Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 56
Pero incluso así, aún no se sentía del todo tranquila. Tal vez era una pregunta sin importancia, pero estaban entrando en un terreno desconocido, con el hombre que, según su intuición, podía ser el más peligroso que hubiera conocido. Precisamente por eso, por el riesgo que implicaba, deseaba oír esa promesa una y otra vez.
—Solo… necesito confirmarlo. No es que tenga un gran significado…
—Está bien. Confirmémoslo.
—Lo digo en serio. ¿De verdad estás bien con esto?
—…Ahh. Me gustas. Me gusta incluso si no significa nada.
Maxim, incapaz de contenerse más, hundió el rostro en el cuello de Daisy y empezó a mordisquearla con los labios.
Cada beso, cada soplo húmedo de su aliento le provocaba cosquillas, y Daisy se estremecía con un pequeño gemido, encogiéndose instintivamente.
—Nunca se sabe, así que mientras más veces lo confirmemos, mejor.
—Ah… espera… escúchame, al menos un momento…
—Si es contigo, Daisy, me da igual cómo sea. Lo que quieras… incluso si es una orden, lo haré.
—¿De verdad?
—Claro. Si me mandaras lamerte los pies, lo haría encantado… como un perro, con gusto.
¡Maldito…! ¿Quién demonios te pidió que lamieras los pies? Solo quería hablar, que te detuvieras un segundo. Pero Maxim seguía murmurando absurdos mientras cubría su piel de besos.
—Tus labios… ah… Por favor, detente.
Daisy logró, con dificultad, empujar su hombro. Él, como si lamentara profundamente la interrupción, besó el aire con una expresión de anhelo antes de dejarse caer hacia adelante con un suspiro frustrado.
Apoyó su mejilla cálida sobre el pecho de ella y la miró con ojos soñolientos, su rostro aún lleno de deseo. Ese tipo tan obsesionado con sus pechos no dejaba de restregarse como si quisiera volver a tomarlos con la boca. Sus labios seguían moviéndose, bajando poco a poco por su cuerpo.
Esto así… no tiene ningún sentido.
—Ahh… ehh… No estás escuchando. Te dije… ¡que te detuvieras!
Solo cuando ella lo reprendió con firmeza —como si fuera su última oportunidad en este mundo—, Maxim finalmente separó los labios tras succionar con descaro la piel pálida. Daisy, al observarlo, no podía sino pensar en lo increíblemente obsesionado que estaba con sus pechos. Y justo entonces, él, como si notara su mirada, fingió darse cuenta y se disculpó.
—Perdón…
—¿Y así cómo esperas que me sienta tranquila para confirmar nada?
—Solo… perdóname esta vez, Daisy.
Con expresión cabizbaja, parecía un cachorro empapado bajo la lluvia. ¿Y qué? ¿Pensaba que con disculparse bastaba, mientras seguía haciendo lo mismo una y otra vez? Era ridículo. Y sin embargo… ¿qué demonios era esa cara?
Esa expresión. Esa boquita que normalmente se curvaba en una sonrisa burlona, ahora caída y temblorosa. Esos ojos largos, caídos, como si pidieran ternura. Todo en él apelaba a esa parte blanda del corazón de Daisy, esa parte que temblaba ante lo pequeño, lo vulnerable.
No. No te ablandes, Daisy. Ese hombre es un pervertido.
Intentó controlarse, se obligó a mantener la mirada severa. Y entonces Maxim tomó su mano y, con delicadeza, la llevó hasta su cabeza.
—Me porté bien, ¿verdad, Daisy? Entonces acaríciame.
Apenas habían pasado 30 segundos desde que se había apartado de su piel, ya pedía una recompensa. Con ese cuerpo enorme sobre el suyo, suplicando caricias, parecía una bestia salvaje que deseaba, voluntariamente, ser domesticada.
Está bien. Si voy a domarlo, más vale hacerlo por completo.
Después de todo, ya había sido capaz de llevarlo a dar un paseo con una sola palabra cariñosa.
Una bestia salvaje que obedece solo mi voz.
Una extraña sensación de placer —desconocida, embriagadora— comenzó a subirle por los pies como una oleada tibia.
—Vamos. Repite conmigo.
—¿Qué?
—Soy un perro en celo.
La petición, completamente inesperada, arrancó una risa seca de los labios de Maxim.
Aún no estaba listo para soltar su ego. Todavía se aferraba a su orgullo. Así no llegará lejos antes de volver a salirse del camino.
Si quiere una caricia, tendrá que comportarse como se debe.
Daisy se aclaró la garganta, borrando toda emoción de su rostro.
—¿No puedes hacerlo? Entonces olvidemos la confirmación. No me interesan los perros que no saben obedecer.
Al intentar retirar su mano de la cabeza de Maxim, él sonrió con desgana y en lugar de soltarla, la llevó suavemente hasta sus labios.
—Guau.
Con un murmullo burlón, imitó el ladrido de un perro, luego le lamió la palma de la mano con su lengua cálida y húmeda, provocando un estremecimiento involuntario en Daisy. Esa mezcla entre sumisión fingida y deseo apenas contenido se reflejaba en sus ojos, como un lobo disfrazado de mascota.
—Soy un perro en celo, descarado, que se atreve a montarse sobre su dueña… solo para endurecerse.
Sin que ella lo ordenara, Maxim añadió esas palabras provocadoras mientras guiaba su mano hacia su pecho. Firme, amplio, y con un corazón que golpeaba con fuerza bajo la piel caliente. Cuando ella llegó a rozar su lado izquierdo, los latidos se hicieron tan intensos que Daisy sintió que vibraban en su propia palma.
—Estoy tan excitado que siento que el corazón va a estallar. ¿Lo escuchas?
No, no lo oía. Su propio corazón latía con tanta fuerza que apenas podía distinguir otro sonido. Apenas podía pensar.
Negó con la cabeza en silencio, Maxim, como si ya lo tuviera planeado, descendió aún más su mano. A través de la tela, los relieves marcados de sus músculos parecían delinearse con claridad. Daisy tragó saliva.
Su mano, temblorosa, pasó del pecho al abdomen. Firme, cálido… y justo bajo él, la evidencia del deseo de Maxim, tensa y al borde de estallar.
Cuando sus ojos lo vieron, retrocedió con un sobresalto, como una niña que teme quemarse los dedos con una llama viva. Instintivamente quiso apartarse, pero él fue más rápido: sus dedos, calientes por el deseo, atraparon los suyos y, sin soltarlos, comenzaron a subirle la camisa.
—¿Sabes? Los perros… como muestra de sumisión…
Sus dedos dejaron al descubierto su abdomen.
—Me estás mostrando tu vientre.
Su torso, tallado en músculo, ya ardía. Al tocarlo directamente, no pudo evitar maravillarse. Ahora entiendo por qué no tiene ni una cicatriz. Con una piel tan dura, ni balas ni cuchillos habrían logrado penetrarlo. Daisy tuvo un pensamiento absurdo:
—Sumisión.
Él curvó los labios en una media sonrisa y pronunció las dos palabras que ella anhelaba:
—Excepto por ti… nunca me he excitado por nadie más.
La mirada seria de él hizo que los ojos de Daisy titubearan levemente.
Lleva tanto tiempo resistiendo sin vacilar… Quizá ya pueda creerle.
—Aquí es un poco…
—Total, nadie vendrá.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tú lo preparaste todo.
No hubo réplica. Solo podía confiar en que Rose hubiera sido meticulosa.
—Pero… si alguien oye…
—Te obedeceré por completo, te serviré… Solo no huyas.
Aunque sus ojos ardían de deseo, también había súplica en ellos. Tanto, que Daisy pensó que valdría la pena concederle cualquier palabra que saliera de su boca.
—Esperé todo el tiempo que me ordenaste esperar.
Su mano descendió del abdomen hacia abajo. Cuanto más bajaba, más intenso era el calor que quemaba al rozarlo. Al llegar al centro hinchado, tomó la mano de Daisy y la apretó con fuerza alrededor de su erección.
—Mírame. Estoy a punto de estallar. ¿No te doy lástima?
La sensación de peso y calor en su palma era demasiado. Debía soltarlo, pero Daisy, como hechizada, se deleitaba en ese contacto.
—Por eso… no me abandones.
Pensó que no podría crecer más, pero el miembro en su mano se expandió de forma aterradora. Contuvo la respiración un instante, y luego la liberó con un suspiro.
—…Quítate la ropa. Entonces.
Madara Info
Madara stands as a beacon for those desiring to craft a captivating online comic and manga reading platform on WordPress
For custom work request, please send email to wpstylish(at)gmail(dot)com