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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 57

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—¿Mmm?

—Dijiste que al obedecer hay que mostrar el vientre. Como la ropa lo tapa, me la quito.

 

Daisy intentó sostener la mirada de Maxim, pero el corazón le golpeaba con tal fuerza contra el pecho que le costaba mantener la compostura. Y, por supuesto, la dignidad propia de su rol como dueña.

Sin embargo, en los ojos de Maxim solo había satisfacción, como si por fin hubiera logrado algo.

 

—Haré lo que ordenes. Pero no apartes la vista. Mírame bien.

 

Comenzó a despojarse de la ropa, prenda tras prenda. Aunque solo fuera este juego de seducción tan trivial, ya estaba excitado: la respiración se le entrecortaba, pero sus manos no se apresuraban. Era parte del acto de sumisión.

Primero, el saco. Al quitarlo, quedó al descubierto la camisa delgada que ceñía su torso musculoso.

Pop, pop. Los dedos de Maxim descendieron desabrochando los botones uno a uno, revelando primero el cuello esculpido, luego las clavículas, después los pectorales tensos. Cuando llegó al esternón y el abdomen empezó a asomarse, se liberó de los puños y arrancó los botones restantes de un tirón. En segundos, su torso —ancho como el de un semental— quedó al descubierto.

 

—Perdón.

 

La disculpa fue breve. Luego, el cinturón cedió.

 

—Está tan hinchado que duele. Espero que me permitas…

 

Snap.

 

El miembro viril emergió, imponente, hasta casi alcanzar el ombligo. Daisy contuvo el aliento.

La verga, gruesa y congestionada, palpitaba con venas marcadas bajo la piel. El glande, enrojecido y lustroso por el fluido preseminal, brillaba bajo la luz.

Era casi una obra de arte: el tono uniforme de su piel, las curvas perfectas. Hasta el color era hermoso, si solo se miraba eso. Pero el problema no era la estética, sino el tamaño.

¿Eso tiene que entrar en mí?

Daisy no podía evitarlo: le faltaba valor. La vez anterior, en la bañera, había notado lo estrecho que era su interior. Apenas si entraba un dedo… Pero esto es otro nivel.

‘Si no podemos tener relaciones, entonces está claro que Maxim y yo no estamos destinados a estar juntos’

pensó Daisy, resignada.

 

—¿Por qué te sorprende tanto? Si ya lo viste la otra vez.

—……

—Qué decepcionante. ¿Cada vez que lo veas vas a quedarte así?

 

¡Por supuesto que no quiero!, pensó. Pero era imposible no sorprenderse cada vez. Ese tamaño no es normal, y hasta alguien sin experiencia como ella podía verlo.

Daisy, con voz temblorosa, preguntó:

 

—Emm… ¿No habrá… crecido más desde la última vez?

—Imposible.

—No, estoy segura de que es más grande que antes.

—He estado sacudiéndolo sin parar, hasta desgastarlo, pensando en ti. Si acaso, debería haberse reducido.

 

Ahí está el problema, pensó Daisy. ¿Cómo es que, después de tanto «sacudirlo», terminó haciéndolo más grande? ¿Acaso no lo desgastó lo suficiente? No tenía sentido.

¿Por qué había insistido en comprobarlo por sí misma, provocando esta situación?

Solo entonces Daisy se dio cuenta de que, arrastrada por la tensión del momento, tal vez había tomado una mala decisión. Pero, incluso si se hubiera negado, Maxim solo le había dado una opción. Y ahora ya no había marcha atrás.

Daisy tragó saliva secamente y, como aceptando su destino, volvió a mirar aquello.

Por más que lo observara, era imposible que cupiera dentro de ella.

Recordó la noche del pastel, cuando ese grueso miembro había intentado abrirse paso entre su ropa interior, y una oleada de vértigo la invadió.

 

—Oye… ¿Por qué lo sacaste sin permiso? Dijiste que ibas a obedecer.

—¿Ahora vienes con reproches? ¿Te asustó?

 

Maxim, perspicaz como siempre, lanzó la pregunta con complicidad.

 

—N-no, no me asusté.

—La verdad es que sí estaba asustada, pero no quería demostrarlo.

—E-emm… Aunque lo pienso bien, ¿de verdad está bien hacerlo en la oficina? Creo que elegí mal el lugar. O sea…

—No hay problema. El sofá de la oficina es de mi gusto.

 

¿Desde cuándo tienes preferencias tan específicas? ¡Antes decías que cualquier lugar te venía bien!

El dolor de cabeza de Daisy empeoraba ante sus evasivas como zorro astuto.

 

—¿Te gusta? Es todo para ti. ¿No es bonito?

—…

—¿Y ahora?

—…

—¿Mmm?

—Creo que voy a enloquecer. ¿Quién te dijo que lo sacaras sin permiso?

—Ya pedí comprensión antes. Dije que me dolía.

—……

—Sí, estás asustada. Se nota porque hablas más de la cuenta.

 

Le ardía la indignación, pero ya no tenía argumentos.

 

—¿Qué hacemos entonces, eh?

 

¡Qué insistente! La mirada de Maxim se volvía más lasciva con cada instante.

Pero ahora que ya lo había sacado, no podía simplemente pedirle que lo guardara de nuevo.

El nerviosismo le secaba la garganta.

 

—Espera… No te muevas ni un segundo.

—¿Por qué?

—Solo un momento. Si te mueves, no lo haré.

 

Mientras Maxim se quedaba quieto, Daisy miró alrededor buscando algo en la mesita auxiliar. Necesito beber algo. Había una copa de champán burbujeante y un vaso de agua fresca. Para la sed, mejor el agua. Sin dar tiempo a que Maxim reaccionara, tomó el vaso y se lo bebió de un trago.

 

—E-espera, un momento

 

El grito ahogado de Maxim llegó demasiado tarde: Daisy ya había tragado el contenido del vaso. ¿No era solo agua? Había estado junto a la jarra, así que lo dio por hecho, pero ahora notaba un dulzor extraño, casi como champán… o algo más.

 

—¿Qué pasa?

—Haah…

 

¿Por qué suspira así sin decir nada? Todo parecía normal, pero el silencio de Maxim la inquietaba.

 

—¿Estás bien?

—¿El qué?

—Eso que…

 

Él, inusualmente titubeante, parecía desconcertado. ¿Qué le ocurre? Daisy deseó que al menos le diera una explicación.

Sus pupilas se agitaron, reflejando la confusión.

 

—No es nada.

—Dímelo. ¿Qué fue?

—Al fin y al cabo lo haremos igual… Mejor que no lo sepas.

 

¡Qué aterrador! ¿Por qué actúa así? ¡Al menos podría hablar claro! La ansiedad la corroía.

Pero incluso si no quería saberlo, su cuerpo no le dejó opción. La reacción fue instantánea.

El agua había estado fría, sin embargo… ¿Por qué ahora mi interior arde?

Una oleada de calor se expandió desde su núcleo, relajando sus músculos contra su voluntad. Al mirar a Maxim, notó cómo sus mejillas se encendían y comprendió: Algo va muy mal.

 

—Mi cuerpo se siente… raro.

 

No era tristeza ni ira, pero sus ojos se humedecieron, la visión se nubló. Jadeaba como si hubiera llorado desconsoladamente. ¿Qué demonios me está pasando? Estaba al borde del pánico.

Maxim, sin palabras, la atrajo hacia su pecho.

 

—Estarás bien.

—P-por favor, explíqueme. ¡As-sí solo me asusto más…! ¿Eh?

—Fue mi error, así que me haré cargo. No temas.

 

Maxim, que había prometido ayudarla, comenzó a desabrochar los botones traseros del vestido de Daisy sin soltarla. Parecía decidido a desvestirla a toda prisa. ¿Otra vez con sus juegos? ¿En serio esto es «ayudar»?

 

—¿Q-qué haces…? ¿Por qué me desvistes sin permiso?

 

Daisy se retorció, incómoda.

 

—Lo que acabas de beber… era esa medicina que Rose preparó, admitió Maxim con voz tensa, como si le costara decirlo.

—¿Qué? ¿Esa medicina?

—Sí. Iba a tomar champán, pero noté algo raro… así que lo vertí en el vaso de agua. Y tú lo bebiste.

 

Así que… ¿era ese brebaje especial que Rose había preparado, el que «ponía las cosas interesantes»?

Maxim no lo había tomado. ¡Ella lo hizo!

Había asumido que estaría en el champán, por eso eligió el agua. La ironía le hizo parpadear, aturdida. Esa zorra dijo que era «de la mejor calidad». Y vaya si funcionaba: el calor en su cuerpo aumentaba, y ahora sentía algo más—un goteo húmedo entre sus piernas que no podía controlar.

 

—A-ayuda… Hah… Esto da miedo…

—Shhh, estás bien.

—¿N-no me moriré…? Hic

 

El pánico le desencadenó hipo. Su corazón latía tan fuerte que casi ahogaba sus palabras.

 

—Nada ha cambiado.

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