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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 60

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Sus labios rozaron el clítoris, hinchado al extremo. Frotaba su labio superior una y otra vez contra él, al levantar la lengua en un roce firme, la piel se replegó, desatando una oleada aún más aguda de placer.

Sentía que iba a perder la cabeza. Aunque ya no podía pensar con claridad, Daisy notaba cómo su consciencia se desvanecía en una neblina cada vez más densa.

¿De verdad se puede apagar algo así? Cuanto más él chupaba con la boca, más el néctar espeso de su interior se desbordaba en oleadas, empapándola aún más. ¿Por qué hacía algo tan inútil como esto?

Justo cuando esa pregunta cruzó fugazmente su mente, Maxim, quizás frustrado de solo saborear el néctar acumulado en su sexo, hundió la lengua directamente en la entrada de su panocha, succionando con la avidez de una mariposa bebiendo miel. El flujo cálido resbalaba por su lengua, el sonido de él tragándolo resonaba con lujuria.

Las paredes internas se contraían; su cadera comenzó a temblar sin descanso. El cosquilleo que había subido tan rápido se esparció en un instante por toda su pelvis.

 

—Ah… mmm… esto… es… raro… ¡Ah!

 

Solo con su boca, Maxim la llevó a un clímax suave. El temblor que comenzó en su cintura se propagó como un relámpago, endureciendo el interior de sus muslos. Daisy sintió cómo sus pies se encogían, y una sensación de ingravidez la envolvía, como si flotara.

Ah… está bien. Por eso lo hacía… Hasta el empeine le dolía. Sentía sus paredes interiores contraerse, vibrando en espasmos incontrolables.

 

—Ya… basta…

 

Pero incluso después de su orgasmo, Maxim no se detenía. Volvió a subir hasta el clítoris aún erecto y lo atrapó entre sus dientes, mordiéndolo con ritmo lento. En ese estado de hipersensibilidad, aquella estimulación desbordante traspasaba el umbral del placer y se transformaba en dolor.

 

—Demasiado… me hace… ¡cosquillas! Ah… Mmm… Ma-Max…

 

Aunque Daisy suplicaba entre espasmos de placer, Maxim continuaba acariciando su sexo con tenacidad. Su clítoris, enrojecido y ardiente, era aplastado sin piedad bajo su lengua. No cabía duda: él había decidido hacerla sufrir. Cuanto más temblaban sus muslos, cuanto más se fruncía el entrecejo por la sobreestimulación, más sonreía él, satisfecho.

Cuando Daisy empezó a retorcerse, él la inmovilizó abrazando con fuerza sus piernas.

Todo era borroso. Sus ojos estaban desenfocados, y un calor denso le ardía en los párpados. Intentó decir algo, pero solo le temblaba la mandíbula inferior.

 

—¿Por qué te vienes tan rápido?

—Ah… no sé…

—¿Cómo pudiste aguantarte todo este tiempo, eh?

 

Con los sentidos desbordados, Daisy sentía que se perdía. Maxim parecía disfrutar cada instante, jugando sin tregua. Y aun así, ella, como una tetera hirviendo, no podía dejar de temblar, al borde de la locura.

Fue entonces cuando, en su campo de visión, apareció el miembro de Maxim, hinchado de forma casi amenazante. Daisy no había hecho nada y, aun así, le parecía que había crecido aún más. ¿Por qué seguía agrandándose? La situación se volvía cada vez más difícil. Ya se habían besado, ya le había lamido todo el cuerpo… ahora, inevitablemente, tocaba introducir ese monstruo. El miedo la invadió de golpe, su cuerpo se encogió por instinto.

 

—E-esto… ¿cómo se supone que…?

—Déjamelo a mí. Tú solo abre bien las piernas, sin preocuparte.

—Es que… es demasiado grande. Me da… miedo.

 

Maxim le cubrió los ojos con su gran mano.

 

—Si te asusta, entonces no lo mires, ¿sí?

—No es que mirar lo haga más pequeño… mmmh…

—Tampoco mirar lo va a hacer desaparecer. De hecho, si lo miras, solo se pone peor.

—Ahhh…

—Relájate. Si vas a recibir una verga, tienes que abrirte mucho más.

 

Cuando Daisy separó un poco más las piernas, él le dio unas palmaditas suaves en las nalgas, como si la estuviera calmando.

 

—¿No decías que te daba miedo por lo grande? ¿Crees que así será suficiente?

—Sí… es que ya estoy al máximo… ahh… mmm…

—Yo me encargo de follarte. Tú solo quédate cómoda con las piernas abiertas. Todo irá bien, así que no te preocupes.

 

Las palabras de Maxim, susurradas al oído entre una caricia y otra, no sabían si eran consuelo o amenaza. Luego atrapó sus labios temblorosos con besos húmedos y suaves, como los de un gorrión.

 

—Entonces, si me lo metes… se acaba, ¿verdad?

—Tal vez…

 

Sin más promesas, recostó su miembro contra la húmeda hendidura de su sexo y comenzó a frotarlo como una sierra, de arriba abajo. Daisy quiso pedirle que le asegurara que terminaría ahí, que no la haría más… pero cuando el roce de sus sexos empapados se mezcló con el sonido húmedo de los jugos, no pudo pensar con claridad. Las palabras se esfumaron.

Estar con los ojos cubiertos y las piernas abiertas la hacía sentirse aún más expuesta que de costumbre. Intentó cerrarlas, pero él no se lo permitió, manteniéndola sujeta sin posibilidad de escape. Todo, absolutamente todo, le resultaba vergonzoso. Si hubiera sabido que sería así, tan desbordante de pudor, jamás habría intentado confirmar nada. Se maldecía por haber tomado una decisión tan precipitada.

Cuando él frotó su miembro como si lo usara para untarle sus fluidos, sus labios íntimos y su clítoris, ya empapados, fueron removidos sin piedad. Tal vez porque era una zona que ya había alcanzado el clímax una vez, el roce la hacía hervir por dentro, la descontrolaba.

Maxim continuó con ese movimiento repetitivo, largo y lento, hasta que la punta de su glande rozó el clítoris. Al notar que Daisy fruncía el rostro por el estímulo, comenzó a concentrarse justo ahí. Lo frotaba, rápido y preciso, haciéndolo arder como si una chispa hubiera encendido aquella diminuta perla. Daisy se estremecía, inquieta como alguien a quien le rascan justo donde pica, y no puede dejar de moverse.

 

—Ahh… mmm… ya… haz algo… por favor… Max…

—¿Y qué quieres que haga, eh? Si tú me lo pides… te lo doy todo.

 

Él la calmaba con besos suaves, como si quisiera tranquilizarla con caricias en lugar de palabras. Abajo, seguía frotando su miembro empapado, una y otra vez. Por el deslizante fluido que los cubría, la dura punta resbalaba con facilidad, chocando a veces contra el perineo, y cada vez que el glande se detenía justo en la entrada de su sexo, Daisy contenía el aliento, sobresaltada por esa sensación al borde.

 

—S-solo… mételo. Por favor… hazlo ya.

—¿Por qué?

—Es que… ese ir y venir… ah… da más miedo…

 

Era como si le apuntara a la cabeza con una pistola. Cada vez que Maxim acercaba la punta a la entrada, Daisy sentía que iba a colapsar de miedo y expectativa. Y si algo había aprendido de sus encuentros anteriores, era esto: con el tiempo, aquello solo crecía más.

En otras palabras, cuanto más tardara, más iba a tener que soportar. Por muy delicioso y excitante que fuera todo, ese torrente de sensaciones nuevas y abrumadoras le provocaba un miedo extraño. ¿Hasta dónde podía llegar esto?

 

—…Rápido, por favor… ah… mmm…

—Qué impaciente. Está bien.

 

Finalmente, dejó de frotar y apuntó directamente a su sexo. Presionó suavemente el perineo para abrirle paso, y un hilo espeso de fluidos bajó por el eje de su miembro. Esa sensación casi le hizo venirse en ese instante.

El glande firme se abrió paso entre las paredes internas, desgarrando el silencio de su interior. Apenas había entrado un poco cuando Daisy se encogió instintivamente y trató de cerrar las piernas.

 

—Shhh… relájate, si no, no puedo seguir.

—¡Ya… lo metiste…!

—Siento decirte que esto ni siquiera ha empezado. Solo entró la punta, así que aguanta un poco más.

—¡Ah… ahhh!

 

Apenas la punta y ya sentía que se quebraba. Su cintura se arqueó sola, y un destello blanco nubló su visión.

Sin previo aviso, él empujó más profundo. Su enorme miembro forzaba la entrada, tensando al máximo la abertura. Un chorro de fluido caliente brotó al instante, desbordando la entrada. No era que él se moviera… eran sus paredes internas que, por puro reflejo, intentaban resistirse al invasor.

 

—¿Ya… ya está…?

 

Daisy preguntó, con voz temblorosa, queriendo saber si ya había terminado. Maxim, en cambio, sonrió en silencio.

¿Por qué se ríe?, pensó, sintiendo que su mirada temblaba, borrosa.

 

—¿P-por qué… se ríe?

—No te preocupes. Ya está todo dentro.

 

Ahora estaba completamente dentro. De verdad, el dolor pesado —como si un garrote la hubiera atravesado— hizo que las lágrimas corrieran en hilera por sus mejillas. En el breve instante en que Daisy, algo más aliviada, exhaló un «fuu» con un suspiro tenue…

 

—¡Pac!

 

…él volvió a hundirse profundamente en su interior.

 

—¡Aaahh…!

 

La cintura de Daisy se arqueó sobresaltada, sus nalgas se estremecieron en el aire. Él, con un aliento entrecortado, apretó su cadera contra ella y apartó la mano que le cubría los ojos.

 

—Lo siento. Si te lo decía, te asustarías y no habría entrado.

 

Se rió, como si estuviera ebrio.

 

—Ahora… ja… se ha cumplido tu deseo.

—Hic… haa…

—Tienes que respirar.

 

Sopló aire en su boca y, con un empujón brusco, volvió a clavarse en ella. La sensación de ajuste estrecho, seguida de la punta aplastándose contra el fondo más profundo, la dejó sin aliento.

¿Sería su imaginación? La verga que llenaba por completo su sexo parecía crecer de nuevo, sin piedad.

¿Podía hacerse aún más grande? ¿Hasta dónde…?

El rostro de Daisy palideció.

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