por favor… ¡bájame! ¡Hic…!

—Maldita sea, suplicar te queda bien. Sigue rogando un poco más.

 

Qué demonio más insufrible. Maxim no iba a ceder tan fácilmente.

 

—¡Hah…! ¡P-por favor…! ¡Ah…!

—O podría conformarme con un beso. Aunque sea uno pequeño.

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