Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 145
Maxim salió del cuartel antes de que la reunión terminara.
Se había aburrido de escuchar la discusión un tanto inútil sobre los asuntos actuales en el cuartel general.
El sol, ya bajo, teñía el cielo de rojo.
Algo debía haber pasado; la unidad estaba alborotada.
—¡Lealtad!
El ayudante, que lo esperaba en la entrada, saludó con precisión y Maxim respondió con un simple asentimiento de la barbilla.
Adentro, aburrido. Afuera, ruidoso.
Nada le gustaba.
La unidad de Maxim estaba a la vanguardia de esta batalla.
Después de escapar de la organización revolucionaria, Maxim tuvo la suerte de ser acogido por una organización de mercenarios.
Allí, no le importó arrastrarse por el fondo durante varios años, y finalmente ganó renombre. Deliberadamente, se encargó de asuntos reales para hacerse notar, luego ingresó a la academia militar y, después de varios méritos, fue ascendido repetidamente.
Maxim no dudó en ir a lugares peligrosos para ganarse la confianza de la realeza. Incluso esta expedición era parte de su proceso para congraciarse con ellos.
Generar confianza lleva tiempo.
Incluso si era una confianza superficial, que podía desmoronarse en cualquier momento.
Al humillarse y actuar como un perro que manejaba los asuntos sucios, la realeza lo aceptó con más facilidad de lo que pensaba.
En realidad, no estaban en una situación tan desesperada como para tener que atrapar y matar a la princesa oculta y a su hijo.
Tenían dos príncipes adultos y ambos contaban con una sólida base de apoyo político.
De todos modos, era un proceso necesario para lograr su objetivo. Sin embargo, después de años de repetir el mismo patrón, era extremadamente tedioso.
Aun así, tenía que soportarlo. Para convertirse en un confidente total y que le confiaran la tarea de erradicar a los revolucionarios, debía resistir este interminable período de pruebas.
—¿Qué sucede?
—Acaba de llegar la banda.
—¿Banda?
—Sí, es una banda muy popular en la capital últimamente, y parece que hoy darán una presentación para animar.
—Malditos idiotas.
Maxim sacó un cigarrillo de hoja y lo encendió con cierta irritación, blasfemando.
El ayudante, observando su expresión, se apresuró a encenderlo.
Al inhalar hasta que sus mejillas se hundieron, el humo acre se extendió por sus pulmones, y su mente aturdida se sintió un poco más despejada.
La batalla que había durado diez días terminó con la victoria de su bando, pero, al haberse prolongado más de lo esperado, sus próximos planes se habían retrasado.
Mientras lo arreglaban, a los soldados rasos se les había dado unos días de descanso personal. ¡Parecía una fiesta total!
En contraste con la atmósfera algo relajada de la unidad debido a la gran victoria, el comandante Maxim estaba extremadamente tenso.
—Dicen que el alto mando los envió para animar. ¿Deberíamos cancelarlo ahora mismo?
—No, déjalo.
Mostrarían su disgusto en su cara si despreciaba el esfuerzo por los soldados.
La irritación le subió al pensar en escuchar más tonterías.
Si no hubieran venido desde el principio, quién sabe. Pero ya habían llegado, y el rumor se había extendido por todas partes; si los echaban ahora, solo desmoralizarían a todos.
Los soldados se aglomeraron como una jauría de perros frente al estrado del campo de entrenamiento.
—Parece que está por empezar.
—¿También te interesa? ¿El concierto de ánimo?
—…Sí.
Maxim alzó las cejas. Incluso el ayudante, que siempre estaba pendiente de él, a veces era tan honesto.
—Según he oído, también vinieron bailarinas… y dicen que la cantante es especialmente bonita. Por eso están tan alborotados.
—¿Si es bonita, les darán un revolcón?
Cuando espetó la pregunta con un tono cortante, el ayudante inclinó la cabeza en silencio.
Había pasado bastante tiempo desde que partieron. Los locos por el sexo ya debían estar desesperados por una mujer.
—Volverán jadeando y se la jalarán. Qué asqueroso.
Aunque lo llamaban «concierto de ánimo», para esos tipos patéticos, solo era una buena excusa para el chismorreo.
Solo de pensar en las obscenidades que cuchicheaban con tanto entusiasmo cada vez que se juntaban, como si fueran a tener sexo con la boca, le dolía la cabeza.
A Maxim no le interesaban esas actividades ociosas de echar polvos. Las mujeres, por supuesto, tampoco.
Sería mejor dormir y ahorrar energía en ese tiempo.
—Ve tú. Yo me iré a descansar.
No había podido dormir durante la batalla. Todavía le resultaba difícil conciliar el sueño.
Mientras aplastaba el cigarrillo corto con su bota y se disponía a regresar al cuartel, una melodía familiar detuvo sus pasos.
Era la voz de una mujer joven.
Por un momento, Maxim se quedó inmóvil, escuchando en silencio, luego se dirigió hacia el escenario como hipnotizado. El ayudante lo siguió, perplejo, pero a Maxim no le importó.
Esta canción. Sin duda…
Era una canción popular que su madre solía tararear.
No, era una canción tan anticuada que ya era vergonzosa llamarla «popular», incluso infantil y cursi, y aun así…
Una joven la cantaba, a pesar de que no le pegaba.
El vestido ajustado revelaba por completo las curvas del cuerpo femenino desde el cuello hacia abajo.
Su cabello rubio trigo, recogido pulcramente y fijado con horquillas, la hacía parecer modesta en comparación con las deslumbrantes bailarinas, pero era suficiente para llamar la atención.
Sus ojos verdes, que contenían un toque de travesura, se encontraron con su rostro inocente.
¿Sería su imaginación? Su mirada se detuvo un momento antes de desviarse.
Mientras los soldados silbaban y vitoreaban, Maxim permaneció de pie, solo y aturdido.
La canción terminó, y la cantante bajó del escenario, pero Maxim no se movió de su lugar por un largo tiempo.
—¿Cómo dijiste que se llamaba esa cantante de antes?
Los ojos del ayudante se abrieron de sorpresa ante la inesperada pregunta de su superior.
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De vuelta en el cuartel, Maxim se duchó y se puso una bata.
—Isabel.
Secándose el pelo mojado con una toalla, se sentó en el sofá y rumiaba con lentitud, como si la hiciera rodar en su boca, el nombre de la cantante que su ayudante le había dicho hace un rato.
—…Isabel, eh.
Sonaba como un nombre de ángel. Era la primera vez que lo escuchaba.
Isabel. Solo tres letras. Sin apellido. Le habían dicho que probablemente era un nombre artístico.
No era extraño que una cantante usara un nombre artístico, era algo relativamente común.
¿Sería por la canción que cantaba?
De repente, esa mujer no se le iba de la cabeza.
Siendo sinceros, era bonita, como algunos decían.
Con un rostro puro y limpio, y un cuerpo esbelto pero con curvas, era suficiente para excitar la lujuria sin necesidad de mucha exposición.
Pero era extraño.
Lo que rondaba en la cabeza de Maxim no eran esas cosas.
La voz que cantaba una canción antigua que no le pegaba, y esa mirada con un toque de travesura, seguían irritando los nervios de Maxim.
—Mierda.
Una blasfemia y una risa tonta se escaparon.
—Bueno… ¿debería jalármela?
Por eso no se debe insultar a los demás a la ligera. Algún día podría darse cuenta de que esa lamentable calaña que insultaba no era otra que él mismo.
Por un momento, como hombre que era, sintió un arrebato de lujuria. Sin ningún significado particular. Eso era todo.
Maxim se tumbó boca arriba en el sofá largo. Y se cubrió los ojos con el brazo.
También tenía una cama, pero casi nunca la usaba. Quizás porque desde niño se había acostumbrado a dormir siestas cortas, esto le resultaba más cómodo.
Al echar la vista atrás, así había sido desde que dejó la cabaña en la montaña. Nuestra cabaña vieja y crujiente, donde teníamos que dormir abrazados por el frío. Y esa canción que su madre le cantaba para calmarlo cada vez que se quejaba porque no podía dormir.
Incluso cuando estaba en el campamento de entrenamiento de los revolucionarios y no podía dormir, o a veces sin razón, por costumbre, solía cantar esa canción.
En esos momentos, la niña que tarareaba con él sin saber qué canción era.
Pensándolo bien, la había olvidado por un tiempo.
Ella, que era mía, mi Easy.
Maxim todavía pensaba en Easy de vez en cuando.
Easy no dijo nada especial después de jugar a las casitas. ¿Quizás había esperado demasiado de una simple mocosa? Quizás solo fueron palabras sin importancia, dichas por una niña compasiva para consolarlo. Era un tonto por haber esperado. Así pensó e intentó olvidarlo.
La noche anterior al rito de iniciación, Easy se coló en su alojamiento. Parecía haber preparado algo, pues traía un gran paquete.
—Hay una condición.
Esa noche, Easy puso una condición firme a cambio de su ayuda.
—Te ayudaré a escapar, así que no olvides a mamá y papá…
Aunque intentaba parecer fuerte, su voz definitivamente se quebraba.
—Tampoco debes olvidarme a mí.
Se quedó sin palabras por un momento.
—No olvides que fui tu amiga. Si me olvidas, te mataré.
¿Estaría bien?
Por mucho que fuera ella, si la descubrían ayudando a escapar, sería un gran problema.
Si fuera su amigo, debería haberlo dicho y haberla disuadido, pero Maxim no era amigo de Easy.
Ella solo era suya.
Mi pobre y tonta Easy, que me sacaría de este lodazal infernal…
—Nunca te olvidaré.
Maxim asintió y respondió de buena gana.
—¿Qué haré? Te olvidaré.
Debería olvidarlo. Es lo correcto.
Sería mejor olvidar a la persona que te usó y te traicionó haciéndose pasar por tu amigo.
La tonta muchacha parecía inconsolablemente triste.
—Está bien. Yo te recuerdo.
¿Cómo podría olvidarte? Maxim añadió una promesa incierta para tranquilizar a Easy.
—Nos volveremos a ver, lo prometo.
……Ahora que lo pensaba, todo había sido en vano.
Mientras estaba inmerso en sus pensamientos, escuchó un golpe en la puerta.
La noche estaba avanzada. Era tarde para un informe, pero Maxim había ordenado que le informaran sin importar la hora.
—Adelante.
Tan pronto como se dio el permiso, la puerta del cuartel se abrió y alguien entró.
Era esa mujer.
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Merry
Aaaaaaaaai que buen capítulo!
Gracias Asure!