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A mi primer amor, con pesar - 8

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—Me aseguraré de poner vigilancia estricta para que Barón Langdon no se acerque al faro de nuevo. Así que, ¿mantendrías esto en secreto entre nosotros?

—Por supuesto.

Exigir una retribución mientras se paga la condena. La quintaesencia de la irresponsabilidad, de nuevo. Esta actitud no puede llamarse asumir la responsabilidad.

—Tú no lo sabes, pero el costo de vida en Richmond no se puede costear con los ingresos de un farero. Yo cubriré tus gastos de manutención mientras estés en la universidad.

El dinero, que le fue impuesto a la fuerza sin que Ethan lo pidiera, era parte de lo mismo.

La responsabilidad como líder social era solo una cortina de humo. El verdadero propósito era restaurar su derribado prestigio.

Un pobre del mismo vecindario había ingresado solo por mérito a Kingsbridge, una universidad donde a un gran aristócrata apenas se le concede un puesto después de construir edificios, donar tierras e invertir los ingresos de muchos años. De esa forma, el brillante certificado de ingreso de su único hijo a una prestigiosa universidad había sido manchado.

Pero en un mundo donde el orgullo puede comprarse con dinero, el Duque consolidó su relación jerárquica erigiéndose como el generoso benefactor de Ethan.

No olvides que, aunque recibas una educación de primera clase junto a mi hijo, seguirás estando debajo de nosotros.

Además, no se detuvo allí y hasta publicó un artículo en el periódico. Ethan Fairchild se convirtió en un afortunado pobre que apenas asistía a la universidad por la gracia de Duque Kentrell, la cual estuvo a punto de perder por sus circunstancias.

Así, la reputación de ‘Duque Kentrell, el filántropo’ se sobrepuso al brillante certificado de ingreso que debía destacar su propia capacidad.

El abuelo le dijo que debería estar agradecido, ya que gracias a eso podía dedicarse únicamente a estudiar, pero para Ethan, era una humillación que se adheriría a su diploma y lo perseguiría toda su vida.

Por otro lado, no podía rechazar un patrocinio no deseado y ofender a la otra parte.

No debo ofender a Duque Kentrell. Incluso cuando su hijo ha cometido un delito.

El encuentro de hoy, que comenzó con el prestigio del Duque por los suelos, terminó con Ethan restableciéndole el prestigio al agradecer su generoso patrocinio. Ethan, siendo la víctima, se inclinó cortésmente ante el agresor y se retiró.

En un mundo donde hasta el orgullo se compra con dinero, los que no tienen dinero deben vender a la fuerza hasta su orgullo para sobrevivir. Ethan estaba harto de este Edén que pisoteaba el infierno.

Al irse, debía salir por la entrada para empleados y personal de mantenimiento. Por las rejillas de ventilación, se extendía un olor que no se encontraba en un hogar común, quizá por la preparación de la cena. Excesivamente lujoso, inefablemente grotesco y terriblemente pegajoso. La Casa Ducal de Kentrell en sí misma.

Ethan, que caminaba absorto en sus pensamientos, se detuvo en seco en el momento en que divisó la motocicleta estacionada en la esquina del sendero, lejos del edificio.

Lady Evelyn estaba sentada a horcajadas sobre su vieja motocicleta.

Eve, bellamente vestida, esperándolo.

Era una escena que nunca había visto ni en sus sueños más deliciosos, porque era la aparición más emocionante, pero también la más imposible y que le hacía sentir náuseas.

La mujer, que lo miraba directamente a los ojos con la misma actitud digna y altiva de siempre, parecía diferente a hace un momento. Aunque el vestido de verano color pétalo era el mismo.

Sabiendo que era una descortesía, escaneó su cuerpo y encontró el detalle discordante. Se había cambiado los zapatos cómodos por unos de tacón. También se había maquillado más.

La sonrisa fresca, con un toque de picardía y emoción en lugar de la expresión fría de hace un momento, era seguramente otra de las razones por las que se veía diferente.

Parecía una mujer a punto de tener una cita.

… No puede ser.

No, podría ser una cita. Simplemente, el acompañante no podía ser Ethan Fairchild.

Seguro necesita que alguien la lleve a su cita secreta. De niño, yo era prácticamente su chófer.

Que ningún hombre viniera a buscarla era inverosímil, pero cualquier cosa era más creíble que la señorita del Duque quisiera tener una cita con él.

Se acercó, tratando de disipar las estúpidas expectativas. Lady Evelyn, que había estado observando en silencio la confusión de Ethan, abrió sus labios de un rojo intenso, como una rosa que abre su capullo.

—¿Adónde vas ahora?

—Tengo que ir a casa.

—Los técnicos del Ducado fueron a hacer las reparaciones.

—… Entonces, ¿tengo otro lugar al que deba ir?

Sus ojos, con largas pestañas caídas como las de un gato, miraron fijamente a Ethan. El borde de sus pupilas parecía una llama ardiente. Esos no eran los ojos de la chica que él conocía. Justo en el momento en que sintió que eran los ojos de una mujer desconocida, que anhelaba algo, escuchó palabras increíbles.

—¿Puedo tomarte prestado por esta noche?

Con gusto.

Estaría bien que me tomaras prestado para siempre.

Pero, ¿por qué razón me querrías?

⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

Aunque la ciudad estaba llena de restaurantes abiertos, el lugar que Lady Evelyn quería no era un sitio al que iría una señorita de la nobleza.

—Quiero ir a una taberna.

¿Una taberna?

Cuando éramos niños y salíamos solos, la gente pensaba que éramos la señorita rica y su sirviente. Ahora, me temo que lo malinterpretarán de otra manera.

Sería problemático si surgiera un rumor de que la señorita del Duque está saliendo con el hijo del líder de una banda.

Si queríamos evitar a quienes conocían ese rostro, una taberna era una excelente elección. Claro que, también era un juego peligroso, ya que podríamos encontrarnos con algún empleado del Ducado.

Ethan pasó por White Horse, la taberna más popular entre los residentes de Cliffhaven. Entró en una taberna que solo visitaban los turistas de paso, pero aún no se sentía seguro, así que guio a la Lady al rincón más apartado.

A pesar de sus esfuerzos por pasar desapercibidos, la gente de alrededor los miraba de reojo. Era inevitable que llamara la atención una dama de belleza inusual, que irradiaba una distinción impropia de una taberna barata, mientras miraba a su alrededor.

Lady Evelyn parecía fascinada por todo lo que a Ethan le resultaba común, y sus ojos se posaban en cada rincón.

El papel tapiz descolorido lleno de grafitis de los clientes. Un cartel con la esquina rasgada que anunciaba el ‘¡Próximo Estreno!‘ de una película estrenada hacía cinco años. Una mesa con los bordes manchados de hollín y una redonda quemadura de cigarrillo en el centro.

La mugre del mundo, que no se encontraría en los restaurantes de los hoteles de lujo de la playa, debía ser un espectáculo inusual para una joven de la alta sociedad. Algo así como un zoológico con olor a estiércol.

Estaba acostumbrado a sentir náuseas cada vez que percibía el muro infranqueable entre ellos, y no le importaba. Sin embargo, sentir aversión por la mujer que amaba le molestaba.

Le vinieron ganas de fumar. Se contuvo, pensando que ella se disgustaría si el olor a tabaco barato se mezclaba con su perfume caro, pero no tenía sentido. La mitad de esa taberna sin ventanas ya estaba en pleno beso de la muerte con Madame Nicotina.

Definitivamente, no debí haberla traído aquí.

Bajo la lámpara oxidada, la señorita del Ducado parpadeaba con los ojos muy abiertos al ver el humo del cigarrillo flotando tranquilamente como si fuera niebla.

Debí haber insistido en ir a un restaurante normal.

Mientras Ethan se arrepentía, el camarero dejó bruscamente las cervezas ordenadas sobre la mesa.

La espuma de la cerveza en el vaso alto rebosaba y amenazaba con derramarse. Ethan se quedó inmóvil cuando sacó una servilleta de papel del servilletero para limpiar el vaso y la mesa.

Lady Evelyn levantó el vaso lleno de cerveza y hundió sus labios en la espuma desbordante. Desde ese momento, el que tenía un espectáculo inusual para ver era Ethan.

Los labios rojos, donde las burbujas de la espuma de la cerveza estallaban, dibujaron una sonrisa. Era una escena irreal.

—Sí, esto es cerveza.

Pareció que ella había dicho esto después de dar un gran sorbo, pero no había forma de que Ethan creyera a sus propios oídos.

Lady Evelyn ladeó la cabeza, mirando a Ethan que observaba su cerveza derramarse sin importarle, y chocó su vaso con el de él. Con una expresión que indicaba que nunca tocaría alcohol si no era caro, le dio otro trago a la cerveza barata.

—¿Cuándo la cerveza…?

—… qué tal?

Las preguntas, que surgieron simultáneamente, se cruzaron. Justo en ese momento, un vaso se rompió estrepitosamente en el bar e impidió que él la oyera.

—¿Qué dijo?

Tuvo que alzar la voz para preguntar de nuevo. La taberna era tan ruidosa que no se podía distinguir si la música de la radio era jazz o folk.

—… qué tal.

Como tampoco pudo escuchar esta vez, Lady Evelyn le hizo un gesto con el dedo. Cuando él se inclinó, ella también inclinó su cabeza. Sus rostros se acercaron tanto que Ethan se puso tenso, temiendo que incluso sus pensamientos más secretos, que no debían ser revelados, pudieran escaparse con su respiración agitada.

—¿Qué tal Kingsbridge?

¿Qué es diferente cuando eres un universitario? ¿Eligirás tu especialidad en el segundo año, verdad? ¿Ya decidiste cuál? ¿Qué tal la vida en el dormitorio? ¿Te llevas bien con tu compañero de cuarto? ¿A qué club te uniste?

A cada respuesta, una nueva pregunta salía a borbotones, como si hubiera estado esperando.

Ah, así era…

Lady Evelyn simplemente había ‘tomado prestado’ a Ethan porque quería saber sobre la vida universitaria, que era un sueño que ella no había podido realizar.

Parecía que estaba dispuesta a preguntarle sobre su experiencia de supervivencia como estudiante de primer año, día por día, desde su ingreso hasta el final del primer año. Como nunca hubo alguien que se interesara por su vida de manera tan específica, Ethan también lo recibió con gusto. Jura que no solo se sintió decepcionado.

Después de todo, esta era una experiencia poco común que podría revivir a solas durante mucho tiempo.

—¿Y qué? ¡Dios mío, de verdad! Ah… ¡Debe ser divertido!

Escuchaba atentamente la historia de Ethan, con los ojos que solían ser indiferentes ante otros hombres brillando, y una sonrisa soñadora en su rostro inexpresivo.

Inclinándose hacia él como si fuera a sumergirse. Aunque, en realidad, era Ethan quien se estaba hundiendo más profundamente.

—¿Ya hay profesores que te están buscando? Increíble, Ethan.

¿Cuándo más podría Lady Evelyn verlo como un tipo genial, si no era ahora? Como el primer universitario de su familia y alguien que había ingresado a una universidad de prestigio desde una escuela pública rural, él era, de hecho, un tipo increíble.

Sin embargo, que la Señorita del Ducado de Kentrell, nacida entre las verdaderas grandes figuras en la cima del mundo y hastiada de la mayoría de las cosas, se maravillara de él, tenía un significado completamente diferente.


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A mi primer amor, con pesar

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