Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 136
Sentada en el sofá de enfrente, la hermana Sofía parecía un tanto aturdida.
El Ministerio del Ejército y una monja. De por sí, era una imagen que no encajaba.
—Es la primera vez que nos presentamos formalmente. He escuchado mucho de usted a través de Izzy. Debí haberla visitado antes. Mis disculpas.
—No, en absoluto. Agradezco solo que me haya recibido.
—Izzy, ¿no se encuentra allí? Entiendo que fue a orar.
Maxim preguntó con cautela.
No había escuchado noticias de que hubiera regresado. ¿Qué pasaría? Le resultaba difícil adivinar. Algo que hiciera que la monja viniera hasta aquí… Maxim fue invadido por una inquietud de la que no podía determinar el origen.
Después de un largo momento de vacilación, la hermana Sofía habló lentamente.
—Daisy se ha confesado conmigo. Dijo que era una agente revolucionaria.
—……
A pesar de escuchar palabras tan impactantes, Maxim no tenía nada que decir. Un silencio de muerte se apoderó de la habitación por un momento.
—……Entiendo.
Maxim fue el primero en hablar tras un largo silencio.
No parecía sorprendido ni le preguntó por la veracidad. Su actitud era tranquila, como si ya lo supiera.
—¿Quién más lo sabe, además de usted, hermana?
—Solo yo.
—Qué bien.
Tras confirmar los involucrados, la expresión serena de Maxim desapareció al instante.
—Entonces, solo le pregunto una cosa. ¿Cuál es su intención al decirme esto?
—…….
Sus ojos, que le preguntaban por su intención, brillaban con una indiferencia semejante a la de una suave ola.
—No creo en Dios. Por eso, un clérigo para mí es solo un ser humano más, tengo la costumbre de disparar y matar a la gente molesta.
Aunque tenía forma de pregunta, la hermana Sofía no ignoraba que era una amenaza.
—Si desea conservar su vida, hermana, hable con sinceridad, sin avergonzar a Dios.
Incluso ante la voz cargada de ironía y afilada, la mirada de la hermana Sofía se mantuvo firme.
Para ella, pronunciar estas palabras tampoco había sido una decisión fácil.
Cualquiera que leyera los periódicos conocía el odio que Maxim von Waldeck sentía hacia el ejército revolucionario.
La historia de cómo perdió a sus padres a manos de los revolucionarios, cómo quedó huérfano y errante, y cómo se convirtió en mercenario, era, por decir lo menos, famosa.
Pero, ¿su esposa más amada era una revolucionaria? Era natural que quisiera negarlo. Pero esa actitud… y así las cosas…
—Será mejor que hable sin perder el tiempo. No tengo mucha paciencia.
—Mire esto.
Hermana Sofía sacó un sobre de su regazo y se lo entregó.
Dentro del sobre había un cheque, y en el exterior del sobre…
「REILLY」
Reilly.
Estaba escrito el mismo nombre que había escuchado de la anterior Gran Duquesa.
—Es una donación que Daisy hizo a nombre de ‘Reilly’.
—……
—Al principio me pregunté quién sería, pero por más que lo pienso, parece el nombre de un bebé.
Al recordarlo, sus manos temblorosas no se separaron de su bajo vientre.
Dijo que era un secreto, pero también le pidió que lo recordara.
Había algo extraño en la historia, como si no se tratara de algo inexistente.
—Me pidió que la denunciara a la Guardia como revolucionaria. Dijo que pronto sería arrestada, que denunciarla antes salvaría el convento y a los niños.
—……
—Como dijo Su Alteza, soy una religiosa. No entiendo mucho de monarquía o revolución, de asuntos políticos. Mi único interés es cómo vivir según la voluntad de Dios, y nada más.
Hermana Sofía añadió con calma.
—Todo ser humano peca desde el momento en que nace. Y cada uno, a su manera, paga el precio de ese pecado. Creo que es una especie de yugo que el ser humano debe cargar mientras vive.
—……
—Pero, ¿no es demasiado cruel que un bebé que ni siquiera ha nacido tenga que cargar con ese pecado?
Maxim se limitó a mirar fijamente a la hermana Sofía sin responder.
Reilly. Reilly von Waldeck.
En su cabeza solo resonaba repetidamente el nombre del bebé.
—Por eso he venido a denunciar. No a la Guardia, sino directamente a Su Alteza el Gran Duque.
Una denuncia directa.
Y quien deseaba esa denuncia no era otra que Daisy von Waldeck.
—…Así que me está pidiendo que la perdone esta vez. Que no mate con mis propias manos a mi esposa, quien me engañó a su antojo.
Maxim murmuró con voz grave. La hermana Sofía asintió respetuosamente en lugar de responder.
—Parece que solo personas excesivamente caritativas como usted pueden ser religiosos. No sé con qué autoridad se atreve a hablar de perdón en asuntos ajenos.
—……
—Que la perdone……
La comisura de sus labios, antes apretada en una línea recta, se torció oblicuamente, extendiéndose en una risa sarcástica.
—Está bien. Conozco un método. Ya que ha llegado hasta aquí por su propio pie, no tiene otra opción y tendrá que seguirlo sin excepción.
La mirada de Hermana Sofía se posó en el revólver que, de alguna manera, él ya tenía en su mano derecha.
—Qué lástima.
Esa noche, Maxim von Waldeck, después de encargarse de la denunciante, también se encargó de Rose, o mejor dicho, de la clave con nombre en clave (KEY), que intentaba escapar.
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—El pícnic.
—Está listo.
Maxim, preguntando por el progreso de la operación, parecía medio aturdido.
—……Entiendo. Buen trabajo.
Al ver el rostro sombrío de su superior, el ayudante hizo una reverencia en silencio. Maxim von Waldeck siempre había mantenido la calma, incluso cuando estaba a punto de ser aniquilado por la desventaja en el campo de batalla.
En los años que llevaba sirviéndole, nunca lo había visto así. El ayudante preguntó con preocupación:
—Mi capitán, ¿no durmió bien?
—No. Desde entonces… nunca he podido dormir cómodamente. Y tampoco puedo.
Maxim murmuró palabras incomprensibles con el rostro algo borroso.
Su superior siempre se volvía afilado como una cuchilla antes de un gran acontecimiento. La tarea que tenía por delante era, en importancia, comparable a las guerras en las que había arriesgado su vida.
Pero, ¿por qué…?
Para el ayudante, la apariencia actual de Maxim era simplemente extraña.
—Aun así, debería cerrar los ojos un momento……
—Ya basta.
Maxim, con el rostro hundido, se frotó la cara y levantó sus ojos inyectados en sangre, ordenando:
—Prepara el comunicado de prensa. El lugar será estrictamente confidencial para todos, excepto los involucrados.
Aun con su aspecto demacrado, no olvidó sus instrucciones.
—Sí, mi capitán.
—Cuando termines, sal.
El ayudante saludó militarmente con un gesto pulcro y salió de la oficina.
Maxim, que estaba recostado de lado en el sofá de la oficina, se movió y se acostó un momento.
Cuando se cubrió la vista con el brazo, la oscuridad cayó. Sintiendo que su cuerpo se hundía en un pantano, Maxim exhaló un suspiro ligero.
Cuanto más luchaba, más se hundía.
Era como si hubiera caído en un pantano sin fondo; solo sentía una desolación abrumadora.
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Fue arrastrada a algún lugar.
Mientras rezaba sus últimas oraciones en el alojamiento del convento, los soldados irrumpieron y Daisy decidió dejarse atrapar sin oponer resistencia. Le preocupaba que algo saliera mal, pero Hermana Sofía había cumplido su última petición. Solo entonces Daisy pudo sentirse un poco aliviada.
Tan pronto como le cubrieron la cabeza con un saco, la oscuridad asfixiante la engulló.
Cuando le ataron el torso con una cuerda, Daisy supo que no la matarían de inmediato. El destino de una espía descubierta estaba decidido desde el principio: fusilamiento, o tortura seguida de fusilamiento. Eran las dos opciones. Después de llegar a algún lugar, escuchó el sonido de una puerta cerrándose. Y luego, un silencio asfixiante se prolongó por un buen rato.
Aunque ya estaba en la oscuridad, Daisy cerró los ojos con fuerza. Estaba en la oscuridad y, aun así, le temía. No podía evitarlo, aunque al cerrar los ojos solo hubiera más oscuridad.
Pensó que moriría sin remordimientos, que solo sentiría pena por Reilly. Sin embargo, por una cruel ironía, ante la muerte, fue invadida por un miedo instintivo. Todo su cuerpo temblaba ligeramente, como si convulsionara.
Quizás deseaba escapar incluso en sueños, pues el sueño la invadió de manera sorprendente.
¿Cuánto tiempo había pasado? Daisy abrió los ojos cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse.
¡Clic-clac! ¡Grinc-grinc!
La pesada puerta de hierro se abrió con un sonido lúgubre. Daisy seguía atada, inmóvil, acostada tal como estaba.
Toc, toc, toc…
Los pasos se acercaban. El sonido rítmico de las botas militares resonando en el suelo le resultaba familiar. La levantaron a la fuerza, y el saco que cubría su cabeza fue retirado. Una luz tenue invadió su retina al mismo tiempo que su cabello rubio miel se esparcía sobre sus hombros como una cascada. La visión, que había estado atrapada en la oscuridad más profunda, se volvió borrosa y se agitó al recibir la luz.
Poco a poco, su visión se hizo más clara.
—Easy.
Una voz baja y densa envolvió sus oídos. Justo cuando tuvo la ilusión de que esa voz, escuchada en un duermevela, era la de un salvador que venía a rescatarla…
—Nombre clave: Easy.
Él le hizo notar claramente su situación actual.
Tenía miedo.
Una mano grande le aferró la mejilla temblorosa, el lóbulo de la oreja delicado, y su delgada nuca, como si la fuera a estrujar. Esa mano tosca y, a la vez, tierna, parecía apretarle la garganta.
Un cañón apuntó a su frente, y vio unos ojos vacíos de color gris azulado.
—Te extrañaba, cariño.
La persona que más deseaba ver estaba frente a ella, con el rostro que menos quería ver.
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