Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 55
—…….
—Ah, claro, yo tampoco dormí nada mientras estuve fuera. ¿Quieres saber qué hice? ¿Te lo cuento?
—No hace falta. No necesito detalles de tus encuentros con otras mujeres.
—¿Por qué siempre sacas eso? ¿Serán celos patológicos?
—Basta. No sigas.
¿Celos? Si ya estamos en proceso de divorcio…
Preguntar había sido un error. Daisy frunció el ceño y evitó la mirada de Maxim.
—Pero esa carita de mórbida curiosidad me conmueve. Te lo diré: pasé la noche en el sofá de mi despacho, imaginándote debajo de mí mientras me masturbaba.
Maxim soltó el detalle no solicitado con una sonrisa obscena.
—Ah, y no solo en el sofá.
—¿Qué?
—También en el baño. Cada vez que te recordaba, en realidad. Fue un día muy productivo. Tanto que apenas pude trabajar. A ver, calculando… ¿cuántas veces serían?
—…….
Hizo como si contara con los dedos, pero se detuvo. Parecía que ni él podía calcularlo.
—¿Quieres que te muestre cómo lo hice?
—¡No! No me interesa tu rutina solitaria. ¡Detente!
Daisy le tapó la boca con la mano. No soportaba escuchar más.
—Si no me crees, pregúntale a mi ayudante o revisa los registros del Ministerio de Guerra. Sin invitación escrita, nadie entra. Si tuviera una amante, estaría en esa lista.
—…….
—¿Satisface eso tu curiosidad?
Al menos su verborrea sugería que no había estado con otra mujer.
Pero aún quedaban dudas.
El permiso nocturno era solo el principio de sus sospechas.
—Y… los zapatos.
—Ah, eso te molesta. Lo repites como un loro.
—Es que… regalar zapatos tiene un significado especial.
—¿Cuál?
—¿Eh?
Daisy parpadeó, sorprendida por la pregunta.
—Mary Gold recibió unos cuando se retiró del ejército, como despedida. Quise hacer lo mismo.
—Pero dijiste: «Para tu nuevo comienzo»…
—Bueno, mi ayudante dijo que a las mujeres les gustan las cartas discretas. Era tu primer evento como anfitriona de Waldeck. Pensé que era un buen símbolo.
—…….
—¿Respuesta suficiente?
—¿En serio no sabías el significado de regalar zapatos?
Era absurdo. Un hombre tan astuto en todo lo demás, pero tan torpe en los detalles románticos.
De pronto, toda la rabia que había acumulado le pareció ridícula. ¿Por qué me hice tanto drama? Debí preguntarle directamente. Bueno, en realidad lo había hecho, pero solo logró malentendidos.
Al reflexionar, no era culpa de las circunstancias.
Ella había elegido pensar lo que quería creer: que Maxime, obsesionado con el sexo pero indiferente a ella, obviamente buscaría en otra parte. Se había aferrado a esa idea sin considerar sus sentimientos o elecciones. Esa era la verdadera raíz del problema.
El rubor le quemó las mejillas. La vergüenza le cortó el aliento y le quitó las fuerzas.
—Así que… olvidemos pensamientos complicados y emociones tontas…
—…….
—Dime. ¿Te atraigo?
Se hizo la pregunta a sí misma. La respuesta era clara: si quitaba el orgullo, las dudas y el resentimiento, solo quedaba eso.
Sí. Él era un hombre irresistible. Por eso mismo la irritaba, por eso no podía ignorarlo.
Pero pensarlo era una cosa; decirlo, otra muy distinta.
Daisy movió los labios sin emitir sonido. Maxime, sin embargo, no se rendía:
—No necesitas responder. Solo dime si… estarías dispuesta a comprobarlo.
—¿A… comprobarlo?
—Si no lo niegas, lo tomaré como un sí.
¡Vaya trampa absurda!
Su terquedad le encendió la rebeldía:
—¿Y si lo niego?
—Entonces… lo pensarías de nuevo. Y quizá lo comprobarías.
—…….
—Te permitiré equivocarte. Elige libremente, ¿sí?
En otras palabras: «Admítelo».
Por más enredadas que fueran sus palabras, solo le dejaba una opción.
—¿Y… cómo se supone que… «comprobemos» eso?
—No es difícil.
Mmm. Maxime posó sus labios sobre los de Daisy en un beso breve, luego entrecerró los ojos con malicia.
—Así.
—…….
—¿Qué tal?
—No… no estoy segura…
Antes de que terminara la frase, él volvió a acercarse.
El sonido húmedo de sus bocas separándose resonó en la habitación. No era su primer beso, pero el corazón de Daisy latía como si fuera a estallar. Cerró los ojos con fuerza, abrumada.
Dos o tres besos más, cada vez más lentos, más profundos. Con cada uno, el calor en su boca aumentaba, mezclado con el aroma a almizcle y vainilla que siempre lo envolvía. Sus labios le recordaron el sabor de aquel postre celestial que compartieron esa noche.
De pronto, sus brazos rodearon su cintura, atrayéndola contra él.
Daisy intentó esquivar los besos persistentes, pero su espalda ya se arqueaba hacia atrás. Para cuando notó que la empujaba contra el brazo del sofá, era demasiado tarde.
—E-espera…
—Si no estás segura.
susurró él entre besos, la voz ronca.
—no importa. Eres tú, Daisy. Para ti… puedo hacer excepciones.
—¡Ah…!
—Solo para ti……
murmuró, mordisqueando su labio inferior entre palabras ininteligibles.
Haa…
A medida que los besos se intensificaban, la respiración de Maxime se volvió irregular, su aliento caliente rozando sus mejillas. El rubor de Daisy ardía, alimentado por el fuego interno y el contacto de sus labios.
Él saboreaba su boca como si fuera un caramelo, alternando entre su labio superior e inferior.
Los sonidos húmedos se volvían obscenos, Daisy, avergonzada, se sintió como una niña haciendo algo prohibido.
Aunque respondía al beso, sus manos débiles intentaban empujarlo, clavándose en sus clavículas. Aun así, el hombre cedió lentamente.
—Joder.
gruñó, separándose de golpe con un suspiro exasperado.
El beso terminó tan abruptamente como comenzó. Daisy tragó saliva, desorientada.
—Perdón. Me pediste que parara…
se disculpó, aunque su respiración agitada delataba su frustración contenida.
—Es solo que tus labios… Haa. Es difícil detenerse.
Daisy alzó la mirada, temblorosa. El rostro de Maxim, usualmente arrogante, estaba ahora teñido de rojo, sus frías pupilas grises brillando como estrellas mojadas en la penumbra. Sus labios, antes firmes, entreabiertos y brillantes por la saliva, exhalaban calor.
La contradicción lo hacía ver aún más sensual.
—Entonces, mientras… «comprobamos»…
—¿Mmm?
—…….
—Di lo que sea, Daisy.
Su voz sonó inusualmente suplicante.
Ella respiró hondo, aprovechando ese raro momento de vulnerabilidad:
—¿Prometes… comportarte?
—Mmm.
—¿Y… escucharás lo que diga?
Era una pregunta impulsiva, pero si iba a jugar con fuego, al menos quería garantías.
—Encantado.
La esquina de su boca se curvó en una sonrisa pícara.
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