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Batalla de Divorcio - BATDIV - Capítulo 120

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Al instante, Rose y ella cruzaron miradas. Rose parecía sorprendida.

Daisy, sin poder evitarlo, corrió al baño y vomitó. Solo le salió bilis. Era natural, al no haber comido nada, no tenía nada que devolver.

Cuando salió del baño, Rose estaba de pie con una expresión aturdida.

Debo estar hecha un desastre.

Su rostro pálido y sin color, con los ojos inyectados en sangre, seguramente estaría manchado por las lágrimas.

Al ver el rostro descompuesto de Rose, su situación le resultó aún más palpable. La mirada de Daisy, desconcertada, tembló ligeramente.

 

—Tú…….

 

Rose no pudo continuar, contuvo la respiración por un momento y luego abrió la boca con cautela.

 

—….… ¿Indigestión, verdad? Siempre te indigestas mucho. ¿Verdad?

—…….

—¿Qué haces ahí parada? Una paciente debe estar acostada.


Rose sentó a Daisy, que estaba tiesa, en la cama y tomó el cuchillo y el tenedor. Luego, con un tintineo, cortó el filete y se lo metió en la boca sin miramientos.

En un instante, vació el plato por completo y se humedeció la garganta con agua antes de preguntarle a Daisy:

 

—¿Estás muy mal? ¿Llamo a un médico?

—…..… No.

 

Daisy negó con la cabeza.

 

—Un poco de descanso me hará bien.

—Claro. Tú también has comido mucha carne últimamente, así que es hora de que te canses de ella.

 

Rose cubrió el plato con una tapa para que no oliera a filete y luego recogió los utensilios.

 

—Lo de hoy no sabe bien a carne, hasta yo le siento un olor a rancio, qué te digo.

—……

 

Los ingredientes de Waldeck siempre eran de la mejor calidad.

Simplemente, sus sentidos se habían vuelto tan agudos que percibía el olor a sangre en el filete cocido a término medio, no es que la carne oliera mal. Rose también debería saberlo.

 

—¿Puedes comer pastel? Últimamente solo has comido cosas suaves.

—……

—¿Crema batida?

—…… Sí.

 

Rose, que se disponía a salir con los utensilios, se dio la vuelta bruscamente en la puerta y añadió:

 

—De ahora en adelante, yo te traeré la comida como hasta ahora. Aunque no quieras ni olerla, aguanta un poco. Si no comes, tu esposo llamará a un médico y armará un escándalo. Te cansarás. En cambio, yo lo terminaré todo y diré que tú lo comiste.

—……

—Pero si hay algo que quieras comer, dímelo de inmediato. Te lo conseguiré. ¿Sí?

—Gracias.

—Si lo sabes, pórtate bien con tu hermana.

—…….

 

Estaba bromeando, pero como no le devolvió la broma, no le pareció divertido.

 

—Acuéstate. Vuelvo enseguida.

 

Rose tomó la bandeja y salió de la habitación.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

¡Click!

 

Apenas se cerró la puerta, a Rose le flaquearon las piernas y se recargó contra el respaldo.

 

—Mierda, ¿Qué hago…..…?

 

Había evitado maldecir por si acaso, pero sin duda la situación lo ameritaba.

Si su suposición era correcta…… no podía permitir que el bebé en el vientre escuchara palabras fuertes.

 

—Maldita sea.

 

Ahora que lo pensaba, últimamente Daisy había estado somnolienta como un pollito enfermo.

Por la mirada en sus ojos, Daisy seguramente también sentía vagamente lo que significaba el cambio en su cuerpo.

No se atrevía a preguntar, ni a investigar si su suposición era correcta.

¿Y si lo era?

…… Si lo era.

 

—Uff……

 

Debe de haber tomado la píldora.

Sabía que la píldora anticonceptiva no era 100 % efectiva, pero el cielo también era cruel.

Ese era un bebé que nunca debió existir, Daisy también lo sabía.

 

—…… Las cosas se complican de la peor manera.

 

Debido al estado de Daisy, tendrían que llamar al médico, si se descubría el embarazo, no solo Maxim von Waldeck, sino también Conde Therese se enteraría.

Por el momento, Rose había decidido ocultarlo, pero si la suposición era correcta, con tantos ojos observando, eso tendría sus límites.

Ojalá que no fuera así. Ni siquiera se atrevía a averiguar la verdad.

Más que nada, pensó que sería lo más cruel que Daisy, la propia involucrada, se enterara.

 

—Maldita tonta. Por eso…… te dije que salieras de ahí hace mucho tiempo.

 

Decidió que sería mejor no estar segura, así que fingió no saber nada. No había necesidad de que ella se involucrara y causara más angustia.

Esa fue la primera conclusión a la que llegó Rose.

 

—Pobre chica.

 

Le pediré al chef que ponga muchas frutas sobre el pastel.

No, ¿quizás debería pedirle que hiciera un plato de frutas por separado?

Rose, que había estado apoyada en la puerta, suspirando durante un buen rato, arrastró los pies pesadamente.

 

 

 

 

 

 

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

 

 

 

 

 

 

—En la tercera línea de la primera página, hay un error ortográfico.

 

Maxim comentó casualmente mientras revisaba los documentos de aprobación, el rostro del ayudante se quedó sin color.

 

—La transmisión precisa es la base de un informe. ¿Todavía cometes este tipo de errores?

—Lo siento. Lo corregiré.

 

El ayudante se inclinó. Normalmente, Maxim usaría esto como excusa para regañarlo por otras cosas, pero esta vez mostró una reacción algo inesperada.

 

—Bueno, es cierto que tú también has estado muy ocupado últimamente.

—Lo siento……

—Aun así, mantente atento. Hazlo de nuevo. ¿Te doy tiempo hasta mañana?

 

Tan pronto como le entregó los documentos, el ayudante se estremeció.

Parecía una reacción inesperada. Debía de ser un trato demasiado generoso comparado con la conducta habitual de su superior.

Y con razón, ya que normalmente, habría lanzado el documento, diciendo: «¿Cómo me das esta porquería?», y aun así le habría sobrado tiempo.

 

—Toma, se te va a caer el brazo.

—Sí, gracias por su comprensión.

 

El ayudante, que había tomado los documentos, inclinó la cabeza rápidamente.

 

—Solo esta vez.

 

Maxim le concedió una excepción, algo inusual en él. La razón era simple: estaba de buen humor.

 

—Aquella vez, ¿dijo que me amaría sin importar nada…? ¿Es eso cierto?

—Aunque le regañé diciendo que era una mentira, una tontería……. en realidad. Ojalá fuera cierto.

 

Esa noche, fingí dormir a propósito.

En sus suaves y cálidos brazos, escuché una voz dulce como la miel.

Era tan dulce que no querría despertar de ese sueño.

 

—Yo también, no importa quién seas……. No, porque eres tú …….. te amo.

 

Había dicho que la amaba.

Al pensar en esa adorable voz que le confesó su amor, su corazón se hinchó inconteniblemente.

Maxim, que había estado preparando un regalo para Daisy, no pudo contenerse ese día y se lo entregó incluso con una tarjeta.

Se le notó que la había estado escuchando. ¿Se habrá sorprendido?

¿Se habrá enojado mucho por haber fingido dormir de forma tan descarada?

Probablemente habrá fingido que no le importaba, pero sus orejas debieron haberse puesto rojas.

¿Y qué importa? Si Izzy me ama.

Nada importaba.

Ahora era el turno de escuchar el informe más importante.

 

—¿Hubo noticias de Mary Gold?

—Sí.

—Reporta.

 

Todos los días recibía informes sobre el estado de Daisy a través de Mary Gold.

 

—Dímelo exactamente como lo dijo, sin omitir ni una palabra.

 

Originalmente, prefería reunirse con Mary Gold para recibir el informe directamente, pero últimamente, con su apretada agenda, no tenía tiempo para eso.

 

—Su Alteza todavía duerme toda la mañana.

 

Era comprensible que estuviera cansada. Gran Duque Waldeck sabía que su esposa solía observarlo dormir al amanecer.

Mary Gold, como jefa de doncellas de Daisy von Waldeck, reportaba diligentemente los asuntos de su ama.

 

—Dijo que dormía con una cara de ángel y que no podía despertarla por nada del mundo. Dijo que era un problema.

 

Parecía que cada vez se mezclaban más inclinaciones personales, pero ambos coincidían en la «alabanza interminable hacia Daisy». También le gustaba que el informe se volviera más vívido de esa manera.

 

—Dice que siempre lleva consigo el rosario que le regaló y que lo usa por las mañanas y por las noches.

 

Me alegro de que le guste.

Había valido la pena el esfuerzo de elegirlo cuidadosamente.

 

—¿Y las comidas?

—Dice que ha terminado hasta el postre. Ah, parece que últimamente busca mucha fruta.

 

Le preocupaba que últimamente se levantara tarde y comiera en su habitación.

Se sintió aliviado de que comiera bien como de costumbre.

 

—Qué alivio. ¿Algo más?

—No.

—Si terminaste, puedes irte.

 

Maxim despidió al ayudante y se recostó en el largo sofá. Normalmente, solo tomaba siestas cortas de esta manera, pero últimamente había logrado dormir un poco en los brazos de Daisy.

Estaba a punto de cerrar los ojos cuando Maxim abrió el colgante que llevaba en el cuello. Y miró fijamente el retrato de su esposa que había dentro.

Ver a su esposa antes de dormir. Eso era una especie de hábito para Maxim. Y así, recordaba de forma natural lo más reciente, algo muy trivial pero lo más feliz que le había sucedido.

Ese día, le había pedido que fuera a Therese, pero regresó enseguida, sin quedarse ni siquiera unas horas. Como si su hogar no fuera Therese, sino Waldeck.

Cuando Maxim regresó a casa, ya era muy tarde. Sería más eficiente dormir solo en el sofá de su oficina, pero… no quería pasar la noche fuera y por eso se había pasado por casa. Parecía una mentira.

Era un gran avance para una mujer que solía buscar cualquier excusa para huir.

Cuando la vio acurrucada, durmiendo, dejando el lado del esposo vacío, sintió que su corazón iba a explotar de amor.

Daisy siempre dejaba mucho espacio en la cama grande y dormía en un rincón. Entonces, por miedo a que se cayera, no tenía más remedio que abrazarla y llevarla al centro.

Hace poco, escuchó que sacó zapatos y joyas que apenas usaba de su armario y se los regaló a sus criadas.

Se los había comprado para que los usara ella. Siempre lo ha sentido, pero no era ambiciosa, y sus gustos eran sencillos.

Prefería un ramo de margaritas que uno de flores vistosas y caras.

 

—Te amo.

 

Quería decírselo directamente, viéndola despierta. Maxim pensaba que la forma en que su esposa se sorprendía cada vez que él le decía «te amo» era una vista cada vez más hermosa.

 

—Te amo, Izzy.

 

¿Por qué le costaba tanto decir algo así? Al recordar los días tontos del pasado, sentía una sed, aunque lo repetía una y otra vez, como si se estuviera lavando el cerebro.

Izzy también me ama.

Mientras la euforia lo invadía, una inexplicable sensación de ansiedad lo asaltó. Era una sensación familiar, pero diferente a todo lo anterior, extraña.

Pero Maxim se esforzó por ignorarla. Fue por lo que Daisy le había dicho una vez:

 

—Eh… Max. Preocuparse demasiado… es como rezar para que suceda.

 

No poder proteger a Izzy.

Era algo que nunca debía ocurrir. Había tomado todas las precauciones posibles. Maxim, que se había sumido brevemente en sus pensamientos, se esforzó por curvar sus labios en una sonrisa.

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